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Por Fernando DAddario Después del rescate antropológico que concretó el año pasado a través del espectáculo Cien años de murga, Falta y Resto propone ahora una aproximación temporal más concreta y cercana, satirizando las miserias del fin de siglo desde una perspectiva al mismo tiempo festiva y militante. Antes quisimos crear una visión de la murga hacia sí misma, autorreferencial. Ahora queremos sacar la murga hacia afuera, opinar sobre lo que vemos, sostiene Raúl Castro, fundador y letrista de la agrupación más popular de Uruguay, en entrevista con Página/12. Y lo que ven es un Carnaval del infierno, denominación que cabe para bautizar el espectáculo que presentaron ayer y que podrá verse esta noche en La Trastienda y que sirve, también, para diagnosticar el estado de las cosas hoy, en este rincón del mapa. La murga para nosotros es como un antídoto, porque la realidad nos envenena, dice Castro, quien ideó para esta nueva presentación un juego dialéctico en el que conviven, como piezas que se retroalimentan, la más pura trivialidad con la denuncia explícita, la ironía revulsiva con la ingenuidad. La base formal es la misma: voces uruguayísimas, a capella o con inteligentes y sencillos arreglos corales, percusión, alguna guitarra. Repertorio propio, o aproximaciones a lo más sentido de la música popular rioplatense (léase Alfredo Zitarrosa en Al volver, Jaime Roos en Colombina, Jorge Lazaroff en La receta mágica) y una estética teatral, con especial énfasis en el grotesco, que en muchos pasajes prevalece por sobre lo estrictamente musical. Nosotros mismos nos ponemos en payasos para ridiculizarnos subraya Castro, un letrista que no olvida, pero al mismo tiempo, un cómico de barrio. De lo contrario, te instalás en el rol del iluminado. La gente cree más en los payasos que en los esclarecidos. Abrir el juego a lenguajes teatrales y escaparle un poco a la estructura tradicional murguera, ¿apunta a ampliar la base de público de la Falta? Sí, ésa es nuestra esperanza. Nosotros tenemos la murga adentro, y el murguero sabe quiénes somos y qué es lo que hacemos. Ahora queremos llegar también a otra gente. Es como que a ese público, que le veníamos mostrando cómo era la murga, les decimos: ¿Les gustó? bueno, pero la murga tiene esto para decir. Y se lo queremos decir a todos, niños y veteranos, gente de buen poder adquisitivo y otros que pelean el mango. ¿Por qué establecen en escena ese juego entre lo banal y lo serio? Porque para vivir en medio de lo que está pasando en nuestros países tenés que desdoblarte, tirar la bronca e intentar divertirte. Estamos hartos de que la gente que se toma la vida en serio tenga que soportar que los gobernantes se agarren el país para la joda. Es tiempo de que sea al revés... En Carnaval en el infierno hay un personaje muy querible, Pepe Revolución, que podría ser interpretado desde lo paródico o desde la reafirmación de viejas ideas... En realidad, ese personaje fue creado en 1989, en plena debacle del mundo socialista. Por entonces, la palabra revolución era mirada por todos con un dejo de fracaso, y nosotros no lo veíamos así. Lo que Pepe Revolución quiere decir es que el concepto revolucionario no murió porque la manera de interpretarlo haya fracasado. Lo más profundo de la revolución está en cada uno de nosotros, porque las causas que determinaron que uno piense así no han desaparecido, en muchos casos recrudecieron, y hoy lo que vemos en el poder es una farsa. Por eso pensamos que en este fin de siglo necesitábamos reafirmar algunas cosas, y lo hacemos desde el grotesco, pero sin olvidar el contenido. Antes se refería al antídoto contra la realidad. ¿Esta necesidad tiene que ver con lo artístico o con lo personal? Es personal, pero lo volcamos a través de un hecho artístico. Flota en el ambiente eso de que hay que comprometerse, pero no demasiado. Anosotros nos parece que es tiempo de decir lo que sentimos sin vergüenza. Y el único lugar donde somos libres es en el tablado, en todos los demás lugares te marginan.
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