Por Horacio Cecchi
Patricia
Erica García, de 19 años, vive en la villa 20, de Lugano. O vivía, porque fue condenada
a 8 años de prisión por haber participado junto a dos hermanos prófugos en el homicidio
de Raúl Arias, hijo menor de una familia vecina que se había enredado con la suya en una
serie de enfrentamientos que derivaron en una batalla campal, a los tiros, como en las
películas del far west. Pero además de García y sus hermanos, en su fallo el Tribunal
Oral 9 fue al origen de la violencia y consideró a la policía como responsable in
absentia: En un contexto de marginalidad y ausencia de la autoridad policial
subrayan los magistrados Luis Cabral, Fernando Ramírez y Luis García, las
personas pueden sin razón creer que la forma que tienen de solucionar los conflictos es
por propia mano.
¡Matalo, matalo o lo mato yo!, gritó Patricia García esgrimiendo un arma,
según dio por probado el tribunal. Era el 12 de septiembre pasado y la comunidad
boliviana de la villa 20 empezaba los festejos anuales de El Señor de Tacalahuna, en la
canchita de fútbol de Miralla y Ordóñez. A la fiesta asistieron entre otros, la acusada
junto a su familia. Estaban también Claudio Cunini Jiménez con su mujer
Viviana Arias, su hermano Mario, y un grupo de amigos.
Alrededor de las 22 se desató la batalla campal entre los García y los Arias. En plena
calle, la madre de Patricia fue desmayada de un golpe y uno de los vidrios del auto de los
García destrozado a golpes. Al grito de vamos a buscar los fierros, Patricia
y sus hermanos regresaron por la venganza. En la refriega, uno de los Arias, Raúl, murió
de un disparo en el pecho. Patricia, que había sido citada a declarar como testigo, fue
reconocida como quien incitaba a sus hermanos a disparar contra los Arias, quedó detenida
y finalmente resultó condenada a 8 años de prisión como partícipe
necesaria en el homicidio.
Pero no fue la única condenada por el Tribunal Oral en lo Correccional 9. Los jueces Luis
Cabral, Fernando Ramírez y Luis García fueron al origen de los hechos: no quién
empezó, sino quién permitió que se empezara. No puede dejar de tenerse en cuenta
citan en los considerandos del fallo que tanto los hechos motivo del juicio
como el incidente que le dio origen ocurrieron en un contexto de marginalidad y ausencia
de la autoridad policial, donde las personas pueden sin razón creer que la forma que
tienen de solucionar los conflictos es por propia mano.
Durante el juicio fue citado como testigo el subcomisario de la Policía Federal, Marcelo
Gabriel Godfroit, quien intervino en los primeros pasos de la investigación del
homicidio. Refiriéndose a él, los jueces fueron elocuentes: afirmaron que el funcionario
policial sólo pudo mencionar que había arribado al lugar cuando todo había
concluido, y aprovecharon para subrayarlo utilizando las mismas palabras que el
subcomisario pronunció en su presentación durante el juicio: Como es usual en los
casos que suceden en estos barrios había declarado Godfroit en la audiencia,
nadie dio informaciones que permitieran dar con los autores. Tan falto de
información fue el desempeño policial, que no pudo detectar a ninguno de los acusados,
quienes continuaron viviendo en la misma villa 20 hasta que uno de ellos, Patricia
García, concurrió como testigo de Graciana Carpio, una amiga que había sido acusada en
su lugar. García fue reconocida por un testigo como quien incitaba a uno de sus hermanos,
Roberto Memo Alejandro, a disparar a quemarropa contra Raúl Arias, la
víctima.
No puede dejar de advertirse continúan analizando los jueces la
participación policial que en el lugar se había reunido gran cantidad de público
durante los festejos del Señor de Tacalahuna, y que los testigos manifestaron que no hubo
presencia policial, con excepción de la madre de la condenada que sostuvo que
durante la procesión hubo un patrullero, pero se retiró.
Las autoridades policiales competentes subraya el fallo no podían
desconocer la existencia de una fiesta que se celebraba regularmente, queallí se
expedían bebidas alcohólicas y que el número de personas reunido hacía previsible la
eventualidad de incidentes, más allá de que pudiera concluir con una muerte o no.
La ausencia de la autoridad pública continúa el texto dedicado a la
policía en un barrio de evidentes carencias materiales en circunstancias como ésta
fomenta la posibilidad de que, al no ser posible recurrir a ella para solucionar los
conflictos entre los particulares, se resuelva proceder por mano propia para obtener
reparación. Más allá de que ello no justifica el accionar de quienes emprendieron la
represalia, esa ausencia forma parte de las carencias que allí se viven y disminuye,
dentro del marco legal, el reproche a ejercer, aun cuando se haya llegado a resultados tan
graves e irreparables como los que se han producido en esta ocasión.
