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“El rol de sex symbol es una especie de figurita de cartón”

Catherine Zeta-Jones llegó a Buenos Aires para presentar “La emboscada”, donde comparte cartel con Sean Connery. “Si fuera sólo un fetiche, no estaría dando la imagen que me interesa”, dice.

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Por Horacio Bernades

t.gif (862 bytes)  “Prefiero toda la vida la imagen de una mujer que chasquea un látigo, o enfundada en un body de cuero negro, que la de un actor poniéndole a otro una pistola en la boca o haciéndole saltar los intestinos.” Recién arribada del festival de Cannes y de paso por Buenos Aires, donde llegó para promocionar La emboscada, juego de traiciones –la película que protagoniza junto a Sean Connery y que se estrena este jueves–, la morocha Catherine Zeta-Jones muestra predilección por las respuestas veloces y contundentes. Tan veloces como el látigo con que hiciera frente a Antonio Banderas en La máscara del Zorro, tan contundentes como el body de cuero que luce en La emboscada.
Y, sin embargo, esta galesa al borde de los 30 años no parece subida a una imagen de provocadora o de polemista. Como tampoco se muestra absolutamente instalada en la de sex symbol, que parecería ser el packaging elegido por Hollywood para lanzarla a los mercados del mundo. De hecho, la chica parecería querer huir de cualquier imagen, y libra una guerra prolongada contra paparazzis y otros perseguidores fotográficos. Toda una contradicción para quien, hasta el momento, es sobre todo una imagen, un icono, dueña de una fotogenia tan poderosa como la de aquellas divas de antes.
“Creo que el de sex symbol es apenas un rol, algo parecido a una figurita de cartón”, dice en diálogo con Página/12. “Yo intento que mis papeles tengan algo más, una sustancia dramática, un volumen. Si lo logro o no, es otra cosa”. En verdad, Zeta-Jones (el segundo es su apellido real, el primero el seudónimo de una de sus abuelas, del que la chica se apropió) no nació en Hollywood, sino en el pueblito pesquero de Swansea. En ese mismo pueblito nació Anthony Hopkins (que luego sería su compañero en La máscara del Zorro) y, unos cuantos años antes, el poeta Dylan Thomas. A los 11 años, la niña ya actuaba, cantaba y bailaba, y dicen que lo sigue haciendo bien. Su primera especialidad fueron las versiones teatrales de famosas comedias musicales. A fines de los 80 pasó a la televisión, donde llegó a hacerse sumamente popular en toda Inglaterra, gracias a su papel en la serie “The darling buds of May”. Hasta que la vio Steven Spielberg, le puso un látigo en la mano y la eligió para enfrentar a Antonio Banderas, en La máscara del Zorro.
–En La máscara del Zorro se la ve látigo en mano y con un profundo escote. En La emboscada, otra vez el escote y el body negro. ¿No tiene miedo de quedar convertida en un fetiche?
–El vestuario solo no es nada. Lo bueno es que en esos papeles pude lograr una combinación de distintos tipos de mujer. En La máscara del Zorro hubiera sido fácil ser “la chica linda”, y nada más, pero yo realmente quería ser la sangre del Zorro. Manteniendo, claro, la femineidad. Si fuera sólo un fetiche, no estaría dando la imagen que más interesa, que es esa combinación de fuerza con vulnerabilidad. En cuanto a la sensualidad en el cine, no veo que haya nada malo en eso, siempre que se haga con inteligencia y sentido del humor.
–¿Hay alguna actriz que le sirva de modelo?
–Dos grandes actrices francesas: Catherine Deneuve y Jeanne Moreau. En las películas dirigidas por François Truffaut ellas lucían fuertes, poderosas, pero también frágiles y sensibles, y esa es la clase de cosa que a mí me interesaría lograr. Gena Rowlands, cuyo papel en Una mujer bajo influencia, de John Cassavetes, me llevó a elegir el cine. Jessica Lange es otro ejemplo en ese sentido, y también me parece admirable lo de Michelle Pfeiffer, que pudo pasar de ser una rubiecita linda a gran actriz dramática.
–Teniendo en cuenta que su nueva película es The Haunting, una de terror, ¿no le parecen contradictorios aquellos modelos de actriz con la clase de papeles que le están ofreciendo en Hollywood?
–Películas como La máscara del Zorro o La emboscada son las que permiten a un actor o una actriz hacerse popular, y eso amplía, a la larga, la posibilidad de elegir distintos tipos de papeles, eventualmente en películas hechas a pulmón. Eso me permitió, sin ir más lejos, hacer un papel en High Fidelity, la nueva película de Stephen Frears, por el que no cobré nada. Además, yo tengo mi propia compañía de producción, junto con otra gente, y en el futuro pienso tener el mayor control posible sobre las películas en las que actúe.

 

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