Por Mariana Carbajal
Un osito de
la infancia en la mochila. Continuas plegarias y pequeños objetos de cada hijo en la
cartera. Una botellita con agua y ansiolíticos en el maletín. Siempre la misma camisa y
un asiento del lado del pasillo. Una petaca con whisky, un anillo especial y una lectura
minuciosa de los diarios en los días previos en busca de accidentes aéreos que alejen
estadísticamente la probabilidad de una catástrofe el día del vuelo. Estas son algunas
de las estrategias a las que apelan los viajeros temerosos de subirse a un avión. No son
pocos. En un relevamiento realizado por la Universidad Torcuato Di Tella y el Laboratorio
de Estudios Regionales en Opinión Pública (LEROP) de la UBA, dirigido por la socióloga
Graciela Römer, el 23 por ciento de los pasajeros manifestó tener miedo de volar. La
mayoría de éstos reconoció apoyarse en algún recurso mágico como rezar (47 por
ciento) y usar una cábala o llevar un amuleto (10 por ciento). Otros admitieron que toman
algún medicamento (24 por ciento) o beben alcohol (15 por ciento) para apaciguar el
pánico, y uno de cada tres directamente trata de evitar el viaje.
Verónica Ichazo, de 35 años, pertenecía al grupo de miedosos asumidos. A
través de una terapia especializada consiguió dominar su aerofobia. Su
pavura a volar nació cuando tenía 15 años. Subí a una avioneta para un vuelo de
bautismo. El instructor que me llevaba hizo varias piruetas en el aire y me dio pánico.
Desde ese momento para mí un avión fue sinónimo de terror, recordó en diálogo
con Página/12.
El miedo, sin embargo, no la espantó definitivamente de los aeropuertos. Viajaba
con mi marido pero la pasaba muy mal. Sentía taquicardia, transpiración en las manos,
insomnio 15 o 20 días antes del vuelo, tenía alucinaciones de que se iba a caer el
avión, y antes de partir me despedía de mis seres queridos como si nunca más los fuera
a volver a ver, contó la mujer, estudiante de Psicología social y madre de dos
chicos de 8 y 4 años.
En la investigación, los pasajeros fueron agrupados de acuerdo a su actitud frente a un
vuelo. El 63 por ciento fue considerado tranquilo. Allí se incluyeron las
personas que viajan serenas, con placer y seguridad. El 14 por ciento resultó ser
miedoso no asumido: aquellos que experimentan tanto sensaciones agradables
como desagradables al subirse a un avión. El 23 por ciento fue catalogado como
miedoso asumido: dijeron que durante el vuelo están ansiosos, preocupados,
inseguros y sufren algún malestar. El 60 por ciento de los miedosos asumidos
fueron mujeres.
Los temores más frecuentes entre todos los pasajeros tranquilos y fóbicos
fueron a las turbulencias (49 por ciento), a las tormentas (39 por ciento), a un accidente
(37 por ciento), el miedo durante el despegue y el aterrizaje (23 por ciento) y a morir
(18 por ciento).
El estudio fue encargado por Alas y Raíces, la primera entidad que dictó cursos para
perder el miedo a volar en el país. En los últimos años surgieron otras como Volar sin
Temor y Fobia Club. El miedo a volar no es genético sino un aprendizaje cultural.
La mayoría no teme a la muerte en un accidente aéreo. El gran temor que sienten es a no
poder controlar la situación si hay algún problema, a quedar encerrados a 10.000 metros
de altura sin posibilidad de bajarse si lo desean, explicó a este diario el
psicoterapeuta y piloto privado Modesto Alonso, coordinador de Volar sin Temor.
