Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


PANORAMA ECONOMICO

Fantasmático retorno

Por Julio Nudler


t.gif (862 bytes)  En apenas tres días, un espeso nubarrón se estacionó sobre la Argentina. Bajo su amenaza, todo será este año un poco peor de lo que se esperaba. Aunque no se le quiera dar crédito al temor de una devaluación del peso, la crisis de desconfianza va a demorar o abortar totalmente la reactivación que parecía próxima. Hay que resignarse a convivir con la incertidumbre hasta octubre, o probablemente hasta diciembre, sin que se sepa si la ola contestataria –de los estudiantes, los estatales, el campo, la Unión Industrial, los transportistas– se atenuará o arreciará ante la adversidad general. No es que 1999 llegue a ser otro 1989, pero ya está cargado de fantasmas parecidos.
Situados ante el espectáculo, los economistas le ven ángulos diferentes. Para Pedro Lacoste, al reducirse la volatilidad brasileña los operadores internacionales se preguntaron de inmediato por el próximo eslabón débil en la cadena emergente. Y al acercarle la lupa a la Argentina comenzó a agrandarse ante sus ojos una montaña de problemas: el año político, la imposibilidad del gobierno de imponer el recorte en el gasto público y la falta de competitividad. El resto lo hicieron las usinas de rumores y las declaraciones de Domingo Cavallo sobre la flotación del peso. La Argentina fue convertida así en el foco de una caída regional generalizada en el valor de los activos financieros.
Miguel Bein lo ve a la inversa, como una toma de ganancias extendida sobre los mercados emergentes para apropiarse de fuertes beneficios acumulados a lo largo de unos dos meses, detonada por el endurecimiento de la política monetaria estadounidense, anunciado por la Reserva Federal como reacción ante el salto inflacionario que sufrió Estados Unidos en abril. El bono brasileño global, con vencimiento en el 2027, subió entre principios de marzo y el 10 de mayo de 65 a 81, arrojando así una ganancia de casi 25 por ciento. El mismo tipo de papel argentino rindió casi 16 por ciento en un lapso parecido. La Bolsa de Corea, cuyo índice era de 300 en octubre, llegó a 825 hace un mes. Las acciones de Telebras, que a mediados de enero, en el comienzo de la devaluación, tocaron un piso de 55 dólares, valían 104 hace diez días. Todos esos valores han venido cayendo en las últimas semanas, antes aun de que la Argentina se pusiera de moda. Hasta la mejora de Brasil tocó su límite, como muestra la reacción contraria del mercado –y el consiguiente repunte del dólar frente al real– tras el anuncio el miércoles de una nueva reducción –a 23,5 por ciento– de la tasa de interés.
Trátese de una caída generalizada causada por una toma de ganancias, o del espectro de una cesación de pagos argentina, hay en cualquier caso un componente de desconfianza cambiaria. Es por esta razón que los mercados exigieron una ampliación de la brecha de rendimiento para el mismo papel argentino: el plus para el título en pesos, respecto del nominado en dólares, se amplió de 2 puntos a 3,5. Más exactamente: los precios de los dos bonos cayeron, pero más lo hizo el emitido en pesos. Esto expresa un incremento en el riesgo país, al que se le sobreimprime una mayor desconfianza respecto del tipo de cambio. El mismo significado tiene el brusco aumento en pesos del costo de comprar dólares a un año. En tres días, el precio trepó de 1,06 a 1,12.
Es obvio que cualquier tenedor de fondos líquidos se preguntará qué sentido tiene quedarse en pesos a esperar las elecciones y el traspaso del poder, y sólo se dejará convencer por una brecha de rendimientos suficientemente amplia. Y sin embargo, aunque el problema del tipo de cambio haya vuelto a discutirse desde hace dos meses, es raro encontrar en la Argentina un economista que crea posible devaluar. Pero no ocurre lo mismo en los centros financieros, donde pesa más el impacto de la (relativamente) exitosa devaluación brasileña y no se ve cómo un país más pequeño y tan dependiente del comercio con su vecino pueda sustraerse a seguir su ejemplo. Cualquier analista local explicará rápidamente lasobvias diferencias entre una Argentina dolarizada y un Brasil que nunca se salió de su propia moneda, pero los fondos de inversión seguirán pensando que el país no soportará los costos ortodoxos de la convertibilidad.
Según un cálculo privado, curar las tremendas heridas que le causaría al sector público y al sistema financiero una devaluación podría demandar unos 40 mil millones de dólares. Y aun así resultaría probablemente estéril porque los servicios públicos se encarecerían tanto como el dólar, y muchos de los restantes precios de la economía, con excepción de los salarios, también se dispararían. Los grandes beneficiarios de una devaluación serían los exportadores de commodities.
Una vez más, la discusión queda encerrada en una trampa. Con el peso sobrevaluado (en relación a la productividad), la Argentina parece condenada a crecer muy lentamente y con drásticos altibajos. Su ilusión de una expansión más rápida del Producto queda así supeditada a un salto en la eficiencia, tanto del Estado como del sector privado, esperanza que puede ser percibida como puro voluntarismo. ¿Tanto mejor será un gobierno de De la Rúa o de Duhalde? Desde el tequila, todo lo que hizo el tándem Economía-Banco Central fue vacunar al país contra los shocks financieros, pero lo dejaron indefenso frente a un shock comercial. ¿Qué respuesta puede dar esta economía ante una caída en la demanda externa, un bajón en los precios de exportación y una persistente revaluación del dólar?
Nada de esto autoriza a pensar, sin embargo, que en el específico caso argentino devaluar sería una solución. La verdad quizá sea que no existe solución, o al menos que ésta no puede plantearse desde la Argentina, salvo en la medida en que la reducción de costos no sea mero voluntarismo. Hay que admitir, con todo, que cualquier diagnóstico carga hoy con una excesiva dosis de pesimismo porque hay demasiadas variables internacionales alineadas contra la Argentina, y que a esto se suman los costos propios de un año político. Aunque no sobren las razones para el optimismo, si el dólar siguiera bajando y se acentuara la recuperación económica de Asia y de Europa, todo parecería menos lóbrego. Mientras tanto, de algo tiene que haber servido la decepción con el mercado y con el fanático desprecio por las políticas públicas.

 

PRINCIPAL