Por Pablo Rodríguez
Las fuerzas que
hicieron ganar a Netanyahu lo convertirán en un primer ministro desastroso. Está montado
en el slogan de que Israel puede tener paz sin concesiones. Eso no existe y pronto se
enfrentará a la verdad. La sentencia partió del New York Times en junio de 1996 y
tenía la firma del conocido analista político Thomas Friedman. En casi todo menos
en lo de pronto, ya que el gobierno del premier israelí Benjamin Netanyahu duró casi
tres años, el pronóstico pareció muy acertado. Tironeado por su base derechista
de apoyo y por la presión internacional a favor del cumplimiento de los acuerdos de paz
de Oslo firmados en 1993, Netanyahu vivió una sangría constante en su gabinete que
terminó quebrándolo. Ahora se presenta nuevamente como candidato a premier en las
elecciones que se realizarán mañana, pero su rival laborista Ehud Barak le lleva 13
puntos de ventaja y le puede ganar en la primera vuelta. Sin embargo, la heterogénea
composición del electorado israelí puede dar una sorpresa.
A medida que las encuestas lo alejaban más a Netanyahu de Barak, el entorno del premier
comenzó a repetir que en 1996 también parecía tener perdida la elección, y sin embargo
la ganó. En la campaña electoral de 1996, estaba muy fresco el crimen del premier
Yitzhak Rabin, a manos de un extremista judío que consideró que el proceso de paz se
detenía con una bala. Y estaba en carne viva la discusión sobre paz y
seguridad: los atentados suicidas de los terroristas palestinos en los autobuses
estaban a la orden del día y la consigna del miedo a los árabes funcionó bien para
Netanyahu.
Hoy el contexto es muy diferente. El gabinete de Netanyahu sufrió un desgarro lento.
Primero se fueron el canciller David Levy y el ministro de Finanzas, Dan Meridor,
protestando contra las obstrucciones al proceso de paz que ponía el premier. Luego de la
firma de los acuerdos de Wye Plantation (Washington), donde Netanyahu acordó con el
líder palestino Yasser Arafat el retiro de las tropas israelíes del 13 por ciento de
Cisjordania, los que abandonaron el barco fueron el ministro de Defensa, Yitzhak Mordejai
porque el premier en definitiva no cumplió lo firmado y el ministro de
Ciencia, Benny Beguin (hijo del célebre Menahem Beguin), justamente por la firma del
acuerdo. Ahora Mordejai se presenta como el candidato del Partido Centrista, y si en estas
horas se retira de la contienda como hizo el candidato árabe Azmi Bishara (ver nota
aparte), esos votos irían hacia Barak, dándole la victoria en la primera vuelta.
Sin embargo, en el electorado israelí las posiciones no son tan simples. Hay tres
divisiones que cruzan a los israelíes: entre religiosos y laicos, entre askenazis
(judíos de origen europeo) y sefaradíes (judíos provenientes de la península árabe y
del norte de Africa), y entre sabras (nativos de Israel) e inmigrantes. La traducción de
estos ejes en el actual proceso electoral parece fácil en dos aspectos. Ehud Barak
explota la tradicional filiación laborista de los askenazis y los laicos y Netanyahu
dirige su discurso nacionalista a los religiosos, sus ex aliados en el gobierno, y a los
sefaradíes, reivindicando sus derechos frente a lo que muchos consideran el predominio
askenazi en la política israelí.
Pero los que no tienen ninguna posición definida son los inmigrantes. Más concretamente,
los rusos, que llegaron en masa desde la caída de la Unión Soviética y hoy representan
cerca del 15 por ciento del electorado. La posición de los rusos podría resumirse en un
ofrecerse al mejor postor: en 1992 apoyaron a Rabin, en 1996 a Netanyahu y
ahora parecen, según las encuestas, cada vez más cerca de Barak, que dice ser el
continuador de Rabin. En esta ocasión, para Natan Sharansky, ex ministro de Industria de
Netanyahu y líder del partido ruso Israel Be Aliya (Israel e Inmigración), se trata de
conquistar el Ministerio del Interior, que es donde se decide quién es judío y quién
no, asunto central en Israel.Cuando el actual premier decidió entregarle, hace poco, el
Ministerio del Interior al diputado Aryeh Deri, del partido religioso Shas, Sharansky se
abrió del gobierno y escuchó ofertas. Ni lerdo ni perezoso, Barak sugirió que, si gana,
les daría a los rusos el Ministerio del Interior, y de allí el vuelco de la tendencia
rusa hacia el laborismo.
