El compact, que podrá adquirirse con el diario
del miércoles, por seis pesos, es una instantánea de una noche histórica, en que Juan
Gelman y Eduardo Galeano imantaron a un público extasiado con la lectura alternada de una
serie de poemas y textos, en el teatro Margarita Xirgu. La edición del CD es parte de los
festejos por el decimosegundo aniversario de este diario. En estas páginas se incluyen
algunos de los inéditos que uno y otro leyeron ese día, y que están en el compact.
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Por Claudio Zeiger Al volver sobre los pasos de la crónica escrita en base a las impresiones de ese evento tan simple como emotivo que protagonizaron Juan Gelman y Eduardo Galeano, en setiembre de 1997, como parte de los festejos de los diez años de Página/12 pasa algo bastante curioso. En las primeras líneas, seguramente intentando remedar el estilo candente de los viejos vespertinos que voceaban los canillitas en la calle, el cronista hablaba de un ritmo urbano frenético fútbol, política, calles taponadas para contraponerlo a ese otro clima que encontró una vez que pudo desembocar en el teatro. Lo curioso y maravilloso del asunto, es que aproximadamente un año y medio después, la memoria no logra precisar cuáles eran esos partidos de fútbol ni esos cierres de campañas qué políticos, qué equipos-, pero sí se acuerda perfectamente de ese teatro, de ese público, de ese clima y, por supuesto, de esos dos tipos leyendo. Y no está nada mal que sea así: embotellamientos de tránsito, fútbol y política habrá siempre (afortunadamente). En cambio, gente dando recitales de poesía y prosa no se sabe si habrá siempre, y por eso cobra inmenso valor la posibilidad de dejar un registro que vaya más allá de los libros (donde se suelen recolectar los poemas y los relatos), un registro de voces y climas de un evento único un recital en un CD. Es llamativa la poca costumbre que hay en Buenos Aires de leer en público. Hay muchas presentaciones de libros, eso sí. Generalmente ejercicios flotantes (palabras sobre otras palabras encerradas en el libro), donde ciertas personas comentan qué efectos les han producido los textos de otra persona que suele estar en esa misma presentación con cara de sufrir un poco de vergüenza y otro poco de aburrimiento. Las presentaciones de libros suelen ser actos muy poco fervorosos, muy poco pasionales. Y lo extraño del asunto es que todos sabemos que detrás de un libro bueno, malo o más o menos, no importa seguro hay fervor y pasión. Pues bien: las lecturas en público vienen a poner las cosas en su lugar. ¿Se discute si hay un público lector? Allí en vivo está la respuesta. ¿Se discute la oralidad en la poesía o en la prosa? Allí están los tonos, los decires de los escritores. Como en el teatro. Y el CD vendría a ser como el video o el libro: la posibilidad de llevárselo a casa y releer. Un libro es un libro y un CD no viene a reemplazarlo. Agrega otra manera de leer, y para quienes hayan estado ese día en el teatro Margarita Xirgu, una manera de recordar ese día de fútbol, autos chocadores, políticos, promesas y, más secas y precisas (la memoria las recuerda muy precisas) palabras dichas de puño y letra. Vaya entonces como agregado la crónica que hizo este diario al calor del recital de Gelman y Galeano, la primera de dos veladas, en la que se basó la grabación del CD, que ahora estará a disposición del público, como parte de los festejos por los doce años de Página/12. Era una noche de finales, de actos de cierres de campañas políticas, de partidos de fútbol por TV, de tránsito espeso. Adentro, con unas setecientas personas llenando el teatro Margarita Xirgu, había un clima fervoroso, de festejo y hasta, podría decirse, por qué no, de combate, pero no tenía que ver con el fútbol ni con las elecciones. Del escenario emanaba una extraña fascinación: dos hombres leían. Simplemente leían. Estaban sentados, quietos, y recitaban textos propios, pequeñas historias de personajes nada triunfales, poemas. No