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EL CINE DIGITAL LLEGA CON "LA GUERRA DE LAS GALAXIAS"
¿Adiós al celuloide?

George Lucas dio el primer paso hacia un sistema de proyección digital que abarata costos pero favorecería sólo a los grandes estudios de Hollywood.

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Por Esteban Magnani

t.gif (862 bytes)  Después del estreno de La Guerra de las Galaxias el cine no volverá a ser el mismo. Junto con esta película comienza la despedida de uno de los pocos compañeros de ruta del cine, que viene acompañándolo desde sus comienzos: el celuloide. Ningún otro sistema pudo, hasta el momento, superar la perfecta calidad de su proyección. Sin embargo, en los tiempos de la digitalización y la fibra óptica, los 30 kg que puede llegar a pesar una lata de fílmico son prácticamente un arcaismo. Por eso dos empresas (Texas Instruments y Hughes-JVC) han diseñado proyectores digitales capaces de lograr una calidad de definición y lumínica del nivel de las que pueden verse en los cines de hoy en día.

Uno de los que dará el empujón inicial para este nuevo paso hacia la digitalización del cine es George Lucas, quien anunció que su compañía Lucasfilm probará los proyectores de las dos marcas pioneras en cuatro cines de los EE.UU. durante la proyección de su nuevo film. Incluso en la Argentina es posible que algunos cines las utilicen durante su estreno.

Las ventajas del nuevo sistema no son pocas: los tiempos y costos de la reproducción de copias (normalmente unas cinco mil para el mercado estadounidense) pasan de unos 2000 dólares a... prácticamente nada. La calidad de la imagen y del sonido, que comienza a deteriorarse en el celuloide a partir de la trigésima pasada, se mantiene intacta y, sobre todo, ya no es necesario enviar las latas a las distribuidoras sino que la señal digital que transporta la película podría enviarse directamente vía satélite, fibra óptica o el sistema digital de preferencia. Por supuesto hay también desventajas: hasta ahora todo lo que cayó en el mundo digital fue sistemáticamente pirateado, justamente por sus mismas virtudes, es decir su fácil circulación y bajos costos.

Aunque hasta ahora la digitalización ha demostrado ser una buena herramienta para que más gente tenga posibilidades de producir distintas formas de arte, desde el diseño hasta la animación y la música, es probable que el resultado en el cine sea el contrario al deseado. Es que los canales de distribución cinematográfica en la actualidad ya son propiedad de unos pocos y las películas que circulan son mayoritariamente de un solo lugar: Hollywood. En algunos países europeos la avasalladora mayoría de producciones de los EE.UU. sólo se ve contenida por leyes que ponen cuotas mínimas de exhibición para las películas nacionales. Durante las reuniones del GATT para decidir las tarifas a las importaciones en el mundo liberalizado, en la que participan más de 100 países, los europeos, con Francia a la cabeza, hicieron todo lo posible por mantener una excepción cultural, es decir que esos productos quedaran fuera de la negociación. El nuevo paso hacia la digitalización del cine no resulta nada inocente en este contexto.

La historia enseña que las cosas no son tan simples como para saludar la nueva tecnología con inocencia: hasta mediados de los 70 la mayoría de los países europeos contaba con un monopolio estatal en la televisión. La llegada de señales satelitales que los ciudadanos europeos podían bajar directamente a sus casas, minó el poder de la TV estatal, que tuvo que adaptarse a los nuevos tiempos o resignarse a quedar en el olvido de espectadores y avisadores. Este caso es un buen ejemplo de lo que sucede cuando la libre circulación de productos culturales se hace sin controles razonables y desde posiciones muy desiguales que limitan la posibilidad real de competir. Las grandes productoras de los EE.UU. filman más, con mayor capacidad de inversión, con un enorme mercado nacional e internacional (que para mejor, en el caso europeo, suele hablar inglés) y tramas entendibles –-vendibles-- en cualquier parte del mundo. Sobre esta experiencia muchos de los países europeos intentaron contener las películas extranjeras antes de que inundaran y taparan la producción nacional. Por su parte el discurso oficial de las productoras norteamericanas, es afín a las reglas del juego impuestas por el sistema que los sostiene: "que el público elija lo que más le guste". O lo que puede elegir, debería agregarse. Los franceses, por su parte, decían que cine y papas no son lo mismo: lo que queda en el camino es nada menos que los restos de la propia identidad cultural aún no globalizada. Sus productos nacionales no son ni quieren ser universalmente comprendidos para asegurar un gran mercado.

En definitiva, lo que permite el nuevo sistema de proyección digital es eliminar las posibilidades de control aduanero de latas concretas. Por otro lado, las pequeñas empresas cinematográficas nacionales (es decir, las que no son de los EE.UU.) ven cómo el poder se concentra cada vez más en las pocas manos poseedoras de la tecnología y cómo la industria hollywoodense se aleja otro paso más hacia adelante. Es que si las nuevas cámaras y sus sistemas de transmisión se masificaran en el mundo, las pequeñas productoras podrían verse obligadas a alquilar una señal satelital para distribuir sus películas, en el mejor de los casos, o a vender su producto a las distribuidoras centrales para que ellas se encarguen de todo. Eso sí, mejor olvidarse de hacer esto sólo para enviar la película a tres o cuatro cines especializados. Cuesta lo mismo ocupar los satélites (cuyo número es limitado y están en manos de pocos) para enviar la señal a uno o a mil cines, por lo que las distribuidoras seguramente preferirán, una vez más, las películas masivas. Evidentemente en el mundo de los productos culturales la tecnología no es un dato meramente técnico.

También es cierto que, por otro lado, los optimistas piensan que los costos más bajos del nuevo soporte pueden significar un empujón para algunas pequeñas producciones y que el cine no masivo hallará, una vez más, la manera de encontrar su lugar en el mundo, resistiendo como pueda al avasallador poder de La Fuerza. El tiempo determinará si la avalancha digital, y el consecuente eclipse del celuloide, representan el comienzo de una era promisoria para el cine.

 

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