Las dos grandes novedades del año en el agonizante rubro de los programas cómicos se llaman Petardos e Imitaciones peligrosas.
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Por Carlos Polimeni Una de esas mujeres siliconadas que, vistas positivamente, suelen ser definidas como unas potras infartantes, está disfrazada de bebota, al estilo grosero-naïf de Adriana Brodsky hace quince años, pero con un toque de Cicciolina. Un señor con cara de obseso sexual le mira las prominencias, relamiéndose repetidamente, como si no hubiese bastado con las cinco primeras veces. Ahora mira, con desdén comparativo, a su esposa, que parece estar en otro planeta. La esposa hace mutis por el foro de ese living de canje con negocios de gusto bizarro. La nena se le monta en las rodillas, sobre el sofá, y le pide un cuentito. El padre, que es Emilio Disi, le pone la cara en los pechos inflamados, mientras le tartamudea una historia erótica. La nena es su hija adoptiva, se ha aclarado en un momento del sketch. Eso es todo lo que pasa y pasará: mostrar la calentura de un hombre mayor por una muy joven y bella. Sólo que es su hija. Parece una cruza de Lolita con Alicia en el país de las maravillas, narrada por un deficiente mental. La escena descripta, con bastante vergüenza ajena, no pertenece a un video erótico. Es una de las más suaves de Petardos, un programa humorístico de Azul Televisión que lleva en su marca el orillo de Hugo Sofovich. El sketch por otra parte inspirado sobremanera en uno de los tempranos 80 de un programa de Alberto Olmedo, sólo que en ese caso el juego era de un suegro con una novia de su hijo no es mucho más subido de tono que el resto de los que componen una apuesta curiosa: llevar la estética machista, aldeana y barata de los teatros de revistas al público que se sienta a ver televisión los miércoles por la noche. Sofovich se indignó cuando, hace dos semanas, en el programa Yo amo la TV le sugirieron que su estética atrasa, de modo ostensible. Le mencionaron Orwall for fai o Delicatessen, curiosamente levantados ambos por el mismo canal, América, como ejemplos de renovación. Esas son estudiantinas, bramó el hermano de Gerardo. El prefiere un sketch en que un comisario y un policía con acento paraguayo, interpretado por Miguel del Sel, recuerdan sus aventuras sexuales mientras desfilan por la seccional chicas semidesnudas. Al igual que Petardos, que el año pasado iba por el 13 y se llamaba Rompeportones, Imitaciones peligrosas, de Mario Sapag, no es ninguna estudiantina. De existir el término, sería una jovatina: humor para sesentones y setentones sexistas, heredero directo del de la revista más básica. Para nada extrañamente, está producido por el inefable Disi, y tiene su respectivo contingente de señoritas siliconadas pulposas, que recitan letras de memoria, se agachan mostrando y se contonean todo el tiempo, como gatitas en busca de afecto. Las imitaciones de Sapag lo muestran como una sombra de sí mismo. El truco, el sketch que intenta ridiculizar a Roberto Galán lo demuestra, no va más allá del acierto de la caracterización. La performance propia del imitador es paupérrima. Estos son los dos programas más nuevos de humor en la televisión argentina, y sus mediciones, hasta aquí, parecen inexpresivas. Les sirven, apenas para mantenerse flotando. Es que hay que tener estómago para verlos. Los sábados, ya como un rito, Azul pasa un compilado de grandes éxitos de Alberto Olmedo, dándole vida y valor histórico, a fuerza de repentización y calle, a textos apenas menos chabacanos que éstos. La diferencia no causa risa. Espanta.
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