leían de la misma manera, en absoluto. Uno actuaba de manera más ostensible, arrancaba con ímpetu y avanzaba hacia un remate que se hacía desear. Después tomaba un trago de cerveza y esperaba que le volviera a tocar su turno de lectura. El otro, el hombre que recitaba sus poemas mientras fumaba casi sin pausa, arrancaba en un tono bajo, cavernoso, comosi se recitara a sí mismo con cierto pudor. Poco antes, el presentador los había convocado como contadores de historias, tipos capaces de hacer que la audiencia se parara a escuchar con fervor contenido relatos que alguna vez leyeron o que en ese momento se les revelaba por primera vez. Eduardo Galeano y Juan Gelman leyeron y hablaron de manera directa con el público, en dos veladas organizadas por Página/12 en el marco de los festejos por los diez años del diario en el que ambos son columnistas. Se habían propuesto crear un clima y lo lograron. Lo dijo Gelman después de la lectura. He leído poemas inéditos, poemas recientes y otros que no lo son tanto. Con Eduardo intentamos crear un clima. Hubo, entonces, dos climas. Dos momentos. El primero fue el de la pura palabra. No importaba mucho a ninguno de los dos escritores le interesó precisar demasiado de qué libros, de qué ediciones eran los textos. Las palabras circularon con una libertad interesada sólo en la magia del momento. En una de esas historias de Galeano, un chico arrojaba una botella al agua y adentro había un mensaje: Las palabras andan y uno busca amigos por los caminos del agua. Lo que estaba sucediendo en el teatro era algo parecido a eso que había leído el uruguayo. El otro momento fue el de las respuestas a las preguntas del público. En suma, una entrevista multitudinaria y divertida. Galeano citó a Onetti (La palabra es algo que, según me enseñó el viejo Onetti, tiene que ser mejor que el silencio para tener derecho a existir) y advirtió que era un poco mentiroso, porque no podía creerle que escribiera para sí mismo. Alguien del público lo toreó: Usted admite que su maestro fue Onetti y siempre anda diciendo que es muy malo jugando al fútbol. ¿No será una mentira también?. Galeano, sin embargo, no dejó conmoverse: juró que era el peor jugador de fútbol que había dado el Uruguay. Soy muy poco presentable. Cuando vienen turistas me esconden, señaló. ¿Consejos a los amigos? A los amigos les aconsejo que a mis libros los roben, confesó Gelman. Entre que robe el editor y que robe un amigo, prefiero que robe un amigo, amplió la confesión. A diferencia de otros sitios de América latina, las lecturas en público no son un hecho muy frecuente en los reductos culturales de Buenos Aires, pero como comentaba Gelman, últimamente se vienen produciendo sobre todo en encuentros ligados a la poesía. Tienen algo muy positivo, muy sencillo, y es que no requieren del más mínimo entrenamiento por parte de los oyentes, salvo una disposición a dejarse llevar. Y ese dejarse llevar comenzó a funcionar de entrada. Por un flanco, Eduardo Galeano atacaba con unos inmejorables antihéroes: Francisco Barrionuevo, un longevo de 125 años (un comeaños) que abriéndose paso entre los pliegues de la memoria logra gritar ¡Isabel!, el nombre de su primer amor, o la historia de María Hinojosa y Germán Pérez, inmigrantes latinos en Nueva York que habían jurado amarse hasta mutuo exterminio. Gelman hacía públicos los desgarramientos más íntimos de poemas como Niños: Ahora pasan las cartas que nunca me escribiste/hijo/vos/que tanto nacés de esta luz/tus cartas tienen fiebres de las que no sé nada/y nunca sabré nada. Galeano y Gelman son dos autores populares y que, desde hace tiempo, no necesitan mucha más presentación que sus propias palabras. La gente que fue a escucharlos lo sabía. Lo que quizá no sabían, y esas dos noches de cierre de campañas políticas obvias supieron, es que la magia requiere de muy pocos elementos para producirse. Una, dos voces, unos cigarrillos y unas cervezas que acompañen a la poesía.
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