Sin embargo, la imprevisibilidad de estos y otros factores (como los recientes atentados
del Hezbollah en el norte del Líbano, que generan una reacción antiárabe favorable a
Netanyahu) hacen de la aparentemente definida elección israelí un enigma. Lo que parece
seguro es que el proceso de paz con los palestinos, el talón de Aquiles de Netanyahu,
llegó para quedarse: y éste es quizás el aspecto fundamental que diferencia el contexto
actual del de 1996. Los reclamos palestinos por autonomía y por, eventualmente, un Estado
independiente, obtuvieron abiertos apoyos, insospechados hasta hace dos años como
el de Estados Unidos, que definirá la política del gobierno futuro. Desde este
lunes, o desde el 1º de junio si hay segunda vuelta, lo que Milton Friedman denomina
un gobierno desastroso ya no podrá durar tres años.
COMO SERA EL FUTURO DEL PROCESO NACIDO EN OSLO
La paz es algo irreversible
Por P.R.
Gane quien gane, el
proceso de paz es irreversible, opina Mario Sznajder, profesor de Ciencias
Políticas de la Universidad Hebrea de Jerusalén, respecto de las consecuencias que
tendrá para el cumplimiento de los Acuerdos de Oslo en 1993 el resultado electoral de
mañana. Para Sznajder, los rótulos, sobre todo los que caen sobre el actual premier
Benjamin Netanyahu, no son tan ciertos: Netanyahu no rompió las negociaciones, sólo las
estancó. Pero ese doble juego de negociar pero no tanto sólo le
generó impopularidad en Washington y desconfianza en sus propios aliados. Por
ello, el próximo gobierno israelí no podrá evitar la continuación del proceso de paz.
Más allá de cualquier resultado electoral, siempre se produce en Israel una
situación de empate en el que los partidos religiosos tienen la última palabra. Un
resultado rotundo, ¿puede romper este empate?
El problema aquí está dado por el sistema electoral israelí: la representación
proporcional considera a todo el país como una sola zona de voto y la valla de entrada al
Parlamento es muy baja (sólo el 1,5 por ciento de los votos). A esto hay que sumarle que
el voto para primer ministro va por separado. Esto hace que en el Parlamento se formen
siempre dos bloques, uno oficialista y otro opositor, y en Israel hoy en día estos
bloques son equivalentes.
¿Esto quiere decir que el proceso de paz, aun cuando ocurra un triunfo resonante de
Ehud Barak (supuestamente comprometido con el cumplimiento de los Acuerdos de Oslo), puede
permanecer estancado?
No. El proceso iniciado en Oslo es irreversible por tres razones: las presiones
internacionales, las transformaciones autonomizantes en la sociedad palestina (solamente
reversibles con un altísimo costo en sangre que nadie está dispuesto a pagar), y un
cambio en la sociedad israelí, que ha des-demonizado al liderazgo palestino
comprometido con estos acuerdos.
Pero a pesar de estos cambios, Netanyahu consiguió estancar el proceso de paz.
Es relativo. Netanyahu tiene una doble alma: ideológicamente es un hombre de la
derecha nacionalista y territorial, reacio a ceder territorios. Pero también es capaz de
transformarse en un político pragmático, que cede frente a presiones interiores y
exteriores cuando éstas arrecian. Amenazó a sus aliados de derecha con una coalición de
Unidad Nacional con el laborismo, la que cedería muchos territorios. Después negoció
con los palestinos y los sirios, pero cuando llegó a un acuerdo no lo cumplió. De ahí
la impopularidad de Netanyahu en Washington y la desconfianza que despierta en sus propios
aliados, por más que ahora salieran a apoyarlo.
