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PIDEN PERPETUA PARA DOS DE LOS POLICIAS ACUSADOS
“La tortura se castiga y se condena”

El fiscal y la querella pidieron la pena
máxima para los acusados de torturar
y matar a Miguel Bru en una comisaría.

El subcomisario Walter Abrigo, uno de los acusados, lagrimeó al escuchar el pedido del fiscal.
Bru lo había denunciado por un allanamiento ilegal. Varios testigos lo acusaron por torturas.

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Por Horacio Cecchi

t.gif (862 bytes) Ayer comenzó el principio del final. Con puntillosidad, como si estuviera hilando la trama de una telaraña, el alegato de Omar Ozafrain, abogado de la familia Bru, empezó definiendo un término: la impunidad selectiva y, lentamente, se volcó a una tarea de demolición, anticipando y destruyendo cada uno de los puntos sobre los que se apoyaba la estrategia defensiva de los ex policías Walter Abrigo, Justo José López, Juan Domingo Ojeda y Ramón Ceresetto, imputados por la desaparición y muerte de Miguel Bru. Lo había antecedido el fiscal general Héctor Vogliolo, quien solicitó reclusión perpetua para Abrigo y López, como autores directos de las torturas y muerte del estudiante platense, cuatro años para Ojeda, comisario de la 9ª, donde se supone que ocurrieron los hechos, y tres para Ceresetto, acusado de fraguar el libro de guardia de la comisaría. “De la pena, además del castigo por el mal causado –cerró su alegato Ozafrain–, deberá leerse un mensaje: se acabó la impunidad. A partir de ahora, quien ponga sus manos sobre una persona deberá saber que la tortura se castiga y se condena”.
Ceresetto, Ojeda, López y Abrigo. En ese orden, de izquierda a derecha, de cara al tribunal y de espaldas a la sala repleta de público, los cuatro ex policías sentados en el banquillo de los acusados escucharon los alegatos del fiscal Vogliolo, del abogado de la familia Bru, Omar Ozafrain, y de su defensor, Alejandro Casal. La sala los siguió durante cinco horas de silencio absoluto, sólo interrumpidas en tres ocasiones: la primera, cuando Vogliolo pronunció las palabras “prisión perpetua”, del fondo de la sala, se oyó un grito contenido de aprobación y dos palmas que aplaudieron tímidamente. La segunda, cuando Ozafrain, imaginaba en voz alta cuál sería la estrategia defensiva: “Supongamos que alguno de los detenidos mintió”. En ese momento, desde las butacas donde se concentran los familiares de los ex policías, alguien murmuró “mienten todos”. La tercera fue un receso, posterior al alegato de Ozafrain, que pareció pedido por la defensa: fueron los únicos que abandonaron la sala.
La de ayer fue la 14ª jornada del juicio oral más extenso en la historia de los tribunales platenses. El interés en los alegatos quedó demostrado en las largas filas que formó el público para ingresar en la sala que, finalmente, no dio abasto: hubo que habilitar un salón contiguo.
Vogliolo inició su alegato a las 16.08, con la misma presentación con la que había abierto la primera jornada: afirmando que el delito se puede demostrar sin la aparición del cadáver. Según su argumentación, Miguel Bru fue levantado por el servicio de calle de la 9ª, integrado entre otros por Abrigo y López el 17 de agosto del ‘93, trasladado a la 9ª, donde habría sido torturado hasta la muerte. El cuerpo fue cargado en el baúl de un auto, para hacerlo desaparecer.
Según Vogliolo, la ausencia del cadáver hacía necesario recorrer el camino de demostración de la prueba en sentido contrario al usual. “Eso fue lo que hicimos y creemos que está demostrado”, señaló el fiscal, además de enumerar las “graves fallas cometidas por el juzgado del doctor (Amílcar) Vara”, destituido por connivencia con la policía.
“No se investigó la desaparición de Miguel Bru, sino su vida, sus costumbres, incluso su ideología”, dijo, en alusión a Vara. Y recorrió las persecuciones y hostigamientos que sufriera Bru previos a su desaparición. “¿Semejante saña por ruidos molestos?”, preguntó el fiscal. “¿A quién le creemos? ¿A los policías que negaron rotundamente haber visto y conocido a Miguel Bru, o a los detenidos que compartieron sus sufrimientos?”.
El fiscal dio por demostrado que López y Abrigo conocían perfectamente a Bru y que Ojeda conocía y era capaz de frenar los habituales castigos a los detenidos. Para cerrar su presentación, solicitó reclusión perpetua e inhabilitación por el mismo tiempo contra Abrigo y López, como responsables de “tormentos seguidos de muerte”, cuatro años contra Ojeda,y seis de inhabilitación, por “posibilitar por negligencia” las torturas, y tres contra Ceresetto por “supresión de documento público”.
Abrigo permaneció con la vista baja, y se restregó los ojos mientras escuchaba el pedido de Vogliolo. Ojeda se mantuvo hundido en su asiento. Ceresetto bostezaba. López, como siempre, permaneció duro como una piedra.
Ozafrain coincidió con el fiscal, salvo en dos detalles: sostuvo que la condición de funcionarios públicos de los acusados actúa como agravante y que el ex comisario de la 9ª no actuó por negligencia “porque sabía perfectamente lo que estaba pasando”. Solicitó entonces, seis años de reclusión para Ojeda y cuatro para Ceresetto. Ozafrain inició y cerró su alegato hablando de la impunidad. Después de más de una hora, miró a los jueces Eduardo Hortel, María Rosentock y Pedro Luis Soria, y señaló el sentido que debía tener la sentencia: “No sólo el de la pena por el mal causado, también el de decir que se acabó la impunidad, que la tortura se castiga y se condena”.
Veinte minutos después del receso, el defensor Alejandro Casal inició su maratónico alegato, en el que pidió la absolución de los cuatro policías (ver recuadro). El próximo lunes, a las 18, será el día de la sentencia. Entonces se habrá cerrado sólo parte de esta historia negra.

