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Por Mariano Blejman La mirada de Alfredo Casero es dulce como la de un niño. Pero Casero tiene una furia interna que suele brotarle en momentos críticos. Es ciclotímico, hiperkinético y no para nunca. Sus carcajadas son voraces y su postura desafiante. En algún momento se lo acusó de improvisar demasiado, algo de lo cual no reniega, pero que no repite, por ejemplo, con los guiones de Vulnerables, el programa de Pol-ka en que se luce como actor dramático. Hace ya algún tiempo, su modo de encarar los programas cambiaron la forma de hacer humor en la televisión argentina. Por eso, Cha Cha Cha se transformó en objeto de culto para una porción del público. Pero eso no lo ayudó a permanecer en televisión haciendo humor. Ahora, en la piel del personaje Roberto Chitti, es un fletero obeso, admirador de Nick Nolte, que queda expuesto en las sesiones de terapia por sus relaciones con travestis. Casero vive y no vive en Buenos Aires. Pasa la mitad de la semana en Puerto Madryn, tratando de curarse de lo que aquí lo enferma. Dejó para el teatro lo que no pudo lograr en televisión y, riéndose de los gerentes de programación, descuella con un unipersonal de humor sólo para entendidos. La televisión, afirma, no produjo en los últimos quince años figuras de la talla de Alberto Olmedo y Tato Bores, sus maestros. ¿Cómo se lleva con su personaje en Vulnerables, que es totalmente dramático? Me encanta. Hay una idea sobre el gordo nacional que dice que el solo hecho de ser gordo hace que uno sea diferente. Pero meternos en la cabeza la idea de que el gordo es minusválido porque es gordo es una boludez. Este tipo es normal, pero se come las uñas y tiene una sensibilidad mayor por su gran miedo. En realidad es un violento con miedo..., como yo. El no tiene la culpa de querer cogerse a un travesti, porque a lo mejor en su puta vida va a ver una mina así producida. Pero no sabe si se lo tiene que coger. Es esa instancia moderna de personas que están al borde, porque hace cinco años esto no pasaba. Y con usted mismo, ¿cómo se lleva? Bárbaro, me cago de la risa conmigo. Tengo un grave problema: me gusta comer y tengo que adelgazar: ¿cómo lo arreglo, explíqueme? Después sólo me queda cortarme el pelo una vez cada tanto y ya está. Sus proyectos ¿en qué quedaron? Yo quise producir mis propias cosas y no supe cómo hacer. Después que perdí la batalla de Nurburgring (léase el final de Cha Cha Cha), apareció el General Suar que me puso en sus filas y me dijo señor, tire acá y yo voy y tiro ahí, o me dice bombardeáme acá, y yo voy y bombardeo ahí. Acá al que le va bien lo hacen mierda, esa mentalidad la tenemos que cambiar. Hasta diría que este tipo es el último bastión que les queda a los actores para poder laburar. Si la empresa crece, aumenta la posibilidad de hacer más ficción. El año pasado todos salieron a hacer latas, gastaron fortunas, quedaron los pilotos y entre ésos caí yo. Y me la comí. Está cada vez más serio en los reportajes. Sí. Porque estoy madurando una manera de pensar. Es un paso adelante. Yo me entendí con la gente haciéndola reír. Si ahora puedo decirles algo que les haga bien, bárbaro. Me afecta la guerra y ver a los pibes sufriendo, entonces de qué mierda voy a hacerlos reír si se están muriendo. Tengo la posibilidad de decirle a la gente esto no sirve, paren la pelota. Estoy en una situación de crisis. Tengo miedo de salir a la calle, mi mujer está embarazada y tengo miedo de que la caguen a trompadas o que le afanen la billetera. Es un momento feo para ser humorista. Qué mierda los voy a hacer reír si tenemos una realidad jodida. Este momento me está movilizando a hacer otra cosa. De todas maneras, mi camino comox artista no lo manejo yo. Soy un corchito en el océano Atlántico, no puedo ser rebelde contra mi destino. Pero, por poner un ejemplo, Tato Bores siguió haciendo humor en momentos difíciles. Es que me pasa en el alma. La realidad me pone en crisis con el humor. Yo quiero hacer todas las cosas, si tengo que pintar, pintaré y si tengo que esculpir, esculpiré. Yo