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Los religiosos perdieron a su Mesías (o sea, Benjamin Netanyahu)

Algunos ultraortodoxos judíos ni siquiera fueron a votar. Otros, ante la perspectiva de un triunfo de Barak, apoyaron al premier saliente, de quien recibieron una importante ayuda económica en sus tres años de gobierno.

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El País
de Madrid

Por Ferrán Sales
Desde Jerusalén

t.gif (862 bytes)  “Yo soy un judío creyente, reniego del sionismo y no participo en las elecciones.” Centenares de pancartas con estas frases colgaban ayer en los balcones del barrio fundamentalista de Mea Sh’arim, en Jerusalén, convertido desde hace decenios en la fortaleza inexpugnable de la secta judía de los ultraortodoxos “haredim” (temerosos de Dios), para los que el Estado de Israel sólo puede ser proclamado por el Mesías, cuando éste regrese a la tierra.
Mea Sh’arim (“Ciento por uno”, en hebreo) es un crisol de fundamentalistas judíos, en el que conviven los radicales integristas, junto con los posibilistas sefardíes del partido Shas o los askenazíes de la organización Unidad del Torah y Judaísmo, todos ellos fieles seguidores de los rabinos, y en el peor de los casos militantes decididos del partido de derecha Likud y de Benjamin Netanyahu.
“Los que votamos aquí lo hacemos por Bibi (diminutivo de Netanyahu) en las elecciones a primer ministro, y por un partido religioso en las elecciones legislativas”, aseguraba ayer un comerciante de una de las calles principales de Mea Sh’arim, mientras ofrecía a precio de saldo (48 shekels, unos 20 dólares) Dónde tú irás, yo iré..., la biografía de Margalith Yossef, esposa del rabino Ovadia Yossef, un dirigente espiritual del partido radical Shas, el tercero en importancia del país, que acaba de dar su apoyo al líder del Likud.
Las calles de Mea Sh’arim aparecían ayer alfombradas por la propaganda de los partidos religiosos, de los de la extrema derecha e incluso de los defensores de Benjamin Netanyahu, como si los dirigentes políticos fueran muy conscientes de que las estrictas normas religiosas impiden a los radicales judíos ver la televisión o escuchar la radio, y que su único contacto con la publicidad política es a través de la octavilla o el cartel.
“Aquí hay más propaganda por centímetro cuadrado que en cualquier otro lugar de Israel”, aseguraba un anciano haredim de barba blanca y sombrero negro calado hasta la frente, mientras salía del colegio electoral después de entregar su voto a favor de Benjamin Netanyahu y de la Unidad de la Torah y el Judaísmo, la organización ultraortodoxa de los judíos askenazíes, venidos del centro de Europa.
En las elecciones generales de 1996, Mea Sh’arim se convirtió en un feudo del partido Likud, liderado por Benjamin Netanyahu, quien durante los tres últimos años ha estado pagando el favor con generosas donaciones. Este dinero les ha permitido a los religiosos de este barrio construir sus seminarios –yeshivas–, abrir sus guarderías o ampliar sus sinagogas. Para ellos, el líder del Likud es casi como un nuevo Mesías.