 

Argumentos anticipados

“Imaginemos por un momento lo que va a proponer la defensa”, dijo Ozafrain, que habitualmente ocupa el cargo de defensor oficial. Acto seguido, desmenuzó y demolió los soportes de la estrategia defensiva: especialmente la mendacidad de los testigos detenidos, la ausencia del cadáver, y las ventanas de las celdas por donde los presos dijeron ver las torturas, tapiadas. “Supongamos que todos los detenidos mintieron. ¿Es creíble que se hayan confabulado para decir que vieron todo a través de una pared?” Demolición. Cuarto intermedio. Sale sólo la defensa, ni siquiera los jueces o los acusados. Regresa Alejandro Casal y la codefensora Norma González. Comienza ella muy nerviosa y masticando un caramelo: “Es una pretensión del abogado imaginar lo que dirá la defensa” dijo pero luego sostuvo que “los testigües (sic) dificultaron la prueba”. Siguió luego Casal, desmenuzando las contradicciones de los detenidos. Ozafrain había acertado.


 

LOS DETUVIERON POR LLEVAR MORFINA, PERO ERA AZT
La droga mortal que resultó remedio

t.gif (862 bytes) Los efectivos de Drogas Peligrosas estimaron el valor de la carga en unos 150.000 dólares, y se sintieron orgullosos por el hallazgo casi azaroso de los tres kilos de morfina y la detención de los dos sospechosos. “No es habitual encontrar este tipo de droga, que es mortal, altamente depresiva y que genera una gran dependencia”, dijo el comisario Héctor Martini, jefe de la Inteligencia de Drogas Peligrosas. Sin embargo, los supuestos traficantes tuvieron que ser liberados apenas unas horas después: no se trataba de morfina, sino de AZT, una droga que se utiliza en el tratamiento de enfermos de sida.
Los policías realizaban un procedimiento de control en el barrio de Almagro. En la esquina de Medrano y Corrientes detuvieron un Renault 9, cuyos ocupantes mostraron una cédula verde vencida. Una ojeada más detenida detectó que debajo del asiento de uno de ellos asomaba un sospechoso maletín negro. A las preguntas por el objeto, “los hombres dicen ‘no es mío, no es mío’; no era de ninguno de los dos –contó Martini–; entonces se llama a un juez (de instrucción) que da la orden de requisa. Se abre, y adentro aparece una bolsa como de Coto con otras dos bolsas de nylon transparente, que tienen como harina suelta”. La sustancia se expuso entonces a los reactivos, y según la policía se determinó que era morfina, una potente droga que se utiliza en casos de enfermos terminales. Los hombres, de alrededor de 50 años, quedaron detenidos.
Al encontrar lo que se suponía esa droga, “se pasó la causa a un juez federal y ahí intervine yo”, dijo a este diario el juez federal Gabriel Cavallo. Entonces llegó la sorpresa: “A las dos de la mañana, cuando se supo que no era morfina sino AZT, ordené la libertad de los detenidos”.

 

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