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PRISION PERPETUA PARA DOS POLICIAS ACUSADOS DE MATAR Y HACER DESAPARECER A MIGUEL BRU
Un crimen sin cuerpo pero con culpables

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Los policías Walter Abrigo y Justo López fueron condenados a cadena perpetua por la tortura y muerte del estudiante de periodismo Miguel Bru. López, sin embargo, permanecerá en libertad hasta que la sentencia esté firme. La familia mostró su disconformidad con la condenada recibida por el titular de la comisaría: apenas dos años.


Por Horacio Cecchi y Eduardo Videla

t.gif (862 bytes)  El primer juicio por un desaparecido en democracia terminó ayer con la condena a cadena perpetua de dos policías. Se trata del subcomisario Walter Abrigo y el suboficial Justo López, acusados de torturar hasta la muerte al estudiante de periodismo Miguel Bru. Pese a que el cuerpo de la víctima nunca fue encontrado, el tribunal consideró probada la muerte por tormentos, sobre la base de las pruebas y testimonios reunidos a lo largo de 13 jornadas. También determinó que los policías hicieron desaparecer el cadáver y tejieron una serie de maniobras para ocultar el crimen. El comisario Juan Domingo Ojeda, titular de la comisaría 9º, donde se cometió el hecho, fue condenado a 2 años de prisión a cumplir por "torturas posibilitada por negligencia", y al suboficial Ramón Ceresetto a 2 años a cumplir, por fraguar el libro de guardia de la seccional. Pese a la dureza de la condena, López seguirá en libertad pues goza del beneficio de la excarcelación, aunque el tribunal lo puso bajo custodia para evitar su fuga. Ojeda y Ceresetto también tienen el mismo beneficio. Los padres de Bru se mostraron conformes con la sentencia, aunque Rosa Shönfeld cuestionó la baja condena que recibió Ojeda.

En un extenso y fundamentado fallo, el tribunal su convicción de que Bru fue asesinado en la comisaría, pese a que no fue encontrado el cuerpo, en la declaración de testigos que vieron como su cuerpo exánime era sacado de la seccional, después de la sesión de torturas. Consideró además que los autores aplicaron torturas aptas para provocar la muerte, consecuencia que debieron representarse y no evitaron. Como agravante, se tuvo en cuenta que el delito se cometió en una comisaría lo que les garantizaba la "creencia de impunidad para su conducta", y el "ocultamiento de todo vestigio del cuerpo de la víctima".

La lectura de la sentencia estaba prevista para las 18, pero la redacción y corrección del texto, unas 224 fojas, demoró el trámite, que se inició recién a las 21.45, apenas ingresaron a la sala los jueces Eduardo Hortel --presidente de la Cámara--, Luis Pedro Soria y María Clelia Rosentock.

El aspecto más polémico de la sentencia es el que dispone que el sargento Justo López permanezca en libertad. Es que el policía fue beneficiado con la excarcelación a fines del año pasado por estar en prisión más de tres años sin tener una sentencia firme. Pese a que ayer fue condenado, como la sentencia será apelada por la defensa ante la Cámara de Casación y, seguramente, ante la Suprema Corte provincial, la ley le asegura al procesado el derecho a conservar el beneficio de la excarcelación hasta que la sentencia quede confirmada. Lo mismo ocurrió con los policías acusados por la masacre de Ingeniero Budge. En aquella ocasión, cuando la sentencia quedó firme, los condenados se habían profugado.

El tribunal consideró probado que Miguel Bru fue detenido por el servicio de calle de la comisaría 9ª, el 17 de agosto de 1993. Para ello, se basó en los testimonios de detenidos que compartieron las celdas con Bru y vieron cómo era torturado. Norberto Avila dijo que le sirvió un té a Miguel "porque hacía frío". Después vio cómo Abrigo y López le ponían una bolsa en la cabeza y lo golpeaban. Alberto Martínez precisó que los dos policías "le pegaban trompadas y patadas a Bru". Ezequiel Sánchez Barreto, Jorge Ruarte y Celia Giménez avalaron esos testimonios, agregando que otros detenidos también fueron torturados en esa comisaría. Otros testigos señalaron que Bru, por esos días, estaba amenazado por Abrigo, a quien había denunciado por un allanamiento ilegal a su vivienda.

También consideró probado que Ceresetto adulteró el libro de guardia de la 9ª fue adulterado para borrar la presencia de Bru en la seccional: donde decía "Fernández, José Luis", sobre raspado, había estado escrito "Bru Miguel", según demostraron los peritos.

