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LA OEA DISCUTIRA UN CASO DE DESAPARICION QUE LA CORTE SUPREMA CONSIDERO CERRADO
Corte y volvemos en vez de un corte final

Página/12 tuvo acceso exclusivo a una decisión histórica de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Al aceptar el reclamo de la madre de una secuestrada sugiere que ella y el Estado encuentren mecanismos para dar con la verdad sobre los desaparecidos

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Por Martín Granovsky

t.gif (862 bytes)  El derecho a saber la verdad sobre la masacre de la dictadura acaba de ganar otra batalla. La Organización de los Estados Americanos aceptó discutir el reclamo de la madre de una víctima, que la Corte Suprema había dado por caso cerrado. Ahora, la Comisión de Derechos Humanos de la OEA llamará a Carmen Lapacó, quien desea saber qué sucedió con su hija Alejandra, y al Estado argentino, para que juntos busquen una salida. La solución puede superar el plano individual y el caso Lapacó puede convertirse en la oportunidad de que el derecho a la verdad encuentre aquí canales definitivos.
El secretario ejecutivo de la CIDH, el argentino Jorge Taiana, ex embajador e hijo del médico de Juan Perón, le dijo a Lapacó que su caso sería admitido por el organismo. El texto de Taiana, al que tuvo acceso exclusivo Página/12, dice que la CIDH se pone “a disposición de las partes con el fin de alcanzar una solución amistosa fundada en el respeto de los derechos consagrados en la Convención Americana”.
La admisión no significa que haya ganado el Estado o que haya ganado Lapacó. Supone, solamente, que la CIDH cree que el caso puede ser analizado. Ahora, la comisión podría establecer que tiene razón el Estado, y por lo tanto Lapacó debe darse por satisfecha, o que tiene razón Lapacó, y entonces perdió el gobierno argentino. Abogados de derechos humanos dijeron a este diario que la frase de Taiana supone la búsqueda de un papel más activo. “La solución amistosa podría dar lugar a una recomendación para casos iguales al de Lapacó”, dijo una abogada que prefirió reservar su nombre.
El Congreso argentino ya se planteó cómo dotar de instrumentos al derecho a la verdad. Una forma podría ser la creación de una comisión bicameral permanente. Otra, un organismo independiente con aporte del Estado. Una tercera –la que quiere el Gobierno– un ente articulado con la secretaría de Derechos Humanos del Ministerio del Interior.
En una presentación ante la Cámara de Diputados los organismos de derechos humanos sugirieron este criterio: que oficiales de las Fuerzas Armadas puedan ser citados a declarar bajo juramento de decir verdad frente a un Registro sobre Desaparición Forzada de Personas. Si mienten pueden ser procesados por falso testimonio. Si dicen la verdad su testimonio no podrá ser utilizado penalmente.
Una recomendación de la CIDH, ya en el 2000, se sumaría a ese debate con una autoridad moral incuestionable: fue la comisión la que hace veinte años fisuró el poder de la dictadura cuando investigó en la propia Argentina las denuncias por violaciones a los derechos humanos.
La historia del caso comenzó cuando el 16 de marzo de 1977 una patota militar de doce hombres armados secuestró a Alejandra Lapacó, Marcelo Butti Arana, Alejandro Aguiar y a Carmen Lapacó y los llevó al campo de concentración conocido como “Club Atlético”. Carmen fue liberada días después. Su hija quedó desaparecida. Aunque la Conadep investigó la represión en el “Club Atlético”, no determinó la suerte de Alejandra. Esa es la tarea que se impuso su madre, y en 1995 pidió a la Cámara Federal porteña que reclamase al Ejército cualquier información valiosa. “Alegó el derecho de los familiares a conocer el destino final de sus seres queridos y el derecho de la sociedad a conocer con detalle la metodología utilizada por la dictadura militar para exterminar a decenas de miles de argentinos; en definitiva, el derecho a la verdad”, cita la comunicación de Taiana.
La secuencia siguió así:
u La Cámara aceptó el pedido de Carmen.
u El Ejército respondió que no tenía nada.
u Lapacó pidió a la Cámara que buscara información en otros órganos del Estado.
u La Cámara dijo que las leyes de Obediencia Debida y Punto Final y los decretos de indulto le impedían investigar más.
u Lapacó apeló a la Corte. El procurador Nicolás Becerra aceptó el derecho a la verdad y dijo que seguir investigando no implica juzgar a una persona dos veces. Pero la Corte no estuvo de acuerdo. “La realización de las medidas requeridas implicaría la reapertura del proceso y el consecuente ejercicio de actividad jurisdiccional contra quienes han sido sobreseídos definitivamente por las conductas que dieron lugar a la formación de la presente causa”, dijo.
u Carmen concluyó que la Corte le cerraba todos los caminos en la Argentina y se presentó a la OEA.
El Estado se defendió ante la CIDH sosteniendo que no negaba el derecho a la verdad sino que se oponía a la búsqueda de nuevas pruebas dentro de una causa penal ya terminada. Pidió a la OEA que no admitiera tratar el caso. Sin embargo, la OEA contrarió el pedido: opinó que admitiría el reclamo de Lapacó y discutiría si en su caso la Argentina violó “el derecho a una tutela judicial efectiva” y a contar con “garantías judiciales”. Y fue más allá. Tras constatar que el Gobierno dejaba abiertas otras vías al margen de la penal –por ejemplo la administrativa, dentro aparato estatal– afirmó que “no señala de manera clara cuál es el recurso que la señora Lapacó debe utilizar, y su idoneidad”.
Eso y sugerir que la CIDH guiará al Estado argentino en la búsqueda de claridad es lo mismo.
Otro camino ha quedado abierto.

