Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

LAS CALLES DE LOS ESTUDIATNES

Por Osvaldo Bayer

na32fo01.jpg (10092 bytes)

t.gif (862 bytes) Estas dos últimas semanas hemos comenzado a sentir historia, la gente ha salido a la calle y se ha puesto a marchar. El jueves pasado viví algo nunca experimentado en los sesenta y cinco años que vivo en Belgrano. Estoy casi en una esquina que da a Monroe. Durante todos los años vividos allí nunca vi marchar manifestaciones por esa calle. Salvo las de los hinchas de River cuando salían campeones o le ganaban a Boca. El jueves de la semana pasada un murmullo que avanzaba me alertó, después me hizo levantar de la silla hasta que al final me llevó a abrir la puerta de casa y salir: sí, eran estudiantes que avanzaban ocupando la calle de vereda a vereda y no gritaban un anecdótico y pasajero eslogan de camiseta, sino que las palabras que invadían la calle enunciaban dignidad y dejaban al desnudo la pobreza y el cinismo de los que nos gobiernan. Me puse en puntas de pie en el umbral y los aplaudí entusiasmado. Se iluminaron sus rostros de sonrisas y levantaron sus manos en saludo. Los vi pasar como si todos tuviesen coronas de flores en sus cabezas, como si marchasen al triunfo final como aquellos obreros de principio de siglo que con sus banderas llenaban las avenidas para lograr las ocho horas de trabajo. Al día siguiente, en la Facultad de Filosofía vinieron los estudiantes a pedirme que les diera una clase en la calle. Lo hicimos, en Acoyte y Rivadavia. Esquina donde pasan todos los automóviles del mundo al mismo tiempo. Era una escena para Fellini: todas las bocinas, todas las sirenas, los ojos de vidrio y los palos amenazantes de mil policías. Y nosotros en el ágora griega hablando de futuros y de la misión que cargábamos sobre los hombros de hacer felices para ser felices. Estábamos defendiendo el derecho a la cultura popular, el ladrillo de la escuela pública, el libro de la adolescencia y la dignidad de los maestros del pueblo. No nos amilanaron ni los subcomisarios panzones, ni los alaridos histéricos de patrulleros cada vez más cercanos, ni los frenéticos pero atildados dueños de los Ford Orion en sus masturbados volantes. Una escena perfecta entre los rostros y la voz limpia del sentir libertario frente a los dueños del poder que con chirrido morboso pegaban pataditas impotentes encerrados en sus tanques civiles. La voz joven en la discusión por los derechos de los sin derechos y los humillados, contra el murmullo sobón de la sociedad establecida que era arrancada de sus discusiones vaselinadas de candidaturas e internas. De pronto, lo que ellos llaman “democracia” había sido reemplazada por la gente joven que llenaba las calles de la democracia sin comillas.
Cuando terminé la clase se me acercó un señor bien atildado, de bigotes ya canos, bien afeitado con lavanda. Y, valiente, me increpó. Se lo veía acostumbrado a mandar. “Usted arregla sus propios complejos en la calle -me dice, firme– pero yo por culpa suya hace media hora que tengo mi auto parado sin poder pasar.” Lo miro y en tono comprensivo, casi profesoral, le digo: “¿Sabe lo que es usted?”. Y le agrego la respuesta: “Usted es un egoísta. A usted le preocupa su auto, a estos jóvenes les preocupa la cultura de su pueblo. Vaya a quejarse a la Casa Rosada, por Rivadavia derecho. Allí lo van a atender los suyos”. “No me confunda, yo no soy menemista”, me responde. “No importa, lo van atender igual”, finalizo. Dos estudiantes lo toman de los codos y lo devuelven a su destino.
Creo que, después de su espera obligada, el airado amigo del orden se habrá ido a afiliar a algún partido de los Bussi, Patti o Rico. O soñarcon que vuelva la Liga Patriótica Argentina, aquella fuerza de la gente de bien que limpió las calles y las pampas patagónicas de gauchos alzados y anarquistas de pensamiento foráneo.
De Rivadavia y Acoyte volé a la Universidad del Comahue; allí en el aula magna neuquina estaban los docentes, los representantes de los organismos de derechos humanos, los estudiantes. Les hablé sobre misión y deber de la docencia justo cuando los Menem, los Corach y los Anzorreguy querían proscribirla para financiar la vanidad del lujo de su séquito. Los dueños del poder político quisieron arrojar a la docencia –esa sublime claridad- al lugar de los trastos sin uso para dar lugar al posmodernismo a la Yabrán-Yoma, mordida marca registrada. En ese aspecto, los argentinos hemos superado ya el período del realismo mágico para pasar al de la turrada simple y llana, sin disimulos. Por ejemplo esto, apenas un detalle al pasar: nuestro actual ministro de Justicia de la Nación, doctor Granillo Ocampo, fue funcionario de la dictadura militar del sistema de la desaparición de personas. Y ahora es nuestro ministro de Justicia. De Justicia, repito. Lo merecemos. Además hace poco vimos el mal ejemplo dado por él en las recientes elecciones internas del justicialismo, acusado de fraude, manipulaciones y todas esas características que hacen a este período vergonzoso de nuestra vida institucional. Un signo distinto que nos podría llevar a ser clasificados como “Bananenrepublik”, con sello y todo. Esta realidad, por sí misma, es una bofetada a todos los principios de la Etica, una burla para todos aquellos que dieron su vida por dignidad y respeto. Al soportar esta realidad todos nos hacemos culpables del principio de inmoralidad de nuestras acciones. Resulta hasta extraño: ¿por qué los argentinos nos permitimos vivir con tanta falta de respeto hasta con nosotros mismos? ¿No es también una falta de respeto a nuestros hijos, a nuestra familia, a las próximas generaciones? ¿No es acaso mezclarnos en la impudicia? Cuando veo en qué condiciones de deterioro tienen que estudiar los estudiantes de la facultad donde enseño me pregunto si yo mismo estoy cumpliendo con mi deber ético. ¿Y si de tanto esperar se corta la cuerda del equilibrio de la esperanza y somos lanzados por la santa ira a defenestrar a sanguijuelas y aprovechados? La Calle, El Grito, La Protesta. Tres nombres de diarios obreros del pasado, que lograron con el pulmón, la piedra, la furia y la razón las ocho horas de trabajo. Mientras hoy, nuestros hijos trabajan catorce horas en los McDonald’s.
Y de las tierras del Comahue me vine al café literario de las Madres de Plaza de Mayo. Sí, un café literario. La incredulidad amenaza. Mientras Menem y consortes proyectan poner piedras fundamentales de diez futuras cárceles, las Madres abren una librería con café literario. Más que realismo mágico, realismo utópico. Les robaron a sus hijos pero ellas crean una librería. Qué más decir. La secuencia lo dice todo. ¡Qué fuerza! Mientras el Gobierno vota más millones para la SIDE y los gastos de representación, las Madres colocan una vidriera con libros y una mesa de periódicos alternativos con los sueños de los jóvenes de los barrios. Los estudiantes ya han ocupado las calles argentinas.

 

PRINCIPAL