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Las siete vidas del inefable Boris Yeltsin

Acosado por un Parlamento de mayoría comunista y nacionalista y por su propia salud,cada vez más deteriorada, el presidente ruso escapó en esta oportunidad de un proceso de destitución en su contra.

Sensatez: “Ha triunfado la sensatez”, festejó el flamante
premier designado por Yeltsin –aún no confirmado por la Duma–, Serguei Stepashin.

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El secretario general del PC ruso, Guennadi Ziuganov, y el líder nacionalista Vladimir Zhirinovsky.
“Ahora vamos a seguir limpiando el país de los rojos”, dijo exultante Zhirinovsky luego de la votación.


t.gif (862 bytes)  El presidente ruso, Boris Yeltsin, volvió a salir ileso de otra crisis que amenazaba con llevarlo a la muerte política. Mientras Rusia sigue a la cabeza de las negociaciones para lograr un acuerdo de paz en Kosovo, Yeltsin escapó ayer a la posibilidad de ser destituido, después de que la oposición comunista en la Duma (Cámara baja del Parlamento ruso) fracasara a la hora de reunir los 300 votos necesarios para iniciar el impeachment en su contra. Mientras transcurría la sesión parlamentaria, Yeltsin entró y salió del Hospital Central del Kremlin para “un examen médico de rutina”, según un comunicado oficial.
Ninguna de las cinco acusaciones presentadas consiguió el voto de los dos tercios de los 450 diputados de la Duma. El tercer cargo –ser el responsable de haber desencadenado la sangrienta guerra de Chechenia en diciembre de 1994, en la que murieron más de 40 mil civiles– no fue aprobado por un margen de 17 votos. La iniciativa presentada un año atrás por los comunistas también responsabilizaba a Yeltsin por haber disuelto la Unión Soviética en 1991, por el bombardeo del Parlamento en octubre de 1993, por el debilitamiento de las Fuerzas Armadas y por el “genocidio” del pueblo ruso causado por los altos niveles de pobreza del país. Excepto en el caso de Chechenia –en el que el presidente de la Duma, el comunista moderado Guennadi Selezniov, calculaba superar los 312 votos–, era casi seguro que los otros cuatro cargos no prosperarían. Se daba por sentado que los comunistas no lograrían reunir los votos suficientes dentro de su bancada, a la luz de la posible compra de votos, la fragmentación de la Duma y los temores de que Yeltsin recurriese al uso de la fuerza para conservar el poder si la decisión parlamentaria lo perjudicaba.
Las primeras reacciones oficiales fueron de alivio. “Ha triunfado la sensatez”, festejó el flamante primer ministro designado por Yeltsin, Serguei Stepashin. “Se ha impedido una grave crisis política”, lo que permitirá que Yeltsin dedique “más tiempo a los problemas importantes del país”, agregó. Después de la frustrada votación, en los pasillos del Parlamento se produjo un enfrentamiento entre comunistas y nacionalistas cuando el dirigente ultranacionalista del Partido Democrático Liberal, Vladimir Zhirinovsky, declaró que el resultado “es una victoria de la Constitución; ahora continuaremos limpiando el país de los rojos”. El diputado del Partido Comunista Alexander Kuvaev instó a los 500 manifestantes comunistas reunidos frente a la Duma a tranquilizarse. “No hagamos de esto una tragedia. La mayoría de los diputados votó por la destitución. De todas formas el pueblo ya destituyó a Yeltsin”, señaló.
La pulseada con la Duma no terminó con el fracasado intento comunista. El presidente Yeltsin destituyó el miércoles al primer ministro Yevgueni Primakov y lo sustituyó por Stepashin, cuyo nombramiento deberá ser confirmado en esta semana por la Cámara baja. Si la nominación es rechazada tres veces, Yeltsin deberá disolver la Duma y llamar a nuevas elecciones. En los últimos meses, Yeltsin mostró que no sólo tiene una excelente mala salud, sino que políticamente también tiene más de una vida.

 


 

LA INDECISION NORTEAMERICANA en KOSOVO
El líder que no lidera

La Casa Blanca está inmersa en dudas: no quiere enviar tropas
terrestres a Yugoslavia pero tampoco quiere firmar un acuerdo
donde Milosevic gane la partida, que es lo que ocurre por ahora.

Trato: La decisión de Washington de que no utilizar tropas terrestres obliga a los aliados a una negociación que será un trato, no una victoria.

Bill Clinton se agarra la cabeza.
Los bombardeos parecen inocuos.