COMO ES LA VILLA DONDE SE PRODUJO EL ASESINATO
Acá nosotros tenemos más que miedo
Por Alejandra Dandan
Nadie habla de
inseguridad. En la Villa 20 esa sensación se pronuncia como miedo. La avenida Escalada es
tierra fronteriza. Delimita un espacio de 27 manzanas que de a poco fue convirtiéndose en
inhabitable para su misma gente. Para protegerse de robos y peleas internas, los vecinos
fabrican mecanismos domésticos: salen acompañados de a tres o más, ponen puertas y
rejas en casas de chapas y algunos idearon un sistema de timbres que sólo alerta a la
gente de una misma manzana. Dicen que la policía patrulla cada tanto, pero durante el
día. Después de las diez de la noche y los fines de semana, la Villa 20 es tierra de
nadie. O de cualquiera.
Mientras fuera, del otro lado de Escalada se busca aniquilar la inseguridad con reclamos
de mayores medidas, adentro ni siquiera se cuestiona el peligro. Sólo se aprende a
convivir con el miedo.
Dos mujeres acaban de bajar el puente de Escalada. Cruzan uno de los únicos caminos que
abren la Villa entre torres de autos desarmados. Mi marido anda con un cuchillito en
su mochila, dice Mabel Cano. Al lado está Hilaria Gómez. Llega del trabajo antes
de la caída del sol. Espera sobre Escalada la cara de algún conocido y recién,
entonces, inicia la bajada hacia el corazón de la Villa. Nos esperamos para salir y
cuando llegamos va contando. Yo salgo a las 6 de la mañana para el trabajo y
está un poco oscuro. Tenemos que ir hasta Jumbo y nos da miedo.
El puente que bordea la avenida es puerta de ingreso a la Villa y uno de los lugares más
temidos. Ahí a Hilaria le sacaron días atrás una cartera, al marido de Mabel, ayer, 40
pesos. Eran tres pibes cuenta la mujer, tenían 17 años y fue al
mediodía. Mabel no está enojada. Y ... con las cosas que están pasando. Es
así, comenta. Puso rejas en su casa para protegerla después de que un día sintió
que alguien entraba. Desperté a mi marido: Están tratando de
entrar. Ninguno de los dos se atrevió a levantarse. Sólo escucharon:
Al otro día faltaba una bicicleta: se habían metido por el pasillo.
Hasta antes de la última razzia policial, Emilio Roa mantuvo algunos proyectiles en su
casa. Pertenecían a un arma que compró después de un robo donde se llevaron grabador,
televisión y ropa de los chicos. Acá no hay nada de seguridad
protesta, pasan los patrulleros una vez cada tanto. Existen dos puntos
considerados los más peligrosos. Uno es el puente de salida, donde algunas banditas se
dedican a robos menores. El otro es la zona alta más alejada de la Escalada.
Tenemos más que miedo -dice Roa, no podemos dejar salir solos a los
chicos. Los suyos son seis y van a la escuela en el complejo Lugano. La mayor,
a la tarde va a inglés sigue el hombre y nos repartimos con mi mujer para
acompañarla porque no puede andar sola.
Para la gente existen dos días donde los desmanes parecen excederse: los sábados y
domingos. Los fines de semana son los más jodidos insiste Roa porque
los pibes empiezan a chupar y a las seis o siete están alcoholizados y a las tres o
cuatro de la mañana empiezan las peleas, los saqueos, todas esas cosas.
En el último mes, los vecinos vieron circular con más frecuencia patrulleros durante el
día. Pero de noche no pasa nadie, protesta una mujer. Ese es uno de los
problemas que denuncia el barrio. Ante una señal de alarma, resulta difícil conseguir
teléfono. Una vez logrado, se llaman para hacer la denuncia y la respuesta puede llegar,
si llega, con una patrulla varias horas más tarde o ni siquiera llegar. El otro
día llamé para avisar que había un auto robado frente a mi casa indica otra vez
Mabel pero me dijeron: `Señora, ahora no tenemos a nadie para mandar.
Los restos de aquel auto todavía están frente a la casa de la mujer.
Además de coordinar horarios para acompañarse, en algunos pasillos se idearon sistemas
de timbres como protección. Luy Molina usa ese sistema: Si alguien entra a mi casa
se prenden todos los timbres de las otras casas y salimos todos afuera. Molina es
boliviana. Hace ocho años queviven en la Villa y es parte de una de las comunidades
importantes de inmigrantes, junto con la paraguaya.
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