Testigo es aquel que ha visto u oído algo. Yo he visto, he
oído, he vivido la maldición de la muerte como política de Estado. El juez español
Garzón tendrá de mi boca el testimonio de esos avatares inhumanos.
En España se incuba una faceta importante de la esperanza. Voy por ella. La Justicia nos
da el derecho a creer. Obliga a crecer nuestra condición humana. Nada de todo esto
necesita el argentino del siglo XXI. Sólo una cosa: justicia hoy no mañana, condición
del presente fraterno como historia de un horror del pasado.
Y mientras organizo el viaje escucho una y otra vez, no sin cierto tedio, no sin cierta
angustia, blues en la noche que marcan el ritmo en los latinos del corazón de algunos
dirigentes argentinos, que niegan su origen y mienten sobre su identidad. Atrapado en esa
letanía me interrogo: ¿el desempleado de hoy no será el desaparecido de ayer,
despreciados ambos por una cultura cínica, que se empecinó y empecina en mirar al
costado? ¿Cómo creerles cuando dicen hoy que combatirán el flagelo, si al ayer le
erigieron una pared gigante que tapa la luz? No hay nada más difícil de realizar,
ni de éxito más dudoso, ni más peligroso de controlar, que el inicio de un nuevo orden
de cosas, reflexionaba el florentino. Sin ingenuidades, de Baltasar Garzón para
abajo, todos los que formamos parte del proceso a la impunidad creemos intuir el despertar
de un nuevo orden de las cosas.
En todos los casos que testimonié, no hubo recuerdos. Hubo tiempo real, tiempo presente.
Supongo que en España sucederá lo mismo. Siempre la ausencia fue un todo aquí y ahora.
Pero con los fantasmas nunca se sabe.
Incluso, semanas atrás en el juicio de la Cámara Federal de La Plata, durante el
desarrollo del careo con el que me interrogaba cuando estaba detenido, frente a la torva y
sañuda mirada que me dirigió en la sala, creyendo de nuevo, inútilmente, que alguna vez
lograría intimidarme, mi cabeza estaba en tiempo presente. Al pasado sin justicia no le
es dable el pretérito.
Así el entonces duro interrogador, mientras inverosímil llamaba entrevistas
a su lúgubre tarea, quería salirse del pasado. Yo no. Yo estaba en tiempo presente.
Todos los sucesos luctuosos ineluctablemente estaban ahí; están ahí, buscando el lugar
en el mundo que les da la justicia.
En España me esperan además amigos que no conozco. Empezaron a escribirme hace un tiempo
movilizados por la solidaridad y la conmoción que les produjo la historia sobre
desaparición de unos estudiantes secundarios a manos de una sangrienta dictadura militar.
Amigos que se juramentaron llevarme a la Taberna Libertad, cerca de la Gran
Vía madrileña. Allí un baladista canarino llamado Rogelio Botanz entonó por primera
vez la canción de su autoría ¿Dónde están?, dedicada a los muchachos.
Desde entonces, dos años atrás, cada noche vieja, se reúne ceremonialmente una
importante cantidad de gente; Rogelio pone un pañuelo blanco en el micrófono, canta la
canción y brindan por la memoria de las víctimas. La última estrofa de la balada dice:
Claudia sabrás... / desde entonces San Silvestre / es el patrón de recordar / y
cada noche de los lápices / escribe una vez más / en la cola de un cometa / ¿Dónde
están?.
Seguramente en ese momento, rodeado de los afectos singulares de los amigos españoles
hechos a la distancia y el dolor, después de haber declarado ante el juez Baltasar
Garzón, podré entonces sí, rememorar ciertos detalles, olvidar otros. No habrá tiempo
pasado, no habrá tiempo presente. Habrá algo tan simplemente humano como el tiempo de
vida. Es la secreta esperanza que albergamos, es la secreta esperanza que nos depara el
fervor de la justicia.
* Ex detenido desaparecido. Sobreviviente de La noche de los lápices.
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