siento la necesidad de hacer cosas nuevas. Al teatro viene gente triste, que está mal. Siento una angustia que resolveré cuando encuentre la forma de hacer reír a gente que está conmocionada. ¿Por qué en el teatro hace humor, entonces? En esas dos horas les prometo hacerlos cagar de la risa. Desde el corazón. Si alguien se lleva a la tumba un chistecito o una sonrisa, me ha hecho un gran favor. Es un legado y vale la pena todo el sufrimiento. ¿Cómo toma la vuelta de Tato a la tele de la mano de sus hijos? Tato nos aseguró durante mucho tiempo la cordura. Fue una especie de despertador para el que no tenía la menor noción de lo que pasaba. Fue un representante del pueblo desde el ser artista. El tipo se manejó con una sutileza finísima. Fue el artista más inteligente de este siglo. ¿Qué recuerdos le quedan de haber trabajado con él? Yo hablé muchas veces con él y sentía estar conociendo a un prócer. Me hubiera gustado conocer a Olmedo. Mi sueño era que Olmedo se riese con un chiste mío. Ser humorista es entregarle al maestro de vuelta algo. Y el maestro es el pueblo. Tato se debía a su gente. El me hablaba de cosas que me iban a ocurrir y después me pasaron exactamente así. ¿Como cuáles? Por ejemplo, me decía que no debía mantenerme demasiado intransigente en una línea. En su momento, cuando empecé a levantar la nariz, me dijo que tenía que tener mucho cuidado en el despegue. Y en el aterrizaje. Yo nunca tuve una persona adecuada al lado que supiera hacer negocios por mí. Aparentemente la única persona que quiere hacer negocios conmigo soy yo. Porque la verdad es que desde que se abolió la esclavitud en el siglo XIII yo no trabajo para nadie, nunca en la reputísima vida. Soy un profesional, me cansé, no me voy a poner a hacer patriadas y levantar paredes. ¿Tiene en mente otro programa? Sí, pero no existe todavía. No tengo tiempo. Se va a ver en el momento en que salga, de la misma manera que yo voy a ver cómo se edita esta nota el día que salga. Es el trabajo de cada uno. ¿Sabía que está a punto de salir Todo por 2 pesos, con Alberti y Capusotto, por Azul? Estoy esperando para verlos. Extraño terriblemente a Capusotto y Alberti. Me encanta que puedan llevar a cabo un proyecto propio. Capusotto es la cara del payaso nacional. Alberti tiene una locura enternecedora y una bravura genial. Los extraño con el alma y les deseo lo mejor. Seré uno de sus televidentes. ¿Sigue teniendo rencores con Cuatro Cabezas por Delicatessen? La verdad, vi algunas cosas que eran demasiado parecidas, me dio bronca y cacareé. Habían cosas en las que yo pensaba por qué hacen eso, ni siquiera me preguntaron, aunque tampoco pretendía algo así. Pero la verdad es que... me dio como pena. Yo no vi el programa cuando salió porque estaba viajando a Madryn, y la gente me decía te están copiando. Me dio pena, pero en ningún momento la cosa fue con Alberti o Capusotto. ¿Por qué se va a Madryn? Una vez me hicieron una nota en Madryn, me enamoré del lugar, compré una casa y me quedé. Tengo mis amigos, mi camión, recorro la Patagonia. Me relajo cuando no trabajo y no tengo ningún problema en mirar tele cuatro horas seguidas. Cuando empiezo a sentirme culpable me meto a hacer cosas. A mí nadie me conoce, porque estoy cambiando constantemente. Sé para qué lado voy, si no sería una especie de pollo ciego. Por eso paré un año y pico y empecé a hacer teatro. Hay que pagar cuentas, hay que vivir. No soy rico y la mayoría de la plata que gané la puse en proyectos. La última plata que reventé fue en Hormigas, un programa para chicos. ¿La televisión económicamente le vino bien? A la televisión le estoy vendiendo horas de mi vida. Es como una rueda de la fortuna, es el azar. Hay una magia que hace que a veces se gane más y a veces menos. Ahora hay alguien que nos da la posibilidad de ver a Alcón en televisión. Me parece que Calabró hace un personaje perfecto, está buscado y es creíble. Si la Argentina fuera Italia, Galván sería Dario Fo. Si fuera Inglaterra, Tristán sería un gran comediante.
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