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TEMAS
Por Juan Gelman

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t.gif (862 bytes) ¿Y si la novela, en vez de ser –según se ha prescrito– un género literario propio del clima espiritual creado por la burguesía europea en ascenso, fuera más bien expresión de la antigua necesidad humana de relatar lo inquietante de la crisis como forma de conocerlo y apropiárselo? Y si así fuere, y dado que desde hace más de dieciocho siglos (por lo menos) que en Occidente se escriben novelas, ¿eso significa que nuestra civilización ha padecido a lo largo del tiempo un estado de crisis permanente que los narradores saben registrar con más agudeza, intuición y sensibilidad que los historiadores? ¿Hablaría este fenómeno de la velocidad de desarrollo de una civilización que ha alcanzado grados de dominio y destrucción de la Naturaleza no conocidos antes y tampoco en el resto del planeta? ¿No sería ésa la esfera autónoma de la narrativa, desobediente a patrones sociológicos y políticos, pero obediente a la misión de observarlos desde otro lugar, más libre, instalado en el deseo? Sepa el lector disculpar esta retahíla de preguntas provocada por una relectura de El asno de oro, de Apuleyo.
Se escribió en latín hacia el año 170 de nuestra era y su autor nació en Madaura, cerca de Cartago, en el norte del Africa colonizada por el Imperio Romano. Narra una historia singular: Lucio, el protagonista, es convertido en asno por mal uso de la magia, sufre como jumento trabajos duros y desgracias continuas, corre varias veces el riesgo de ser muerto, y es devuelto a su condición humana por la diosa egipcia Isis, que llegó a extender el culto de sus misterios en Grecia, Roma y todo el Mediterráneo. El argumento le permite al autor dar un vasto paseo por los males de la época: la avaricia, la sed de poder, las traiciones, la infidelidad, la lujuria, la injusticia, la soberbia de los poderosos, la maldad gratuita, el robo, la corrupción y otras perversiones que en nuestro tiempo se practican con modernidad superior. El halo mágico del relato no le impide incurrir en lo que muchos siglos después Gorki bautizó como “realismo socialista”. Por ejemplo, una de las historias es la de un señor muy rico que mata las ovejas de un vecino pobre para apropiarse de su terrenito, o le espanta los bueyes, o le echa a perder las cosechas, y termina asesinándole un hijo y empujándolo al suicidio. Como Zhdanov quería, un hermano de la víctima “le arrancó su alma podrida” al victimario. Como Polevoi no hubiera querido, esa venganza nada cambia: los esclavos siguen siendo esclavos y al amo muerto sucede un amo vivo.
El hilo de la narración permite anudar cuentos de diferente calibre y por eso no faltan críticos que niegan a El asno de oro la categoría de novela. Pero nada muy distinto ocurre en El Quijote y, finalmente, qué es una novela. Borges mencionó la imposibilidad de saber el significado de esa palabra.
Un cuento de Efeso, de Jenofonte, pero no el historiador, Leucipe y Clitofonte, de Aquiles Tacio; Etiópicas, de Heliodoro; Dafnis y Cloe, de Longo; Querrea y Calirroe, de Caritón: son cinco novelas escritas en griego, en los siglos I a III después de Cristo, que acuñan un modelo que fatigan las telenovelas de hoy. Por las cinco cruzan un joven y una joven –hermosos, enamorados y libres– cuya fidelidad debe enfrentar por separado suntuosos peligros y amenazas antes de reunirse o volver a unirse en pareja y matrimonio. Ese prototipo marcó en su momento –dice Michel Foucault– el nacimiento en Grecia de una nueva Erótica, que dereflexionar en el amor viril por los muchachos pasa a privilegiar la relación amorosa acuñada por un polo masculino y otro femenino, arquetipo que sigue vigente en nuestros días.
Dafnis y Cloe, novela pastoral de amor, goza de una profundidad psicológica que Pablo y Virginia, confeccionada quince siglos después por Bernardin de Saint-Pierre, apenas decora con la contemporaneidad. Pero tal vez los temas de la novela no sean muchos. Tal vez el único intento válido de la escritura consista en imprimirle novedad a lo viejo, como sentenció Ezra Pound. Tal vez ciertos temas de la humanidad tampoco sean muchos. Espartaco alzó su espada contra la opresión dos mil años antes que su metralleta el Che.

 

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