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EL MEDICO SAUL FRANCO Y SU DIAGNOSTICO DE LA VIOLENCIA
“La inequidad en saldo rojo”

En la entrevista concedida a Página/12, el médico colombiano expresa que el “modelo
neoliberal se ha  expandido y yo soy de los que piensan que el crecimiento de la violencia tiene que ver con los procesos de privatización... con el sálvese quien pueda”.

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Por Susana Viau

t.gif (862 bytes)  –Pasaron casi tres años desde la última vez que conversamos. ¿Han adquirido características nuevas las manifestaciones de la violencia?
–La característica es que se ha incrementado cualitativa y cuantitativamente. Aumentan las tasas globales de suicidios y homicidios, aumenta la violencia en lo familiar, en las escuelas. También ha habido una invasión espacial, una generalización de la violencia. Es el “saldo rojo” de la inequidad. A esa persistencia de las condiciones básicas de la violencia, a su aumento (exclusión, desempleo) se suma el crecimiento de la intolerancia; en las discusiones domésticas, en el fútbol, en la calle, en los trabajos. El modelo neoliberal se ha expandido y yo soy de los que piensan que el crecimiento de la violencia tiene que ver con los procesos de privatización. La privatización no sólo en lo económico, sino también en el plano de la política, de la cultura, de la justicia; en la primacía del tener sobre el ser, en una especie de “sálvese quien pueda”. La otra característica es la presencia tan grande de los niños y de las mujeres en ese “saldo rojo”, tanto como víctimas cuanto como victimarios. Todas estas son señales inequívocas en este final del milenio.
–¿Hay puntos comunes entre la violencia del desarrollo y la violencia de la pobreza?
–Son contextos muy distintos: Canadá tiene la tasa de homicidios más baja de América (entre 12 y 15 cada cien mil) y la más alta de suicidios; Colombia tiene la tasa de homicidios más alta del mundo (75 por cada cien mil) y una tasa baja de suicidios. Yo sostengo que más que pensar en la causalidad, en la búsqueda de un culpable, hay que buscar contextos explicativos, determinar en qué conjunto de condiciones racionalmente comprensibles se desarrolla esta dinámica. Con esa práctica de la búsqueda de una causalidad, tan habitual en Occidente, se llega fácil a la limpieza social. ¿Cuál es el causante de la enfermedad? La bacteria. Matemos la bacteria. ¿Quién es el causante de esta violencia creciente? Los jóvenes marginales de tal grupo etario. Pues matémoslos.
–¿Qué le sugiere la masacre de la escuela de Denver?
–Pues, mire, justamente lo que acaba de ocurrir en Estados Unidos muestra claro a qué conduce la búsqueda de la causa, se ha comenzado a hablar de la culpabilidad de los padres y se lo muestra como un fenómeno psicopático aislado. Desde mi punto de vista sería más un fenómeno “sociopático”, si se me permite la expresión, la evidencia de una patología social. Al mismo tiempo, esos países, los más “civilizados” aparecen haciendo la guerra, que es la violencia plena. Una guerra que emplea la violencia más sofisticada, la más altísima cirugía de la historia de la humanidad, la de más alta precisión y selectividad. Cometen en esa guerra grandes errores que, claro, califican con una fórmula que me impresionó mucho: el “daño colateral”. Esto sea dicho sin justificar el problema interno de Yugoslavia, pero lo que en Colombia son “asesinatos”, aquí son “daños colaterales”. El tema de Yugoslavia me preocupa como colombiano, porque los países lindantes con el mío han desarrollado una especie de cinturón armado con el pretexto de defenderse y Colombia parecer reunir las dos condiciones que se invocan en el caso de Yugoslavia: por un lado no puede resolver sus problemas internos y, por otro, se presenta como una amenaza para los demás.
–¿Puede hablarse de un binomio pobreza-violencia?
–Yo creo que es cada vez más claro que no hay una relación mecánica, directa, unidireccional entre pobreza y violencia. En muchas culturas, sobre todo las religiosas, la pobreza es un valor. En Bolivia, por ejemplo, hay pobreza y bajos índices de violencia. Porque lo que genera violencia no es la pobreza sino la inequidad. Si en casa todos tenemos poquita comida, lo toleramos, pero si nadie come porque no hay y yo delante de todos me engullo un filete, la reacción es imprevisible. El neoliberalismo no inventó la inequidad, pero la ha incrementado, ha producido una hipermegaconcentración. Aunque en la relación neoliberalismo-violencia no interviene sólo la inequidad, es un factor esencial pero no el único: aquí ha habido una instalación del concepto del consumo, el endiosamiento del consumo y un Estado que ha dejado de ser un factor de inclusión colectiva, que ha dejado sus obligaciones libradas a las leyes del mercado y se ha convertido en lo contrario: en un factor de exclusión.
–¿Cómo incide la droga en el incremento de la violencia?
–El narco es un proceso coyuntural, pero como tal tiene una importancia sustancial en ciertos países. Y no corresponde hablar de narcotráfico sino de narco: es cultivo, es producción, es elaboración, es consumo y es tráfico. En Colombia el narco es un elemento determinante respecto de la situación de violencia. Y en estos años, el hallazgo que más me ha impactado es la participación de las mujeres y los niños como víctimas de la violencia. E, incluso, como víctimas y actores de la violencia. Las mujeres solían ser hasta no hace demasiado tiempo las principales víctimas de la violencia no letal: abusos sexuales, malos tratos, violaciones. En Colombia moría a causa de homicidio una mujer por cada 18 hombres. Hoy la relación es una cada 13. En sociedades como la del departamento de Antioquía, el homicidio es la primera causa de muerte entre mujeres. No tenemos datos de mujeres sicarias; sin embargo se advierte una gran participación y más próxima de las mujeres en la realización del acto homicida: informa, encubre, provee armas. De hecho, el libro más vendido de la Feria del Libro de Bogotá fue Rosario Tijeras, de Jorge Franco, que cuenta la historia de una de ellas. Una muchacha violada en su infancia que en la adolescencia castra a su violador con una tijera, de ahí su nombre, y se enamora de un sicario vinculándose a través de él a ese mundo. Y el cine ha producido un film, La vendedora de rosas, donde también se muestra esta incorporación de las mujeres jóvenes al panorama de la violencia. Los roles se han ido acercando y en el tráfico mismo ha habido una implicación grande de mujeres.
–¿Esas son las novedades que aporta la violencia en estos últimos años?
–Ese es el hallazgo: aumenta la presencia de mujeres y se reduce el margen etario. La violencia comenzó siendo una violencia de adultos, luego fue de jóvenes y ahora es de niños. El problema del sicariato es quién lo paga, porque así como en el mundo del trabajo el niño es superexplotado y cobra menos, esta lógica económica funciona también en el sicariato. Un niño es más barato que un sicario adulto. Esto, por una parte, por la otra, para los niños la violencia es el fast-truck, la vía rápida para acceder al consumo, a las zapatillas de marca, a la ropa de marca que le muestra la televisión, a la consideración de las muchachas. Las edades están ahora entre los 10 y los 14 años.
–¿Mujeres y niños son, entonces, los dos grandes hallazgos del balance?
–No son los únicos. Otro factor nuevo es la complejización de la violencia, el entrecruzamiento y la potenciación de las diferentes violencias y los diferentes actores. En el caso de mi país, el guerrillero que se convierte en informante y después en paramilitar. Cada vez es más difuso el límite, la frontera, entre la violencia familiar, la violencia callejera y la violencia política. Un cuarto factor nuevo es el paso de la violencia a la barbarie, a formas más crueles. Se ha perdido una “ética de la violencia”, si se me permite decirlo así. Hay un deterioro grande de los actores de la violencia y de sus reglas de juego.
–¿Cuál es la perspectiva a mediano plazo?
–Es difícil hacer pronósticos. Pero sí tengo la seguridad de que hay medidas de choque que pueden adoptarse y con las que es posible bajar esos niveles de violencia. Una de esas medidas es, a mi juicio, socializar el problema narco. La legalización es necesaria pero insuficiente. La humanidad tiene que aprender a convivir con el fenómeno narco, integrándolo a la economía, poniéndole reglas, como se les pusieron al tabaco y al alcohol, porque el tabaco mata más que la marihuana. El narco tiene que dejar de ser negado como fenómeno. Eso sería un cambio radical,porque el problema no se acaba deteniendo narcos o fumigando áreas. Mataron a Escobar. ¿Cuántos Escobares hay ahora? El narco no sólo tiene pequeños distribuidores, que son siempre los detenidos, los que suelen mostrar las policías como grandes logros. El narco tiene cerebros, aviones, computadoras, bancos y aduanas por detrás. La otra medida sería una campaña grande y seria, muy seria, muy pensada, a través de los medios y no toda esta pornografía de la violencia en la que hoy los medios están embarcados.

