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El mediador desmesurado Por Alfredo Greco y Bavio |
![]() La amenaza de las cabezas atómicas siempre fue más terrible después del fin de la Guerra Fría. Esto se debió al caos que los gobiernos occidentales nunca dejaron de percibir en cada uno de los aspectos de la vida rusa postsoviética. Ese caos era el mejor argumento de Moscú para conseguir la limosna de renovados signos de deferencia: no había que humillar a los rusos, decían. Las instituciones crediticias internacionales se apuraban a limitar con sus fondos un estallido social que entregase el poder a nacionalismos y comunismos que practicarían sin disimulo y con feroz entusiasmo el chantaje nuclear. Hoy Europa está urgida por la guerra de la OTAN contra Serbia, en la que espera (sigue esperando) de la imaginación de Moscú un acuerdo que salve la situación diplomática. Hasta ahora, lo único que se le ocurrió a Occidente son las dos recetas que prefiere creer infalibles: bombas sobre Serbia y dinero (o promesas de dinero) sobre Rusia. En Bruselas, la Unión Europea ofrecerá hoy socorro técnico y financiero para las elecciones presidenciales y parlamentarias rusas. También, ayuda para entrar cuanto antes a la Organización Mundial de Comercio. Si a corto plazo Occidente pretende asegurarse de que Rusia estime cuánto le conviene aplacar al hermano eslavo del sur, a mediano plazo el auxilio está enfilado a frenar otras alarmas. La consolidación de la democracia, del libremercadismo y del imperio de la ley permitirá contener los riesgos de las mafias y del crimen organizado, así como las catástrofes nucleares, ambientales y energéticas. Para ello se ha diseñado un plan Marshall destinado al norte de Rusia y a los países bálticos. El plan dará una “dimensión nórdica” al último semestre de 1999, y será implementado a partir de que Finlandia asuma en julio la presidencia de la Unión Europea. En el largo plazo, Rusia sabe que no tiene otra opción más que preservar la cooperación con Occidente. Pero mientras tanto, los rusos continuarán haciendo puntos en contra de esa OTAN que aborrecen. Sobre todo, porque siempre tiene algo que pedirles.
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