LAS RAZONES DEL TRIUNFO DE BARAK
Un voto seguro

Por Pablo Rodríguez

t.gif (862 bytes) El amplio triunfo de Ehud Barak en las elecciones de ayer es el más claro mensaje de la sociedad israelí a favor de los Acuerdos de Oslo. Al menos desde su firma en 1993 por el entonces premier Yitzhak Rabin, que fue asesinado dos años más tarde. Sin embargo, es aventurado decir que fue un voto “por la paz”. Si Benjamin Netanyahu ganó en 1996 con la consigna “paz con seguridad”, es entre otras cosas porque es casi imposible que el electorado israelí desvincule los dos aspectos. Si ayer ganó Barak, y con un margen de 15 puntos sobre Netanyahu, no es tanto porque los israelíes apoyaron decididamente la paz “a cualquier costo”. Ocurre que Barak es quien, en el contexto actual, encarna esa “paz con seguridad”.
A fines de 1995, Israel se estremeció por el crimen de Rabin. También era evidente, para cualquier israelí que iba a su trabajo o que salía de noche, que un atentado suicida en un ómnibus podía matarlo. En ese contexto, poco importaba que en los actos de campaña de Netanyahu los ultraortodoxos gritaran felices por la muerte de Rabin. El ahora premier saliente quedaba “pegado” a los extremistas, y por eso las encuestas le daban la victoria a Shimon Peres. Pero Netanyahu hablaba de esos atentados suicidas, no de “un legado” como el de Rabin que aún no tenía consecuencias palpables en materia de seguridad. Por eso ganó.
En estos tres años, Netanyahu hizo hincapié más en la seguridad que en la paz. Hace un mes, en un debate electoral televisivo con Yitzhak Mordejai, el candidato centrista que fue su propio ministro y que luego se marchó del gabinete, Netanyahu le preguntaba obsesivamente “¿La gente se siente más segura hoy que hace tres años?”, y recitaba cifras sobre la disminución de atentados en su período de gobierno. Pero la ofensiva del Hezbollah en el sur del Líbano lo había obligado a reconocer, con los dientes apretados, que Israel debía abandonar esa franja de seguridad. Ya no había atentados, pero desde el norte del país los ataúdes seguían llegando.
Sin poder garantizar la seguridad, Netanyahu firmó un acuerdo –el de Wye Plantation– que no pudo cumplir por su compromiso con los partidos religiosos. Entre tanto, la presión internacional lo convertía en un personaje “inflexible” que tampoco sabía garantizar la paz. En este panorama, el discurso de Barak era claro: cumplir el acuerdo firmado y retirar al Ejército israelí del Líbano de aquí a un año. El candidato laborista gozó, además, de un aliado clave: la Autoridad Nacional Palestina, que hizo de la moderación un culto y que desmintió, en los hechos, la pinta de demonios que Netanyahu siempre desplegó al hablar de los palestinos.
Ahora, el gobierno de Barak deberá cumplir con lo prometido. Pero además, tendrá que decidir qué hará con lo firmado en los Acuerdos de Oslo. Y que sigue muy, muy lejos de haberse cumplido.


LOS ARABES VOTARON POR SU RECUPERACION ECONOMICA
La lucha por el trabajo mal pago

t.gif (862 bytes) En las elecciones de ayer, el desbloqueo del proceso de paz importó menos a los electores árabes israelíes que la promesa y la expectativa de conseguir empleo. Y votaron mayoritariamente por quien pensaban que iba a mejorar su economía, el candidato laborista Ehud Barak. En los últimos años, los árabes israelíes sufrieron el deterioro de su situación por el ingreso masivo de decenas de miles de inmigrantes judíos y de otras nacionalidades (como tailandeses y rumanos), que empezaron a ser preferidos en los trabajos mal pagos que eran los únicos que les estaban reservados a ellos. En la población total del país, los árabes son un millón, y representan el 15 por ciento del electorado. Pero esta cifra no se ve reflejada en el poder político.
La mayoría de los árabes interrogados por su voto compartió la respuesta. Reconocieron que hubiera preferido elegir un candidato árabeisraelí, pero ante la inexistencia de esta posibilidad, votaron simplemente para alejar a Netanyahu del gobierno. Barak era el mal menor. En las elecciones legislativas votaron a alguno de los tres partidos árabes o de las alianzas con participación de árabes. “La economía es la cuestión fundamental aquí”, confirmaba ayer Hachem Mahamid, candidato de la Liga Arabe Unificada. “Oficialmente, tenemos un porcentaje de desempleo del 10 por ciento, pero de hecho, si tenemos en cuenta a las mujeres, está alrededor del 40 por ciento”, aclaró.
Muchos árabes israelíes recuerdan con nostalgia el período de 1992 a 1995, cuando Yitzhak Rabin era premier y hasta su asesinato. Pero más que por la reactivación de la paz, también añoran esa época por la reactivación económica que significó. “Con Barak será como con Rabin, todo volverá a reencauzarse”. Esta era la esperanza que los árabes creían que se puso en marcha con la victoria laborista de ayer.

 

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