Supongamos que gana Barak, que el gobierno israelí abandona en consecuencia este
doble juego y encabeza un liderazgo claro a favor de los acuerdos de Oslo.
¿No puede pasar lo que pasó cuando Yithzak Rabin fue asesinado, en el sentido de que los
extremismos no dejarán avanzar el proceso?
Puede ser que, en vistas de ese cuadro, ciertos elementos extremistas en Israel
intenten repetir la secuencia que llevó al asesinato de Rabin, pero hoy día el nivel de
alerta es mucho mayor y esto sería muy difícil de realizar. Los extremistas de ambos
bandos son siempre peligrosos y no hay que dejar de temerles, pero tampoco hay que
demonizarlos o adjudicarles capacidades que no poseen realmente.
¿Qué ocurre si, a pesar de todo esto, el proceso de paz no avanza? ¿Israel puede
convertirse en la Sudáfrica de Frederik de Klerk, aquella que perdió el apoyo mundial,
resultó aislada y tuvo que negociar un cambio en su política de apartheid?
No. Sudáfrica terminó boicoteada hasta por Estados Unidos por no querer negociar
nada. Pese a su reticencia ideológica a los Acuerdos de Oslo,Netanyahu siempre ha
continuado las negociaciones y, de alguna manera, ha cooperado en mantener vivo el proceso
de paz aunque sin que éste avance.
EL CANDIDATO ARABE EXPLICA SU APOYO A BARAK
Netanyahu es un racista
El País de Madrid
Por Ferrán Sales desde Jerusalén
@Azmi Bishara es árabe, por ello nunca será premier en Israel. Tampoco es el objetivo de
su candidatura, al frente del partido Alianza Nacional Democrática. Su única finalidad
es convencer al electorado de que Israel no debe ser un Estado exclusivamente para
los judíos, sino para todos los ciudadanos. Ayer, al filo de los comicios de
mañana, Bishara anunció que retiraba su candidatura para que el tres por ciento que le
otorgan las encuestas se vuelque sobre Ehud Barak. Pero Bishara evitó pedirles a sus
votantes que apoyen al candidato laborista.
¿Cuál es su objetivo?
Para los árabes el problema más importante es definir nuestro estatuto dentro de
Israel, porque aquí, durante muchos años, hemos sido considerados ciudadanos de segunda
categoría; es decir, discriminados. Este es el objetivo principal de mi campaña
electoral. Luego hay otro asunto también importante, el de la cuestión palestina y la
paz justa. En síntesis, se trata de dar una lección teórica sobre lo que es ser
ciudadano en Israel. Pero también tiene aspectos prácticos; es el tema del acceso al
poder de las minorías.
¿Por qué no apoyó explícitamente a Ehud Barak?
Porque no tengo sentimientos morales ni históricos respecto a Barak. El fue
responsable del ejército israelí y mantuvo posiciones extremistas. Estuvo personalmente
contra el primer acuerdo de Oslo. En 1982, durante la guerra de Líbano, también mantuvo
posiciones radicales. El fue el artífice de la expulsión de los militantes de Hamas al
Líbano a principios de 1990. No me siento obligado a apoyar al Partido Laborista.
¿Pero no me negará que entre Barak y Netanyahu hay diferencias?
Naturalmente nosotros estamos obligados a establecer una diferencia entre Barak y
Netanyahu. Pero no una diferencia que nos ponga a priori en el bolsillo de Barak. Me
inclino de manera pragmática a ponerle algunas condiciones si es que debemos apoyarlo.
Sin ponerlo en una situación muy embarazosa. Y he de decir que Barak no ha dicho ni una
sola palabra sobre los árabes. Debe dar una respuesta a algunos de nuestros problemas.
Piensa que hablar con los árabes puede suponerle la perdida de votos judíos.
Pero usted sabe que retirarse de su candidatura perjudica a Netanyahu. Es que
tenemos que hacer todo lo posible para que Netanyahu no gane. Es un hombre muy peligroso
para Israel y para la democracia, y especialmente para los árabes. Es de extrema derecha.
Es un racista.
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