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OPINION
El oráculo de Camdessus
Por Julio Nudler

El éxito final de un régimen de Caja de Conversión radica precisamente en que el tipo de cambio pueda dejar de ser fijo”, asegura Domingo Cavallo en la monografía que preparó en marzo para la ceremonia en que la Sorbona lo distinguió con el doctorado honoris causa. El cordobés razona en esas veinticinco carillas que la paridad fija sin convertibilidad no sirve porque no disipa el temor a una devaluación, provoca tasas de interés más altas y da lugar a un mercado paralelo. De manera que, según sostiene, “la simple fijación del tipo de cambio de una moneda no convertible no contribuye a mejorar la calidad de esa moneda”.
Su receta, ya se sabe, es la de la fijación de la paridad, la convertibilidad y el bimonetarismo (moneda local y moneda patrón). Esto “permite recuperar la calidad de la moneda local”. Una vez conseguido este objetivo, al pasarse del tipo de cambio fijo a la flotación, la moneda local se apreciaría (lo que implica suponer que ingresarían capitales), según el escenario que imagina Cavallo. La decisión de flotar llevará consigo el retorno de la Caja de Conversión a su anterior carácter de Banco Central.
En el sistema monetario internacional que concibe Domingo Felipe, el mundo estaría dividido en varias áreas monetarias, integradas cada una por países que, en la búsqueda de monedas de más alta calidad, hubieran renunciado a la independencia de su política monetaria. Y al FMI le correspondería dictaminar cuándo un país estará en condiciones de transformar su Caja de Conversión en un Banco Central.
En conclusión, no otro sino Michel Camdessus será quien deberá decirle a la Argentina si ha llegado el momento de flotar el peso. Mientras calle, su silencio significará que la calidad del peso seguirá siendo insuficiente.

 

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