Ichaza no puede creer el efecto que tuvo en ella y en su marido el curso que tomaron en
1995 con el comandante Roberto Rubio y el doctor Claudio Pla en Alas y Raíces. En
octubre, el matrimonio se animó a cruzar por primera vez el océano Atlántico. Ichaza se
define ahora como una fóbica recuperada. No obstante, a veces, recurre al
comandante Rubio para calmarse antes de una travesía. Llamo para consultarle cuál
es el pronóstico meteorológico sobre la ruta del vuelo el día del viaje y si la ruta es
segura. Así me quedo más tranquila, reconoció. Para la investigación se
encuestaron a 900 personas en el aeropuerto de Ezeiza y el aeroparque metropolitano Jorge
Newbery y en la terminal de ómnibus de Retiro entre pasajeros con destino a localidades a
las que llegan las líneas aéreas. El estudio descubrió que las compañías aéreas
pierden una facturación significativa por esta fobia. El 16 por ciento de los
entrevistados que experimentaron alguna sensación desagradable al volar (62 por ciento
del total de pasajeros) viajaría más frecuentemente en avión si pudiera evitar esas
sensaciones.
Los que lo evitan
Un 23 por ciento de los pasajeros que viaja regularmente en medios de transporte terrestre
lo haría en avión si no tuviera distintos tipos de temores, de acuerdo con el estudio
del Laboratorio de Estudios Regionales en Opinión Pública y la Universidad Torcuato Di
Tella. Hasta el año pasado Adela Spekam de Klein, de 72 años, pertenecía a ese grupo.
Mi madre y mi esposo tenían miedo a volar así que cada vez que teníamos que ir a
visitar a familiares en Tucumán viajábamos en tren. Había un expreso que era una
maravilla y dormíamos en camarote. Queríamos viajar a Europa y a Israel y siempre lo
postergamos. Cuando eliminaron el servicio de trenes a Tucumán empezaron los problemas: a
mi edad un viaje en micro se me hacía muy molesto, y me di cuenta que yo también tenía
temor, recordó Spekman. La mujer, vecina de Villa Crespo, hizo el curso después
que quedó viuda y ahora vuela con placer, aunque no se olvida de rezar alguna oración si
la nave se sacude demasiado. |
Yoma va a La Rioja en auto
Por M.C.
El senador Jorge Yoma es de los miedosos asumidos que han abandonado el avión
y semanalmente recorre en automóvil los 1200 kilómetros que separan Buenos
Aires de la provincia de La Rioja, a la cual representa en el Congreso. Dejé de
volar alrededor de 1985 o 1986. Llegando al Aeroparque en un vuelo de línea tuvimos que
descender en medio de una tormenta bravísima. Fueros dos minutos desastrosos. El avión
se movía todo y entró a la pista medio cruzado. Esa experiencia me impactó. Quedé con
mucho temor y me acostumbré a viajar a La Rioja de noche en auto, contó a
Página/12.
Forzado por circunstancias políticas, en 1992 Yoma subió nuevamente a un avión. Según
recuerda, fue su último viaje por el aire. Era interventor del PJ en Tucumán y
(Eduardo) Duhalde que era presidente del partido a nivel nacional iba a hacer una gira por
la provincia. No tuve otro remedio que acompañarlo desde Buenos Aires en un avión de 12
plazas pero resultó ser un viaje maravilloso, relató. Para el regreso a la Capital
Federal, no obstante, prefirió el transporte terrestre. Mi mayor problema es el
encierro. La sensación de impotencia de estar arriba del avión y no poder hacer nada si
hay algún problema, explicó. Dice que utiliza su traslado semanal a La Rioja como
parte de una terapia. Son 9 horas o 9 horas y media en las que me encuentro conmigo
mismo. Me resulta muy funcional para pensar. De esos viajes salieron algunos proyectos
políticos y de ley. Si estoy cansado maneja un chofer y si no yo, agregó. Tal es
su aversión a los aviones que durante la campaña por la interna peronista en la que se
disputaron la candidatura a presidente Menem y Cafiero, él se encargó de armar la
estructura menemista en Corrientes, Formosa y Santiago del Estero y viajó de acto a acto
en automóvil. |
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