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La máscara de Marcos
Por Manuel Vázquez Montalbán

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t.gif (862 bytes) El neozapatismo ha creado una poética revolucionaria alternativa. Códigos nuevos para describir una nueva situación. Marcos ejemplifica las propuestas políticas mediante fábulas, a veces incluso la descripción de una situación. El uso fijo de la máscara y la misma utilización del concepto de máscara alcanza un nivel polisémico.
La máscara fue un elemento defensivo frente al represor, pero finalmente deviene metáfora. El poder, la sociedad está enmascarada y el pasamontañas zapatista le ayuda a evidenciar su propio rostro enmascarado. Marcos me argumentaba que precisamente la máscara es un símbolo que se construye no propositivamente sino como producto de la lucha.
En realidad, el símbolo de los zapatistas no son las armas, ni la selva, ni las montañas. El símbolo zapatista es la máscara: “Cuando nos preguntan y nos critican ¿por qué usan máscaras?, ¿por qué se esconden? Un momento. A nosotros nadie nos miraba cuando teníamos el rostro descubierto, ahora nos están viendo porque tenemos el rostro cubierto, y no tienen más remedio que tenernos en cuenta. Y si hablamos de máscaras, vamos a hacer cuentas de lo que oculta la clase política de este país y de lo que muestra. Vamos a comparar el tamaño y el sentido de sus máscaras y de las nuestras”.
Ignoro si por ciencia infusa o porque la estrategia mediática ya va incorporada en los genes de las generaciones posteriores a Ciudadano Kane, el neozapatismo valora sobremanera lo que en teoría de la comunicación se llama feedback, la respuesta o eco a un mensaje emitido.
El neozapatismo ha practicado una concientización interactiva que le ha llevado a modificar sus propios códigos iniciales marcados por el prepotente y obsoleto vanguardismo revolucionario y convierten el pasamontañas en las Tesis de abril de la rebelión de los globalizados frente a la doble verdad del poder político y del sistema de dominación en general.
Cuando Zedillo se jacta de saber quién es Marcos –lo reduce a llamarse Guillén, como si quisiera meterlo en una botella de tequila– y propone una reunión a Guillén, Marcos le responde que no tiene ningún inconveniente en que se vean los tres. El presidente Zedillo, el filósofo Guillén y el subcomandante Marcos. No se trata de una propuesta surrealista, sino de llevar hasta sus últimas consecuencias la máscara como metáfora identificadora.
Tras la revelación de Zedillo, Marcos pregunta a una asamblea de zapatistas: “¿Queréis que me quite la máscara?” y le contestan que no. El feedback acusaba recibo del mensaje y lo asumía plenamente.
He observado que en el seno del establishment, no sólo el mexicano, Marcos molesta especialmente porque se le supone un desclasado, un traidor por lo tanto a la causa de la hegemonía de los distintos sustratos oligárquicos acumulados. Además Marcos ha conseguido ser un mito instantáneo. Todos los mitos de la segunda mitad del siglo XX son casi instantáneos porque están creados mediáticamente, no como los mitos de la antigüedad, que tardaban generaciones y generaciones en consolidarse.
El papel del mito instantáneo es una de las bases del éxito de la propuesta del zapatismo. El mito es un referente simbólico de consumo, de uso. La gente necesita mitificar a Marilyn Monroe o a Kurt Cobain y que una propuesta revolucionaria irrumpa en el mercado de los mitos demuestra que había demanda de ese producto necesario. Y estoy utilizando muy conscientemente el lenguaje del marketing, el lenguaje que el establishment emplea para justificar su cultura, su política, su verdad de mercado.
Es como si la banalidad de la posmodernidad hubiera actuado como un boomerang. Han consumido mitológicamente al Che por su condición de maldito, de perdedor, aun a riesgo de que pueda reinar después de morir. La burguesía ha convertido al Che en un poster que puede tener hasta en el retrete. A Marcos se le tiene que aceptar como un engorroso competidor mediático, y por eso el subcomandante me razonaba el porqué la derecha y algunos intelectuales a su servicio directo o indirecto han tenido tanto empeño en ponerle nombre a la máscara: “Contra la máscara no pueden pelear, contra el mito no pueden discutir. Necesitamos darle un nombre y un apellido”.
Al igual que la derecha europea, en el colmo del cinismo argumental, suele acusar a la izquierda actual de haber perdido sus presupuestos revolucionarios y pide a los izquierdistas que voten a las derechas porque las izquierdas ya no son lo que eran, a Marcos le reprochan que no sea un cadáver como el Che, aparentemente metabolizado por el sistema.
En plena cultura del simulacro, la máscara zapatista la pone en evidencia sin suscribirla. Se ha calificado a la revolución zapatista como posmoderna. Supongo que por su ubicación en el tiempo: ¡una revolución después de la revolución! También por el sincretismo cultural y lingüístico: respuesta crítica a la realidad indígena, pero también lectura crítica del mundo desde una cosmogonía indígena.
De ahí que la consulta zapatista del día 21 haya sido un verdadero referendo sobre el compromiso de la sociedad civil mexicana con la oferta emancipatoria más inocente, con la que el siglo marcado por el final de todas las inocencias trata de recuperar la mirada original sobre el desorden capitalista y sobre la participación democrática del consumidor de capitalismo.
Recogí en mi magnetofón palabras suficientes del subcomandante para reflejar el sentido de la consulta popular. “Necesitamos retroalimentación, necesitamos receptores. Insisto: nosotros no fijamos la línea hacia la que avanzar. Vamos construyéndola. Construir otra forma de hacer política tiene que ver con la forma del poder. No estamos buscando seguidores, sino interlocutores, porque sabemos que lo que queremos construir no lo vamos a poder hacer solos. Además, hemos de poner en crisis continuamente la imagen del caudillo o del líder. Si no nos cuestionamos a nosotros mismos, podemos convertirnos en una secta, muy amplia o muy restringida, depende, pero que no va a resolver los problemas.”

REP

 

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