Claves

*  La Comisión Interamericana de Derechos Humanos aceptó tratar el reclamo de Carmen Lapacó de saber la verdad sobre su hija Alejandra, secuestrada por una patota en marzo de 1977.
* La CIDH quiere una solución amistosa entre el Estado y Lapacó para que el caso sirva de testigo.
* Legisladores y dirigentes de derechos humanos ya barajaron formas, desde una comisión bicameral a un organismo independiente.
* Aunque no tiene relación directa, el pronunciamiento es simultáneo a la acusación de Juan
Gelman contra el general Eduardo Cabanillas, quien podría saber la verdad sobre el destino de su nieto nacido en cautiverio.



La búsqueda de la verdad

Por Martín Abregú
La decisión de la Comisión de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos (OEA), de aceptar discutir el reclamo de Carmen Lapacó de saber la verdad sobre su hija Alejandra secuestrada en 1977, es extremadamente importante porque es un ejemplo de la responsabilidad internacional sobre el tema de los desaparecidos. También representa una clara señal y una presión sobre el Estado argentino para que no abandone la búsqueda de la verdad.
En 1992, la OEA ya había condenado al Estado argentino por las leyes de Obediencia Debida y Punto Final y los decretos de indultos. La comisión de Derechos humanos recomendó, en esa oportunidad, que se continuaran las investigaciones sobre todas los delitos cometidos durante la última dictadura militar. Entonces la decisión de la Corte Suprema de Justicia, de no aceptar el derecho de saber la verdad en el caso Lapacó, está en contra de aquel fallo de 1992 y de las obligaciones internacionales de Argentina. Esta nueva resolución, en donde se demuestra que el tema de los desaparecidos es prioritario para la OEA, obliga al Estado argentino, que siempre trató de evitar conflictos con el tema de los derechos humanos, a buscar mecanismos para tratar esta cuestión con seriedad para no exponerse a la vergüenza internacional.

* Presidente del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS).

TODOS LE DAN IMPORTANCIA A LA CAUSA TESTIGO
La firma de nueve organismos

Por M.G.

t.gif (862 bytes) Para los organismos de derechos humanos el de Lapacó es un leading case, un caso testigo importante para el resto. Por eso nueve organismos patrocinaron su presentación ante la Organización de los Estados Americanos.
Firmaron la petición de Carmen Lapacó Abuelas de Plaza de Mayo, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, el Centro de Estudios Legales y Sociales, el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional, Familiares de Detenidos Desaparecidos por Razones Políticas, la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora, Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos y Servicio de Paz y Justicia.
La discusión en la Argentina es cada vez más aguda y más concreta, con novedades permanentes.
Diez días atrás la Cámara Federal aceptó una presentación de la ombudsman porteña Alicia Oliveira pidiendo que no se incineren los archivos del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. Oliveira reclamaba además que la documentación sobre juicios realizados entre 1976 y 1983 fuera declarada de interés histórico y acceso público. Su argumento es que los materiales del Consejo completarían la información recogida por la Conadep con detalles surgidos de las mismas fuerzas que ejecutaron la represión.
Un ejemplo reciente ilustra qué útiles pueden ser esos archivos. Juan Gelman basa su pedido de llegar a la verdad sobre la suerte de su nieto o nieta nacido o nacida en cautiverio en datos obtenidos de un expediente de la Justicia militar de 1977. Los papeles demuestran que el oficial acusado por Gelman como responsable mediato del robo del bebé de su hijo Marcelo –Eduardo Rodolfo Cabanillas, actual jefe del Segundo Cuerpo de Ejército– fue segundo jefe del campo de concentración “Automotores Orletti” en 1976, cuando revistaba en el Ejército como capitán.
Alicia Oliveira y María José Guembe recuerdan en un trabajo compilado por el director del Cels, Martín Abregú, “La aplicación de los tratados sobre derechos humanos por los tribunales locales”, que tras al confesión de Adolfo Scilingo ante Horacio Verbitsky sobre los vuelos de la muerte comenzó una nueva etapa social: el reclamo de verdad dejó de estar monopolizado por los familiares de las víctimas y los organismos de derechos humanos.
“Desde ese momento se rescató la verdad como un derecho colectivo y, por tanto, propio de las sociedades democráticas”, dicen.
Oliveira y Guembe también rescatan el derecho al duelo (“El rito funerario es una forma de mediar la realidad”, sostienen) y dan como necesario “que el pueblo recuerde, no como modo de plantear una enfermedad histórica”. Lo contrario supone romper la transmisión y destruye la identidad.

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