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The Guardian de Gran Bretaña
Por Hugo Young  desde Washington

t.gif (862 bytes) Lo que solía llamarse el mundo libre está necesitando un líder. Nominalmente, ya tiene uno. Pero Bill Clinton no quiere liderar. Habla de compasión y promete, con esa terrible sinceridad de labios fruncidos y mirada de lentes de contacto, que los kosovares regresarán a Kosovo. Pero los riesgos que a veces un verdadero líder debe correr por la justa causa parecen estar más allá de su competencia. Mientras continúa la media guerra en Yugoslavia, Washington es un lugar de confusión, de política barata y de no poca cobardía. Habla el lenguaje de la hegemonía global y vocifera la panacea de una cruzada moral. Sabe que ningún otro poder puede pavonearse en el escenario. El presidente de Rusia debe ser sostenido para aparecer en público, y China apenas logra que la turba destroce unas pocas ventanas de la embajada. Pero Washington no tiene la prestancia de una superpotencia. No es igual a sus responsabilidades. La gravedad de lo que está en juego en Kosovo es algo que prefiere evadir y no reconocer.
A Clinton le queda muy poca autoridad. Se enfrenta a un Congreso lleno de gente dolorida por la forma en que evitó el juicio político y decidida a no hacerle favores. Junto con el odio de los republicanos por el presidente, está entretejido su creciente y desvergonzado aislamiento. Todos los líderes parlamentarios pudieron, en un momento u otro, opinar que no vale la pena luchar por Kosovo. Algunos hasta se opusieron a la guerra aérea, aun si con ello se preservan los cuerpos de cada soldado norteamericano. Todos ellos se oponen al envío de tropas terrestres y a cualquier cosa parecida a una situación de combate. “Está desechada para siempre”, dijo recientemente un viejo candidato presidencial republicano sobre la opción del envío de tropas terrestres: un juicio, que, dado que Bob Dole –de él se trata– es uno de los paladines de la intervención de tropas terrestres donde fuere, debe tener un cierto aire de veracidad.
¿Qué significa esto? Primero, una forma de rendirse a Milosevic. Después de casi dos meses de bombardeos, se acuerda aún más unánimemente que en marzo que la guerra aérea sola no puede lograr los objetivos de la OTAN. Ahora, a medida que se expande la lista de blancos, pueden empeorar las cosas. Pero la determinación de Washington de que no se utilizarán tropas terrestres obliga a los aliados a una negociación que será un trato, no una victoria, y que es improbable que les dé confianza a los kosovares para regresar a sus hogares. Aun si no hay un trato, la perspectiva de un bombardeo incesante, apoyado por nada en la tierra, comenzará a parecer tan inaceptable para el pueblo norteamericano como para el serbio. Y sin embargo, esto es lo que Washington –esa representación colectiva de todos los partidos del poder de Estados Unidos, analizando lo que cuesta ser la voluntad minimalista del pueblo– está definiendo como su única opción. Segundo, el concepto de una fuerza de invasión, sobre un Ejército serbio casi agotado, es visto en Londres y París como la forma más práctica de cumplir los objetivos establecidos. Están listos para jugar su parte, especialmente con efectivos militares. Pero la campaña terrestre no podía, por supuesto, contemplarse sin la intervención norteamericana en todo nivel.
Es penoso pero indiscutiblemente cierto que Estados Unidos es el principal poder en Europa, y si Estados Unidos decide salir del mundo balcánico real, nada se podrá hacer. Cuanto más apasionado se pone Tony Blair en su denuncia de los pogroms kosovares, más tristemente debe uno contemplar su inhabilidad. Washington será el árbitro de esto, y la verdad es que Washington no está a la altura. La proporción de norteamericanos que favorecen las tropas terrestres está declinando, aunque en un 43 por ciento, todavía es asombroso, dada la ausencia del aliento político. Se lo debe todo a la CNN, casi nada al presidente, cuya falta de preparación militar es igualada por su total fracaso para trazar un trabajo terrestrepor si puede necesitarse. Si la CNN se pone aburrida, o si una historia más jugosa sobrepasa a la guerra, la mitad de Norteamérica puede dejar de agonizar, dejando que sus líderes políticos reflexionen sobre el daño a largo alcance a la OTAN, el dominó resbaladizo en los lejanos Balcanes, y otras grandes cuestiones geopolíticas a las que Clinton y los políticos que lo rodean simplemente no le hacen justicia.
Somos testigos, creo, de la lenta desintegración del propósito norteamericano.
Traducción: Celita
Doyhambéhère

 

 

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