La de ayer fue la séptima condena a policías por torturas seguidas de muerte. Las anteriores fueron las de los casos que tuvieron como víctimas a Sergio Durán (en Morón), Oscar Sargiotti (en Córdoba), Ramón Bouchón (San Nicolás), Cristian Campos (Mar del Plata), Freddy Pazos (Río Negro) y José Figueredo (Santa Fe).

Horas de tensión

Desde temprano, el caso Bru se condensó en el aire de La Plata. Ya por la mañana, Ernesto Sabato y Graciela Fernández Meijide habían incorporado una mención al estudiante platense desaparecido, durante sus discursos en una clase pública en el rectorado de la Universidad nacional de La Plata. La mentora del agregado de último momento fue Rosa Bru, que se apersonó en la clase pública para invitar a Sabato y a Meijide a la lectura del fallo, que se realizaría por la tarde: la madre de Miguel Bru fue recibida por un cerrado aplauso del público.

"Hoy fue un día terrible --dijo Rosa a Página/12 más tarde, en las escalinatas del edificio de la Cámara de Apelaciones y Garantías-- estoy muy nerviosa, hoy tengo más miedo que nunca. A las siete de la mañana me empezaron a llamar las radios. Ya no me pude quedar quieta". A las 4 de la tarde, Rosa empezó los preparativos en su casa. Néstor, su marido, le preguntó "¿Adonde vas?, si todavía no empieza. Quedate". "No puedo --le dije--, qué voy a poder". A las 16.30, una hora antes de que abrieran las puertas del tribunal, Rosa estaba en las escalinatas apretando con una de sus manos un crucifijo de madera que le ofreció una vecina. Estaba vestida con un tapado negro y una blusa blanca. Temblaba de miedo, parecía un estandarte. La rodeaba una multitud de amigos, familiares de víctimas de la policía, todos reconocibles por prendedores en la solapa con las imágenes de sus hijos muertos. En la entrada, los amigos de Miguel habían colgado pasacalles. Se podía leer: "¿Dónde está Miguel?". Otros pintaron en las baldosas: "Perpetua a los asesinos".

En la calle, el clima había sido más tenso. Decenas de personas se quedaron sin entrar. Hubo empujones y la Infantería dispersó a los golpes a algunos estudiantes. En la calle hubo una multitudinaria vigilia: más de 200 personas soportaron el frío y siguieron con atención la lectura de la sentencia.


SEIS AÑOS DE ESCOLLOS PARA UNA INVESTIGACION
Todo empezó con una denuncia

 

t.gif (862 bytes) "Misteriosa desaparición de un estudiante de periodismo", tituló un diario en setiembre de 1993. Por entonces, todo era incertidumbre: Miguel Bru (23 años) desapareció el 17 de agosto, y lo único que se supo entonces fue que un almacenero lo vio andando en bicicleta en la localidad de General Bavio, en las afueras de La Plata. A partir de ese día, su familia comenzó una búsqueda que aún no terminó. Desde entonces, su madre, Rosa Bru tuvo una convicción: la desaparición estaba vinculada con una denuncia que Miguel había presentado contra personal de la comisaría 9º de La Plata, por allanamiento ilegal. Durante más de seis años tuvieron que remar contra la corriente: un juez demasiado amigo de la policía, un fiscal que defendía a los acusados, descalificaciones y amenazas a los testigos y más de quince excavaciones frustradas en terrenos cercanos al Río de la Plata, para buscar el cuerpo del chico desaparecido.

Como una historia de terror, todo comenzó un martes 13, en abril de 1993. Esa noche, un grupo de policías de la comisaría 9ª irrumpió en la casa donde vivían Miguel Bru y Jorge "El Mono" Barrera. El procedimiento tuvo origen en la denuncia de un vecino por ruidos molestos: allí ensayaba el grupo punk Chempes 69, que integraban los dueños de casa. Los jóvenes, encabezados por Bru, hicieron la denuncia por allanamiento ilegal en la Fiscalía de Cámaras. A partir de entonces se sucedieron las intimidaciones contra el estudiante. Recuerdan los amigos del estudiante desaparecido que varias veces vieron al subcomisario Walter Abrigo, jefe del servicio de calle de la comisaría 9ª, merodeando los lugares por donde andaba Miguel.

