Día tras día la prensa nos informa y nos muestra fotografías
horribles, también escuchamos las descripciones que nos llegan desde los corresponsales
que recorren la zona en guerra. Algo espantoso sucede en aquella región donde, además,
los errores de los bombarderos cínicamente explicados por el gobierno
responsable consagran la muerte de quienes se supone que debían estar siendo
protegidos. Todo eso ocurre lejos, OTAN mediante.
Mientras tanto, aquí, firmado por un Poder Ejecutivo responsable por sus decisiones, se
decidió bombardear, sin error alguno, a los escolares, a los estudiantes universitarios,
a los maestros y maestras, a la comunidad en general.
El territorio de la educación, famélico, mal alimentado y apenas sobreviviente, no
precisaba el remate del disparo final, sino, por el contrario, reclamaba la ampliación
del presupuesto que dispone cuál será la calidad de la enseñanza que se imparte en
nuestro país.
Sin embargo, el bombardero, piloteado por cuatro ministros y un guía presidencial en la
torre de mando, levantó vuelo cargado mortalmente con el decreto del recorte
presupuestario, dispuesto a descargarlo sobre inocentes y esperanzados habitantes del
país.
Ahí lo tenemos, en vuelo y en la ruta de las explicaciones y aclaraciones carentes de
justificación y de respuestas paradojales de los funcionarios consultados.
Como si no alcanzara el estado, ya catastrófico de nuestras escuelas y universidades, que
acompaña a la indecencia de los presupuestos destinados al cuidado de la salud y a la
curación de la enfermedad, se propicia un recorte en las partidas que deben responder a
las necesidades de las escuelas y de las universidades.
No es ingenuo el proyecto político que desemboca en este bombardeo sobre la educación:
aunque los responsables no se sentaron a diseñar un proyecto que apunta a demoler la
posibilidad de capacitación de los habitantes del país, los efectos que pueden
anticiparse son esos: aniquilación del entrenamiento de los procesos cognitivos y de la
vida intelectual que se emite desde los ámbitos docentes. Aniquilación de los
ordenamientos intelectuales y socializadores que aportan la escuela y las universidades,
aniquilación de la vida de la investigación, agónica hace tiempo entre nosotros.
Aniquilación de la escuela como modelo de un lugar que los países del mundo utilizan
para socializar a los chicos, para sostenerlos moralmente y para educarlos mediante el
aprendizaje de la convivencia y de las prácticas que fortifican la pertenencia ciudadana
a una nación.
¿Qué es lo que aprenderán los chicos y los jóvenes excluidos, expulsados, y limitados
en sus aprendizajes socializadores? ¿Cuál es el concepto de país que adquirirán con el
transcurrir del tiempo? ¿Qué es lo que su país les ofrece? ¿En qué piensan los
gobernantes cuando dan la orden de vuelo a los bombarderos que arrasarán lo escaso de
nuestros bienes educativos?
Es evidente el camino hacia el aumento de la exclusión social provisto por quienes no
tendrán escuelas ni aulas universitarias para acomodarse a las exigencias que el tercer
milenio provoca.
Cuando las tecnologías demandan mayor capacitación para adecuarse al nuevo ritmo de
trabajo y de actividades en general, el Poder Ejecutivo decide que determinado sector de
la población no merece crecer ni desarrollarse; lo destina a estancarse y a fermentar en
un pantano de imposibilidades y carencias, provistas por las autoridades.
En paralelo, esas autoridades se enfurecen porque los estudiantes reclaman, protestan y
porque el magisterio decide parar como única formaposible de enfrentar la barbarie que
implica vulnerar los presupuestos que sostienen a la educación.
No sólo estamos siendo bombardeados, sino también se pretende que aplaudamos al
bombardero, a sus tripulantes y al poder que los agrupa: para aceptar algo semejante
tendríamos que contar con una población de psicóticos desconectados de la realidad, y
todavía no estamos locos como para permanecer indiferentes ante semejante despropósito.
|