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PANORAMA POLITICO

Desde el alma

Por J. M. Pasquini Durán


t.gif (862 bytes)  A confesión de parte, eximición de pruebas: “Los mercados son crueles, no tienen alma”, aceptó Roque Fernández en La Nación de anteayer. Aunque la definición es conocida, antes siempre estuvo en boca de los críticos del “modelo”, nunca en la de sus epígonos. En esta ocasión, además, el reconocimiento vino bien para definir con la misma frase dos situaciones emparentadas: la actual coyuntura del presupuesto público y la década transcurrida desde la elección fundante del gobierno menemista, el 14 de mayo de 1989. Ambas, por la subordinación al “mercado”, resultaron desalmadas.
Desde el primer programa económico que Carlos Menem rentó, con ministro ejecutor incluido, en la corporación Bunge & Born, hasta las últimas instrucciones de los expertos del Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre cuentas públicas y deuda externa, el tiempo y la experiencia cambiaron las relaciones del triángulo Estado–sociedad–mercado. Más sensibles a las interminables obligaciones con el mercado, sobre todo con los acreedores financieros, que a los cambios del humor nacional, Menem y Fernández decidieron podar el presupuesto de educación y de programas sociales, como si los años no hubieran pasado, mientras la recaudación del impuesto a las ganancias bajó un 33 por ciento durante el primer trimestre. La indignación pública los obligó a recular, porque el nivel de tolerancia popular está casi en cero.
Igual que en las derrotas, tampoco en las victorias conviene exagerar. No es la primera vez que la opinión mayoritaria discrepa con alguna decisión oficial, sin que por eso dieran marcha atrás como en este caso. La Carpa Blanca de los maestros debería ser historia, si lo determinante fuese la relación entre la justicia de la demanda, con sus vastos apoyos, y la mezquindad de la política de gobierno. La agitación universitaria pudo más esta vez, aunque la educación pública pasa por uno de sus peores momentos, porque el menemismo ya está en ruta de salida, ese preciso período en el que se pierden amigos y aliados en la misma proporción en que se ganan adversarios y enemigos.
La patética imagen del Presidente y su gabinete en una lluviosa nochecita salteña celebrando una victoria electoral en esa provincia (donde el PJ ganó 54 de las 58 intendencias, además de la gobernación), mientras en Buenos Aires, el primer distrito del país, Eduardo Duhalde se alzaba con un rotundo triunfo en la puja interna, da una idea de la fuerza de la Casa Rosada, que se achica como la piel de zapa. La dificultad para controlar al Congreso nacional, conocido hasta hace un tiempo como la máquina de aprobar, es otro síntoma de la misma debilidad. Débil, sí, pero tampoco exhausto. No tiene “golpes de mercado”, como los que acosaban a Raúl Alfonsín hace diez años, y sobre todo los probables sucesores no logran crear en la población la impaciencia por el relevo.
Lo que tocan los políticos se convierte en arena. Las internas abiertas en los partidos, por ejemplo, nacieron con la esperanza de democratizar la relación entre las cúpulas políticas y las bases ciudadanas. En el PJ las últimas han mostrado los peores vicios: compraventa de votos, tráfico de influencias, cajas negras, barras bravas y manipulación de listas entre bambalinas. En la UCR, Posse le había ganado a García antes de abrir las urnas, por el simple trámite de acuerdos por arriba sobre la distribución de futuros cargos públicos que disciplinaron a los aparatos internos en la dirección prenunciada. En el Frepaso, la verticalidad absoluta es el modo favorito de la conducción y tuvo que imponerse el fallo del juez federal Manuel Humberto Blanco para que hagan caso de su Carta Orgánica y abran el cuarto oscuro.
En lugar de depurarse, la política adquiere una viscosidad más densa, que vuelve sospechoso al inocente. En la Legislatura porteña los funcionarios coimeros son removidos o suspendidos, lo que hace una buena diferencia a favor del cuerpo, pero las causas profundas que alientan esos actos son más que meras perversiones individuales. Por décadas, el “retorno” de los negocios públicos ha contribuido a la economía personal del que pide, del que da, y también de las cajas partidarias. Con los costos actuales de las competencias electorales, tal como se hacen, comprando voluntades y sin control público del financiamiento, las coimas con ese destino serán consideradas “daños colaterales” sin castigo, como las barbaridades que comete la OTAN con sus misiles en Yugoslavia, que ayer nomás cobraron otras cien vidas de civiles desarmados.
Son miles y miles las conciencias ciudadanas que mueren por el impacto del clientelismo electoral que usa la extrema necesidad del votante para conseguir el éxito a cualquier costo. No sólo atenta contra la dignidad de las personas y pervierte las sustancias de la coexistencia democrática, sino que esa práctica corrupta quema la credibilidad de la política y seca las fuentes de la solidaridad social. Es penoso el espectáculo de candidatos, en todos los niveles, que van de una corriente a otra, de un programa a otro contrario, que usan discursos descartables, con el único propósito de convertirse en consorcistas del gobierno de turno.
En Salta, con ley de lemas, se presentaron 24 candidatos para cada puesto y mañana en San Juan, por el mismo método, 350 mil empadronados tendrán que elegir entre 6.440 postulantes. En las dos provincias el total de candidatos casi iguala a la población estudiantil de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, de lo que podría deducirse que la política se ha convertido en una atractiva carrera profesional, ya que no hay datos a la vista que permitan suponer, lo que sería deseable, que esos miles de aspirantes sean expresiones de la horizontalidad democrática.
Termina el menemismo su década de gobierno, pero ¿qué lo sucederá? Los dos candidatos con mayor chance de ganar, aunque usan discursos diferentes, todavía no han logrado persuadir con certezas a la masa flotante de ciudadanos que votan por su inspiración antes que por disciplinas ideológicas o partidarias. En Eduardo Duhalde pesan las dudas provocadas por los antecedentes de la década, en la que acompañó hasta hace un año a la gestión menemista. Ahora promete que realizará otro modelo, “la refundación de la justicia social”, pero todavía no se sabe cómo lo hará. En economía no hay magia: para que algunos ganen algo, otros pierden algo. ¿Quiénes perderán y cuánto?
¿Quiénes ganarán y cuánto si Fernando de la Rúa acaba con la fiesta menemista? Algunas semanas atrás le hacía caso al economista López Murphy, que fue tan imprudente que develó el misterio antes de tiempo: los salarios deberían bajar diez por ciento. La Alianza negó esa receta, pero no aclaró cuál es la propia. Por ahora, escuchan informes que les envía Fernández a través de economistas de la coalición, donde hay apocalípticos presagios para los que se atrevan a modificar el rumbo.
Un ejemplo concreto: ningún candidato anunció hasta ahora qué piensa darles a los maestros, el día que asuma, para que desarmen la Carpa y vuelvan a sus tareas con la frente en alto. Han rotado 52 grupos de ayuno en poco más de dos años, pero los políticos de la oposición no han tenido tiempo de pensar una oferta concreta. ¿O será que todos son tan pragmáticos como Menem?: “Si decía lo que iba a hacer, nadie me hubiera votado”. La frase merece inscribirse en la lápida de esta década que pasó. ¿Cuál será la que abra el futuro?

 

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