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Por Fernando DAddario La agenda del violinista Fernando Suárez Paz se nutre de los compromisos más diversos, registra encuentros tamizados por el eclecticismo musical y no incluye invitaciones pasibles de ser tachadas por el buen gusto, pero en todas las páginas, y con todas las letras, aparece el nombre de Astor Piazzolla como garante de sus actividades. Así toque con Gary Burton, o con el grupo que también integran Gandini, Console, Marconi y Lew, o con el Quinteto Fundación Astor Piazzolla, o con los músicos de jazz y/o clásicos del Primer Mundo que lo invitan periódicamente, el espíritu del autor de Adiós, Nonino se descubre omnipresente. Lo que pasa es que buscan músicos que hayan tocado con él, y el último violinista vivo que queda soy yo. Por eso me llaman, dice con humildad Suárez Paz en la entrevista con Página/12. Suárez Paz formó parte del Quinteto Nuevo Tango, que Astor formó en 1978 y que, a lo largo de diez años, grabó 18 discos. Con otros intérpretes (Nicolás Ledesma en piano, Ricardo Lew en guitarra eléctrica, Daniel Falasca en contrabajo y Marcelo Nisinman en bandoneón, más Beatriz Suárez Paz en canto) y bajo su dirección, el Quinteto Fundación Astor Piazzolla se presentará esta noche y los martes 18 y 25 de mayo en el teatro Maipo. El nombre del espectáculo es rimbombante (Piazzollazo), pero la puesta es austera y la interpretación sólida y respetuosa. Así, conviven piezas musicales que reflejan distintos momentos de la vida artística del compositor, desde los clásicos Verano porteño y Milonga del ángel, hasta Balada para mi muerte escrito junto a Horacio Ferrer, pasando por Jacinto Chiclana sobre poema de Jorge Luis Borges. Tratamos de hacer algo que tenga fuerza pero que no sea tan remanido, resume el violinista, que tiene formación clásica (integró la Orquesta Sinfónica Nacional y la Filarmónica de Buenos Aires) pero toca tango desde los 14 años. No obstante esta catarata de datos relacionados con la obra de Piazzolla, Suárez Paz considera que Astor sigue siendo el menos profeta en su tierra, y eso ya no tiene que ver sólo con un prejuicio musical, sino con la cuestión socioeconómica y con el panorama cultural desolador que estamos viviendo en la Argentina. Y remata: Astor es el compositor argentino del siglo. Pero oficialmente no se lo reconoce. En este país la ayuda oficial está encarada sólo hacia el séquito musical de la Presidencia. Hace poco íbamos a actuar en el Teatro Colón y a último momento nos bajaron. Al final, claro, estuvo Mariano Mores. Estar tan ligado a Piazzolla a través de discos y presentaciones en vivo, ¿puede encerrarlo musicalmente? Al contrario. Tocar a Piazzolla no es un peso sino un orgullo permanente, y su universo musical es tan rico e influyente que uno siempre está aprendiendo. Yo con nadie en la vida me llevé tan bien y tan mal como con Piazzolla. Cuando tocaba en su quinteto, le cambiaba las cosas que había escrito para mí, y se volvía loco. Tocá lo que está escrito, me gritaba. Después tocaba lo que estaba escrito y me decía ¿por qué no tocás lo que hiciste el otro día?. El era así, revirado, pero era imposible no admirarlo y quererlo. Antes decía que Piazzolla sigue siendo más reconocido afuera que acá, pero lo relacionaba con la falta de apoyo oficial. ¿Y qué pasa con los tangueros de ley? El tanguero de ley no se banca nada. Es amarrete. Lo tiene todo guardadito, como si fuera un secreto profesional. Y cuando aparece otro haciendo algo distinto, salta como si se sintiese traicionado. Es increíble, porque salvo que estés en alguno de esos conventillos que todavía quedan, en cualquier lugar de Buenos Aires que andes, se vibra esa mezcla de melancolía y agresividad que sólo tiene la música de Piazzolla. En los últimos años se institucionalizó el crossover entre la música clásica y el tango. ¿Cómo ve estos acercamientos? No se puede generalizar. En muchos casos la aproximación es forzada. Hay excelentes músicos clásicos que no llegan a captar la esencia del tango, porque no tienen swing. Le pasa a Yo-Yo Ma, a Gidón Kremer, y le pasó también a Baremboim, que siendo un gran músico hizo una cosa horripilante cuando grabó con Rodolfo Mederos. Una vez me llamó Astor desde San Francisco, desesperado, y me dijo: Negro, tenés que venirte urgente, para darles unas clases a unos troncos que están tocando acá. ¿Quiénes son?, le pregunté. Era el Kronos Quartet, nada menos. Piazzolla se volvía loco porque los tipos no lo agarraban al tango. Y me fui, y ellos con total humildad me pedían que tratara de transmitirles aspectos típicos del tango, las ligaduras, los arrastres, tocar en el talón del instrumento. Hay una nueva generación de tangueros que tiende a revalorizar la guardia vieja, saltando en el tiempo por encima de la renovación piazzolleana. ¿A qué se debe esa elección? Por un lado, los chicos de hoy que hacen tango no tienen referentes. Mi generación tenía a Troilo, Pugliese, Salgán. Los jóvenes no tienen de dónde agarrarse, entonces van a buscar lo más viejo, y lo hacen de una manera poco comprometida. Tocan una especie de parrilla tanguera. Un tango de oreja. Y en general no se le animan a Piazzolla por una cuestión de comodidad. Para interpretar a Piazzolla hay que estudiar mucho.
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