El domingo 17, su novia y sus amigos le perdieron el rastro. En Punta Blanca, cerca del río, encontraron una bicicleta y algunas prendas que, supuestamente, eran de Miguel. Todo indicaba que se quería sugerir la hipótesis de un suicidio. Pasaron cuatro días hasta que la policía les tomara la denuncia, que sólo pudieron hacer en la seccional 4ª, donde trabajaba como suboficial Néstor Bru, el papá de Miguel.

Rosa Schönfeld tuvo la primera pista de lo que había pasado de boca de Celia Giménez, una mujer que trabaja como prostituta, cuyo hermano estuvo detenido junto con Miguel. "A Miguel lo llevaron a la novena y se les fue de palos", le reveló la mujer. Luego llegaron los testimonios de otros presos que estuvieron detenidos junto con el estudiante. Todos coincidieron en que el subcomisario Abrigo y el sargento Justo López golpearon a Bru hasta dejarlo sin aliento, trataron de reanimarlo y finalmente lo subieron a un auto. Fue lo último que vieron ese 17 de agosto de 1993, desde las celdas de la comisaría 9ª.

La tenacidad de Rosa Schönfeld se topó con el letargo que impuso a la causa el juez Amílcar Vara, un hombre con lazos amistosos en la Bonaerense, que ya había dejado dormir una causa por la desaparición del albañil Andrés Núñez, torturado hasta la muerte. A dos semanas de la desaparición del estudiante, el juez manifestó su "íntima convicción" de que Bru estaba vivo. Un mes y medio después, el mismo magistrado se disponía a cerrar la causa porque --argumentó-- "no existe comprobación de delito". Vara fue separado de su cargo en octubre de 1995, acusado de cometer faltas y delitos en 27 causas judiciales, casi siempre, en beneficio de sus amigos policías.

Otro escollo para la investigación fue el fiscal Octavio Sequeiros, quien públicamente descalificó a los testigos por ser detenidos y en lugar de pedir el procesamiento de los policías imputados solicitó su sobreseimiento porque "no está probada la muerte del joven", según argumentó. El fiscal también terminó separado de la causa, por pedido del juez Szelagowski.

Desde la policía surgieron otras trabas para la investigación, como un anónimo redactado en la Brigada de Investigaciones de La Plata, meses después del hecho, donde se decía que el estudiante estaba con vida y había sido visto por las calles de la capital provincial.


"Tuvimos que aceptar que él estaba desaparecido"

Los amigos que desde la Universidad de La Plata movilizaron a los alumnos cuentan cómo fue creciendo el reclamo de justicia.

Por Cristian Alarcón

t.gif (862 bytes) Hubo una circunstancia, junto a las marchas y los gritos, según coinciden los amigosna02fo10.jpg (7753 bytes) y ex compañeros de Miguel Bru, que impidió que la desaparición del estudiante de periodismo pasara a integrar una larga lista de ignorados e irresueltos crímenes de la bonaerense. "El era alumno de la Escuela de Periodismo de La Plata, de la universidad pública, y desde ese lugar es que se gestaron las movilizaciones y el reclamo. Siendo un chico de una familia pobre que no pasó nunca por la facultad, es obvio que hubiera sido mucho más difícil para su familia conseguir justicia", opina Antonia, amiga de Miguel desde que se conocieron en una clase de Filosofía de la carrera de periodismo, al comienzo de 1990. "Lo que marcó la diferencia fue que Miguel pasó por la universidad, que en su momento estaba politizada, y tuvo amigos con cierta conciencia política", dice Pablo, de las mismas aulas. Ayer sus amigos, quienes desde siempre por decisión propia han aparecido con sus nombres o apodos en los medios, repasaron los años que han esperado y exigido justicia.

Anoche, varios de los que fueron compañeros de Bru y muchos de los actuales estudiantes de la carrera hacían puerta, después de forcejear con la policía, en los juzgados platenses de la calle 8. En setiembre de 1993, aproximadamente un mes después de su desaparición, en las casas de sus amigos se hicieron las primeras reuniones de una organización espontánea que sus integrantes decidieron llamar Comisión de Compañeros, Amigos y Familiares. El grupo, "muy heterogéneo", según la definición de Antonia, logró que el viernes 24 de setiembre, una escuálida columna de 200 personas cubiertas por paraguas de una lluvia enemiga, marchara hasta los tribunales y pidiera justicia al juez Amílcar Vara.

