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Carnívoro


Por Antonio Dal Masetto

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t.gif (862 bytes) El Gallego instaló un aparato de TV. Se enciende cuando hay fútbol y a veces, como hoy, a la hora del noticiero. Los parroquianos, consternados, horrorizados por las imágenes atroces de los bombardeos y de los campamentos de refugiados, se preguntan: ¿por qué está pasando lo que está pasando?, ¿en qué va a terminar todo esto?
Esta noche nos visita Tusitala, el tamborilero negro que recorrió mucho mundo y supo ser chef en una tribu de antropófagos reflexivos, además de tantas otras aventuras exóticas, con cuyos relatos nos deslumbra siempre.
–Yo de geopolítica no sé nada –dice Tusitala–, pero me estoy acordando de cierta vez que anduve perdido en el Africa Central, muerto de sed y de hambre y resignado a que me devoraran las fieras. Pero mi buena estrella no me abandonó, los animales me recibieron con absoluta cortesía y logramos una excelente convivencia. Siempre tuve buen oído para los idiomas y aprendí a entenderlos con rapidez. No les voy a relatar las largas conversaciones que sosteníamos porque no viene al caso. Un día se me apersonó el rey de la selva y me preguntó si sabía escribir. Perfectamente, majestad, le dije. Bien, dijo el león, me está haciendo falta un secretario y edecán. Me propuso que fuera su biógrafo y registrara sus proezas. Así empezó mi trabajo en la selva y no la pasaba mal.
Resulta que por ahí cerca, entre las montañas, había una praderita fértil de poca extensión, un pañuelo verde en medio de la aridez. Desde épocas remotas la posesión de la praderita era motivo de enfrentamiento entre diferentes herbívoros. En los últimos tiempos el litigio había sido heredado por las cabras y las ovejas: que nosotras llegamos primero, que ustedes llegaron después, que nosotras somos las legítimas propietarias de este lugar y cosas así. Las cabras andaban a las cornadas con las ovejas tratando de despeñarlas por los barrancos y eliminarlas de la praderita para siempre. Las ovejas trataban de defenderse a los mordiscones.
Los demás herbívoros de la zona, alarmados por la violencia creciente, solicitaron una audiencia con el león y le pidieron que interviniera para imponer el orden. El león meditó, se hizo rogar un poco y después aceptó. La delegación de herbívoros se puso bajo su mando y partieron hacia la zona del conflicto. Y allí fui yo, para registrar el desarrollo de los acontecimientos en la biografía autorizada.
Apenas llegamos el león repartió unos cuantos zarpazos y tarascones, estropeó a media docena de cabras y media docena de ovejas y después se instaló en medio de la praderita. Dijo: me quedaré acá para garantizar la armonía. A los asociados del león les pareció bien. Dijo: esto puede durar mucho, así que tendremos que organizarnos. Los asociados dijeron que sí. Dijo: como ustedes saben yo no como pasto y quiero recordarles que hago cuatro ingestas diarias, desayuno, almuerzo, merienda y cena. Los asociados dijeron que lo sabían. Yo tomé debida nota de todo en la biografía.
Ahí se quedó el león, cuidando la paz. Mientras tanto, sus aliados, cuatro veces por día, arreaban para su lado algunas ovejas y algunas cabras. Fue pasando el tiempo y las cabras lloraban y las ovejas lloraban. Y después también lloraron los socios del león porque empezaron a pensar que si un día se acababan las ovejas y las cabras les tocaría a ellos servir de desayuno, almuerzo, merienda y cena. Las lágrimas resultaron un buen fertilizante, el pasto crecía que daba gusto y las cabras y las ovejas bien alimentadas engordaban rápidamente bajo el ojo atento del pacificador. Regada día y noche por el llanto, aquella praderita parecía siempre perlada de rocío.
Las cosas siguieron sin variantes, hasta que un día también yo me puse a pensar. Me dije: conozco el apetito del león, ¿qué va a pasar cuando ya notenga cabras ni ovejas ni servidores para devorar? Así que redacté una nota de despedida, la dejé en el hueco de un árbol junto con la biografía inconclusa de mi patrón y me esfumé más rápido que ligero en la oscuridad de una noche sin luna.

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