Dentro de pocos días estaré en París. Más precisamente en la
Unesco, donde participaré de un homenaje a Raoul Wallenberg por su labor de salvataje
durante los terribles años del nazismo en Europa.
Llego hasta allá en nombre de mis familiares, en nombre de todos mis muertos y en nombre
de todos los vivos.
Llego sabiendo que el ser humano es capaz de inventar cualquier ideología, desde la más
suprema como es la de la dignidad hasta la más perversa como es el
asesinato; en nombre de las revoluciones y en nombre de las contra-revoluciones, en
nombre de los que están a favor del capitalismo y quienes lo niegan, en nombre de los que
acuerdan con el nacionalismo, y viceversa, en nombre de los que enaltecen al comunismo y
en nombre de los que están en oposición. En nombre de la destrucción. Y en nombre de la
re-construcción. En nombre de los que crean fronteras. Y en nombre de los que las
derriban. Llego en nombre de todos los argumentos y los contra-argumentos.
Llego con el convencimiento de que, cuantas más explicaciones se dan, más ayudan a
comprender y, porqué no, mejor justifican la violencia, el odio y hasta la misma guerra.
Porque en la guerra, a pesar de sus reglas, todo está permitido.
Llego con la certeza de que no se debe entregar el poder a ningún hombre. Un hombre no es
más que eso, y por su humana condición, no es infalible. En cada generación, en
diferentes lugares, surgen personas que se consideran mesiánicas, que prometen la
solución de todos los problemas. Sólo exigen tiempo y devoción. Y cuando se les entrega
el tiempo y la devoción, cuando el líder lo tiene todo, no hay retorno posible. Hitler
prometió que, si le daban 10 años, sólo 10, gestaría una nueva Alemania: una Alemania
que no conociese desocupación ni desorden social.
Llego para decir que la realidad fue otra. En 10 años eliminó a todos los partidos.
Asesinó a todos los que se interpusieron en su camino. Encarceló. Obligó a buena parte
de las mujeres a coser uniformes para el ejército. Asignó a miles de hombres a la
fabricación de tanques de guerra, submarinos, aviones, municiones, y otros cientos fueron
reclutados en la Gestapo, la policía y los S.S. Pero en la guerra no existe la victoria.
Sólo víctimas.
Llego para informarles que se quemaron millones de libros mientras se imprimían otros
dedicados a la propaganda del régimen y que, cuando todo estuvo bajo control, el
nacionalsocialismo alcanzó su mayoría de edad. Bajo el lema: Alemania hoy, el mundo
entero mañana, las nubes más negras se adueñaron de Europa. Pero ya era tarde. Corría
1939.
Los tiempos cambiaron. Alemania tenía trabajo. Los hijos de ese nuevo país morían
congelados y hundidos. Alemania tenía orden mientras los padres fabricaban herramientas
para la destrucción, los hijos se enfrentaban a los supuestos enemigos. Conclusión: 6
años de guerra, 6 años de matanzas. 70 millones de hombres en un conflicto que nadie
imaginó. 10 millones de soldados. 20 millones de civiles. Los números de la barbarie.
A través de la historia el hombre siempre estuvo preparado para matar y dejarse matar en
nombre de cualquier ideología. Por eso, 54 años después, inclino mi cabeza y,
silenciosamente, elevo mi humana plegaria recordando a todos aquellos que, víctimas de la
insensatez y el odio, dejaron al mundo huérfano de varias generaciones cuyo pecado fue
haber estado condenadas por la mesiánica locura de los hombres.
* Sobreviviente de Auschwitz.
REP
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