OPINION
La batalla de Córdoba
Por José L. DAndrea Mohr |
Si
se le pregunta al ministro de Defensa el porqué del espionaje militar a un juzgado
federal dirá, probablemente, que será investigado y severamente sancionado, pero no
contestará el por qué. Y el por qué es una tarea para la gente de inteligencia militar:
saber qué pasa con sus antecesores que operaron en el campo de concentración La
Perla, que funcionó en Córdoba durante la dictadura.
Pero la pregunta al ministro podría continuar con una curiosidad periodística
beneficiosa para los contribuyentes. Sería muy útil saber cuántos civiles y cuántos
militares contratados como civiles mantiene hoy la jefatura II de Inteligencia del Estado
Mayor del Ejército, y sería muy importante conocer la nómina de ex torturadores y
colegas similares que cobran por la SIDE.
El siguiente paso, a continuación de las respuestas, sería pedir al Congreso la ley de
anulación de ambos organismos espantosos. Porque no saber qué hacer con un enemigo es
una cosa. Pero pagarle a gente que considera enemigos a quienes buscan justicia es lisa y
francamente pagar al enemigo para dañar a todos los demás.
El reciente caso Córdoba desnuda como ningún otro la angustia y los tafanarios sucios de
la gente de inteligencia. Sin embargo ahora ellos, los interrogadores y los torturadores,
pueden convertirse en los testimoniantes que lleven a la cárcel a Luciano Benjamín
Menéndez, Antonio Bussi y otros generales retirados.
Es muy sencillo de entender. Los señores de la vida y la muerte del antiguo destacamento
de Inteligencia 141, que operaban el campo de La Perla, serían citados uno a
uno como consecuencia de las declaraciones de sus víctimas sobrevivientes. Y esas
declaraciones de los antiguos interrogadores llevarán hasta a los jefes del
destacamento, a los comandantes de subzona y a las jefaturas de área donde las víctimas
fueron secuestradas.
Córdoba, a pocos días de otra fecha del Cordobazo, el 29 de mayo próximo, es noticia
porque miembros de la inteligencia militar de la democracia se dedicaron a espiar la
marcha inexorable de las denuncias que llevarán a la cárcel a varios antiguos profesores
de su repugnante actividad.
Pero las llamas de los muertos quemados por Menéndez no quedaron borradas ni siquiera con
el humo de los documentos incinerados por Cristino Nicolaides. Ahora les toca hablar a los
interrogadores. Coraje muchachos. Y si les falta coraje, recuerden a sus víctimas.
Ustedes tendrán una suerte: en democracia, la declaración no duele. |
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