 

¿POR QUE SAUL FRANCO?

Un original indagador

Por S.V.

t.gif (862 bytes) No sé cuándo llegó por primera vez a Buenos Aires. Sí recuerdo, en cambio, que conocí al médico Saúl Franco en 1989, cuando otros médicos, interesados en la Medicina Social, me señalaron a su colega colombiano, involucrado en una indagación por demás interesante sobre la violencia. Franco, en aquel entonces, cotejaba estadísticas y observaba con preocupación que entre los hombres jóvenes la violencia era la principal causa de muerte. Franco alertaba también que los hospitales y sus servicios de urgencia, pensados para tiempos de infartos y accidentes cerebrovasculares, estaban ahora lejos del epicentro del fenómeno, lejos de las zonas rojas de homicidios y lejos de los puntos donde otros accidentes, los de tránsito, se cobraban el mayor número de víctimas. En aquel año, 1989, Franco ya no vivía en Colombia. La violencia narco en su ciudad, Antioquia, había arrasado con dos de sus compañeros de cátedra en la universidad. El, por milagro, había escapado a un atentado. Emigrado a San Pablo, recaló junto a los cientistas sociales brasileños en la Fundación Osvaldo Cruz. Luego viajó a Estados Unidos. Sanitarista, buscaba hilvanar una “epidemiología de la violencia”, pero desistió al advertir que el concepto lo colocaba en el camino del error. Volvió a Buenos Aires en 1977 y habló del homicidio como mensaje, del cadáver como un código a descifrar. José Luis Cabezas había sido asesinado pocos meses antes y Franco aludía a Colombia “que es lo que conozco”. Hace unas semanas Franco regresó. Suministró los nuevos datos que le aporta la violencia en Colombia, más aún, en Antioquia: mujeres y niños en el ranking trágico como víctimas y actores; el paso a la barbarie: el delito como vía rápida a una vida mejor que existe, pero es de otros. Sonaba familiar. Claro, “pinta tu aldea y pintarás el mundo”, decía Tolstoi y si bien Argentina no es Colombia, de a ratos se le parece peligrosamente.

 

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