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OPINION
Qué hará Balza
Por Martín Granovsky

El pedido de la fiscal Graciela Filoñuk para que la Justicia cordobesa cite al jefe de Inteligencia del Ejército, Jorge Miná, sumado al inminente pedido del fiscal Carlos Stornelli, demuestra que el adiós de Martín Balza puede ser cada vez más complicado.
Balza lleva más de siete años al frente del Ejército, un tiempo record en la historia de este siglo. Otro record de Balza es que nunca otro jefe del Ejército concentró un apoyo tan variado como él. Y en los casos en que hablar de apoyo es exagerado, al menos consiguió contemplación:
* Lo respaldó el Gobierno. Necesitaba un jefe de Estado Mayor capaz de controlar al Ejército en una situación de presupuesto magro y con suficiente cintura para borrar las líneas internas que habían quedado como resabio de los alzamientos carapintadas. Balza reunía la condición mixta de veterano de Malvinas y general.
* Lo respaldó la oposición. Primero radicales y frepasistas por cuerda separada, y después la Alianza, precisaban un interlocutor que no convirtiera al Ejército en un brazo oficialista. Balza era visto por muchos políticos como un antiguo, aunque leve, simpatizante radical, de buena relación personal con Raúl Alfonsín.
*  Tuvo diálogo fluido con los dos organismos de derechos humanos que no representan directamente a las víctimas de la represión o a sus familiares, el Centro de Estudios Legales y Sociales y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Balza no había sido acusado ni sospechado por violaciones a las garantías individuales durante la dictadura –en los peores años tuvo destino en el exterior– y completó ese pasado con discursos sobre la ilegitimidad de las órdenes de la represión ilegal.
El problema es que, también para Balza, se juntan el final del gobierno de Carlos Menem, la investigación del contrabando de armas y su propio final como jefe de Estado Mayor. El fin de Menem licua poder no sólo al Presidente sino a todos los funcionarios de jerarquía, el teniente general incluido. Su nombre dando vueltas en la causa de las armas erosiona su prestigio y le crea una hipótesis de conflicto no prevista. Y el final como jefe de Estado Mayor desata la lucha por la sucesión.
Balza no está en condiciones de suprimir ninguna de esas contras. Son objetivas. Sólo puede compensarlas con su mayor fuente de legitimidad externa: la figura de un jefe militar que, mientras la sociedad juzga a Jorge Videla y Emilio Massera, también habla de derechos humanos.
Pero la decisión de no relevar a Eduardo Cabanillas, el jefe del Cuerpo II acusado por Juan Gelman como responsable del robo de su nieto en 1976, puede desgastar su prestigio. Y lo mismo el procesamiento eventual de Jorge Miná, su jefe de Inteligencia.
Para conservar su imagen histórica (su capital político) Balza debe desprenderse de los mismos generales que, hasta ahora, apuntalaron su poder interno. Ese es el dilema del general.

 

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