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Por Luciano Monteagudo "Este festival tiene una historia de más de 40 años, cuando fue fundado por un grupo de maestros del cine documental, como Joris Ivens, John Grierson, Alberto Cavalcanti y Paul Rotha, que plantearon la necesidad de que existiera un foro dedicado al film documental", explica a Página/12 el crítico y cineasta Fred Gehler, que llegó a Buenos Aires para presentar un "Encuentro con el Festival de Leipzig", que comienza hoy en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro Municipal General San Martín, con la proyección de catorce títulos premiados en las últimas tres ediciones de la muestra (ver recuadro). Director del festival desde hace cinco años, Gehler está asociado sin embargo a la historia de Leipzig desde los años '70, cuando pasó a formar parte del comité de selección, como uno de los críticos más exigentes y controvertidos de la ex-Alemania oriental. Durante los años de la "cortina de hierro", Leipzig constituía uno de los escasos polos europeos de difusión del cine del llamado "Tercer Mundo" y la marca del festival era su hincapié en las vanguardias políticas. Pero el concepto de cine político cambió mucho desde entonces (y más aún desde la caída del Muro y el fin del denominado "socialismo real") y nadie mejor que el propio Gehler para explicar esas transformaciones. "Después de 1989, el Festival estuvo a punto de desaparecer, como desaparecieron tantas instituciones culturales vinculadas con la propaganda política, pero al nuevo gobierno de la ciudad de Leipizig le pareció que no debía perderse el festival, por su tradición y su prestigio", explica. "La sensibilidad de Leipzig hacia temas sociales y políticos, que reflejen las tensiones del mundo contemporáneo, no ha variado en la selección de los films, pero sucede que estos films son muy distintos a los que se hacían sobre esos mismos temas en los años '60 y '70." Según Gehler, "en aquella época en los documentales de corte político predominaban los mensajes redentores. Era un cine enrolado en lo que se suponía era una verdad absoluta. Uno siempre puede ser más inteligente a posterori, pero la visión del mundo era muy simplista. Había divisiones muy tajantes, todo era blanco o negro. Se creía saber cuáles eran los buenos y cuáles los malos, dónde estaba el infierno y dónde el paraíso. Obviamente, en algunos temas esto sigue siendo así, pero muchas formas que tenía el documental de encarar estos temas se han vuelto anacrónicas. Lo más notorio del cine documental que se está produciendo de un tiempo a esta parte es el cuestionamiento a la propia manera de mirar el mundo. Lo que se ha relativizado es la mirada. Los realizadores ya no hablan por un grupo, un partido o un sistema político, sino por ellos mismos. El campo de visión, obviamente, se ha vuelto más reducido, pero los films son mucho más honestos. Han incorporado la duda." Entre todo el material que trae de Leipzig, a Gehler le cuesta elegir algún film en particular, pero no puede dejar de señalar Torneo de maestros, de Lutz Dammbeck, uno de los directores más interesantes del cine alemán actual, de quien ya se vio en Buenos Aires Tiempo de dioses, documental acerca de la filiación fascista de los artistas reunidos alrededor del escultor Arno Brecker. Su nueva película sigue con un tema que obsesiona a Dammbeck: las relaciones del arte que se dice a sí mismo "político" con el totalitarismo, ya sea de derecha o de izquierda. A partir del atentado contra una obra del vanguardista vienés Arnulf Rainer, Dammbeck arma un documental que tiene mucho de intriga policial y, al mismo tiempo, de novela de tesis. "El cine de Dammbeck --apunta Gehler-- es imposible de encasillar en una categoría o en una definición. Antes que un cineasta, es un artista, en el sentido más amplio del término, y le interesa la ideología que hay detrás del arte, la relación entre arte y política."
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