"En las primeras reuniones uno podía estar ahí por pasión o por principios. Por pasión, si uno lo quería a Miguel. Y por convicción, por lo aberrante que era lo que estaba pasando, y en plena democracia", sostiene Mendi, otro de los amigos. El lo conoció entregándole volantes de una agrupación cuando Miguel llegó a anotarse a la carrera. Después Miguel se enamoró de Carolina, su amiga, y luego se cruzaban en los campeonatos de fútbol como parte del equipo La Resaca de Fiorito.

Mendi recuerda las dificultades y, entre ellas, la primera después de ese agosto negro. "Tuvimos que darnos cuenta de que Miguel estaba desaparecido, esa palabra tan fuerte. Porque todos por uno u otro motivo éramos conscientes de los desaparecidos de la dictadura y algunos teníamos familiares o conocidos víctimas de la represión, pero vivirlo así nos costaba."

Jorge, el Enano, tiene una imagen de Miguel que no cambia: "Un stone, con los trapitos que le colgaban, diciéndome 'enano, vos al final sos puro chamuyo'". Jorge divide en etapas la construcción política que para el grupo significó el pedido de justicia por el caso Bru. "Primero la presión a los medios, un trabajo en el que gravitó por sobre todo nuestra formación y la forma de acción. No fue por prejuicios contra los partidos, pero no les permitimos interferir. Por eso separamos los tantos: éramos compañeros, amigos y familiares y la que hablaba era Rosa, una madre." Después, dice Jorge, vino el tiempo de combatir al juez Vara, y por último la de la investigación real, del juez (Ricardo) Szelagowsky.

En lo personal, el Enano también puede separar estos años. "Atravesé la tristeza, la depresión y una lucha con mucho dolor, con amargura. Después fue más de pelearla, pero fresco mentalmente, pensando. Y ahora la etapa de la convivencia, aceptar de por vida que voy a vivir con esto en mi corazón, que es así, que puede venir más tranquilidad si encontramos el cuerpo, pero que yo ya sé que voy a tener que vivir así, sin Miguel."


QUIENES SON Y QUE HICIERON LOS ACUSADOS
Los cuatro policías condenados

 

Por C. R.

* Walter Abrigo: el subcomisario era el jefe del Servicio de Calle de la comisaría 9ª alna02fo02.jpg (9645 bytes) momento de la desaparición de Miguel Bru. Junto con el sargento Justo López, intervino en dos allanamientos --el primero de ellos ilegal-- en la casa donde vivía el joven, antes de su desaparición. Los detenidos que pasaron por la 9ª aseguraron que la recepción era siempre la misma: los golpeaba Abrigo y les ponían una bolsa de plástico en la cabeza. El clásico "submarino seco", herencia de la dictadura militar. Abrigo fue juzgado también por las torturas sufridas por el ex detenido Roberto Díaz, ya fallecido. En este caso también fue imputado el oficial Raúl Tidone.

* Justo López era el segundo de Abrigo en el Servicio de Calle. Algunos testigos lo señalaron como el autor material de la muerte de Bru, mientras que otros le dieron el rol central a Abrigo. También hubo quienes dijeron que fueron "los dos" por igual. "Mi hermano mencionó tu nombre, hacete cargo", le dijo a López, a quemarropa, la testigo Celia Giménez. El hermano de Celia, Luis Suazo, fue uno de los primeros que habló sobre cómo murió Bru. A él también lo mataron, en 1994, en un supuesto enfrentamiento, poco después de que Celia acusara a López.

* Juan Domingo Ojeda: era el jefe de la seccional 9ª cuando se produjo la detención de Bru. "Si hubiera habido algo raro en el libro de entradas, ¿sabe cuánto habría durado?", declaró Ojeda ante los jueces. En la primera jornada del juicio ya había quedado demostrada la adulteración del libro. Ojeda fue acusado de facilitar, con su negligencia, la comisión del delito de torturas. La expresión menos feliz del comisario fue cuando dijo que "los presos pedían venir a la 9ª". Ninguno de los ex detenidos dio la sensación de tener recuerdos felices de la seccional.

* Ramón Ceresetto: era el responsable del libro de guardia adulterado, pero en todo momento negó su participación en ese flagrante delito, probado en el primer día de audiencia. Varios oficiales que siguen en actividad señalaron con total precisión que, si había un error en el libro, la orden "no era borrar", como se hizo con el nombre de Miguel Bru, sino "hacer un salve", al pie de la página correspondiente, para dejar sentada la corrección. En esa hoja del libro hubo tachaduras y enmiendas.

 

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