Argentino entre rejas Por Julio Nudler
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Cualquier descripción de las penurias económicas argentinas bajo el plan de convertibilidad induce a una conclusión automática: ¡Ah!, entonces hay que devaluar. Pero en realidad no es así. Nadie que trace un diagnóstico sombrío de la situación actual y de las perspectivas estará necesariamente sosteniendo que una devaluación sería el remedio para esos males. Probablemente sea un veneno. En un reciente comentario sobre la Argentina, ilustrado con un gaucho a caballo y su boleadora, la revista inglesa The Economist concluía: "La caja de conversión (o sea, la convertibilidad) puede parecer una prisión en la que uno mismo se metió, pero dolarizar sería como tirar la llave." La idea de la cárcel no es nueva, ni sería la primera vez en que alguien puede estar más seguro dentro de ella que afuera. A no olvidar cómo fue construyéndose el calabozo: a base de deuda contraída por el Estado, las empresas y los particulares en dólares, sencillamente porque el crédito en esa moneda era más abundante y barato, mientras que el plan garantizaba que la paridad peso-dólar no variaría. Por razones buenas (decisiones de invertir o de mejorar de vida) o malas (escasez de ingresos o falta de competitividad), tanto el sector público como el privado fueron endeudándose (en dólares) cada vez más. Ahora, una devaluación caería sobre todos como una bomba. Como esto es un presidio, una trampa o un círculo vicioso, tan pronto se comprende que es imposible devaluar (por el endeudamiento en dólares, pero también por la dolarización de las tarifas y el peligro de un estallido en el déficit fiscal y un derrumbe del sistema bancario) comienza el otro suplicio. El de preguntarse cómo podrá hacer la Argentina para desarrollar un nuevo perfil productivo con este peso sobrevaluado, ganar competitividad y escapar de la condena a una deuda siempre creciente (que algunos economistas llaman "inflación reprimida" o "bomba de tiempo"). Aun así, conviene reconocer que una devaluación no rompería necesariamente la convertibilidad. El día que hipotéticamente se decidiese que un peso vale menos que un dólar (80 céntimos, por ejemplo), las reservas del Banco Central crecerían automáticamente en términos de la base monetaria. Aumentaría así la capacidad del BCRA de responder a cualquier demanda de dólares, sólo que a la nueva paridad. Pero esto sería pobre consuelo frente a los problemas que se abatirían en otros frentes. Y bien: la convertibilidad es una cárcel, pero no invulnerable a un masivo ataque externo. Más que de una decisión política interna, debe cuidarse de una agresión especulativa a gran escala. Por eso importa tanto lo que dice Soros.
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