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El País de Madrid Por Luis Matías López y Rodrigo Fernández Desde Moscú Todo un record. En ocho días, se han resuelto dos graves crisis políticas en Rusia, y ambas con el mismo vencedor: Boris Yeltsin. El miércoles de la semana pasada, el presidente destituía a su primer ministro, Yevgueni Primakov, que le hacía demasiada sombra, y proponía como relevo al general y ministro del Interior Serguei Stepashin. Al día siguiente, se iniciaba el juicio en la Duma que concluyó el sábado con la absolución del líder del Kremlin, aunque más de la mitad de los diputados votó contra él por traidor y genocida. Y el miércoles mismo, a la primera, los diputados, por abrumadora mayoría (301 contra 55), daban su visto bueno al nuevo jefe de Gobierno, que antes había dicho para calmar temores: No soy el general Pinochet. Mi nombre es Stepashin. No hubo defensas encendidas de las virtudes democráticas, la experiencia ministerial o la capacidad de gestión de Stepashin. En las intervenciones de los diversos portavoces, los sentimientos predominantes fueron la frustración y hasta la ira por tener que someterse al capricho del presidente para evitar males peores y escenarios de desestabilización que hagan tambalearse un sistema formalmente democrático. Vladimir Rizhkov, líder del grupo de Nuestra Casa Rusia, el partido de Viktor Chernomyrdin, estableció un claro paralelismo entre la situación actual y la de comienzos de siglo, que degeneró en la revolución de febrero de 1917 (que derribó el zarismo) y la bolchevique de octubre de ese mismo año. Entonces y ahora, señaló, el zar (el presidente) destituía gobiernos a su antojo y amenazaba a una Duma rebelde. Nicolás II la disolvió. Yeltsin ha permitido que se crea que estaba dispuesto a hacer lo mismo. Y los comunistas y sus aliados, que tenían la llave del resultado, renunciaban a plantar batalla por el temor a que un rechazo del candidato llevase a Yeltsin a retirarlo y proponer a alguien inaceptable y forzar la disolución de la Duma. El propio líder comunista, Guennadi Ziuganov, señalaba que ya hay una lucha por las carteras clave entre dos grupos de presión, el de Anatoli Chubais y el del magnate Boris Berezovski, que hace unas semanas estaba prófugo de la Justicia y hoy vuelve a jugar a ser el Rasputín de Yeltsin. Según Ziuganov, la capacidad de maniobra de Stepashin es muy limitada: si se sale del guión que le marque Boris Berezovski, éste se deshará de él, como hizo con Primakov, pese a la estabilidad política que marcó su breve mandato y a su enorme popularidad, o a causa de ella. Stepashin se presentó en la Cámara con su más civil y elegante traje de demócrata, prometiendo que no tomará ninguna medida anticonstitucional ni promulgará el estado de emergencia. Hay quien me compara con Pinochet, señaló. No. No soy el general Pinochet. Mi nombre es Stepashin. El hombre que Yeltsin se ha sacado de la manga para eliminar a un buen primer ministro, tal vez porque se llevaba demasiado bien con la Duma, prometió completar en una semana un gobierno de profesionales para sacar al país de la crisis, luchar de forma implacable contra la corrupción (especialmente en el poder), proteger a los inversores y utilizar bien la ayuda exterior. Una de sus prioridades será arrancar a la Duma la aprobación del paquete legislativo exigido por el Fondo Monetario Internacional para desbloquear un préstamo de más de 3896 millones de dólares. Antes incluso de la sesión, ya había advertido que, llegado el caso, estaba dispuesto a presentar por este tema una moción de confianza. Entre tanto, Yeltsin, culpable de todo este embrollo, desahuciado políticamente (y casi físicamente) hace unos meses, y otra vez en la cresta de la ola, constata satisfecho algo que no deja de sorprenderincluso a los mismos rusos: que sigue siendo la única vara de medir el poder en este gigantesco país.
RUSIA ESPERA QUE AHORA LLEGUEN LAS REFORMAS The Guardian de Gran Bretaña
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