En el último 25 de Mayo del siglo, la presentación en vivo de un compact en el que, con la dirección de Lito Vitale, un grupo de intérpretes versiona una serie de himnos y canciones patrias, resultó ayer un acontecimiento ciudadano, en Plaza de Mayo.
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Por Carlos Polimeni La patria son siempre los otros. Pero esta multitud de 40 mil personas que llena la Plaza de Mayo juega a no saberlo, mientras una noche primaveral en pleno otoño cae sobre la ciudad embanderada. Los fuegos artificiales suben, en medio de explosiones, y muchos miran hacia la Casa Rosada, como queriendo verle la cara de asombro, o miedo, a Ya Saben Quién. Pero en la Casa Rosada sólo hay granaderos que también miran los dibujos de colores, trepando hacia la nada, erguidos y perfectos. Son las ocho de la noche del último 25 de Mayo del siglo. Al frente del Cabildo, en el que unos hombres que conspiraban contra el Imperio hace 189 años se empeñaron en ser libres, un escenario gigantesco, mirando hacia la Casa Rosada, va apagando de una sus luces, muchas de ellas estroboscópicas, mientras los sintetizadores en MIDI de Lito Vitale empiezan a ser silencio. Un grupo de artistas, nacionales y populares, acaba de cantar, como participando de la historia, un puñado de canciones que todos aprendieron alguna vez, pero que pocos aprehendieron. Argentina es un país raro, en el que las banderitas con que se viva la patria pueden decir en el reverso, chiquitito, Made in Taiwan. La postal que los conspiradores hicieron y que Billiken imaginó con paraguas, inmortalizándola con un error, debió ser menos impresionante que la de esta noche de casi dos siglos después: 40 mil personas cantando himnos que cuentan la epopeya de una nación, sintiendo que con eso están opinando sobre el presente, son bastante más que una multitud. Son casi un sueño opositor, en el corazón simbólico de un país cuya memoria atrasa, a veces delira, a veces deforma. El Himno a San Martín parecía otro en la voz luminosa de Pedro Aznar, como nuevo, plumereado. Hablaba de un prócer que nadie discute pero su época exilió, de un señor de la guerra que supo cómo ser grande cuando el sol lo alumbraba, pero más grande en la puesta del sol. La enorme asistencia de gente, que tapizaba la plaza y sus alrededores, originó que la presentación en vivo de los temas del compact El grito sagrado comenzara veinte minutos antes de lo anunciado, con Jairo haciendo una versión perfecta, e inalcanzable, del Himno Nacional. Una hora y media después, la creación del español Blas Parera y el argentino Vicente López y Planes cercenada varias veces después de su composición en 1811 sería coreada por todos los cantantes y músicos partícipes en el proyecto, y por la gente, con la emoción de sentirla propia, en muchos casos por primera vez. El sentido original del Himno, ya se sabe, fue más de una vez apropiado por quienes en su nombre ensuciaron y ensangrentaron la patria. Jairo también cantó, y se fue del escenario bailando de agradecimiento, Alfonsina y el mar, otro himno. Alejandro Lerner estuvo bárbaro. En su versión moderna, canchera y sugerente de La Marcha de San Lorenzo y en el modo, emocionado, en que sumó a la gente un himno de este año, que acaso el futuro olvide, el tema que escribió para Campeones. La dedicatoria resignificó completamente la letra, una pincelada costumbrista: A los que no tienen jubilaciones de privilegio y se rompen el lomo trabajando, a los que quieren enseñar, a los que quieren estudiar, enumeró Lerner. Sandra Mihanovich recibió y devolvió un escenario caliente. El difícil, melódicamente encantador y líricamente increíble Himno a Sarmiento le permitió jugarse en una interpretación brillante, a tono con el entorno. Luego de Prohibido prohibir, por la misma cantante, le tocó el turno a Víctor Heredia. Heredia creyó oportuno decir dos cosas: que era muy bello cantar estos temas en un espacio público colmado de familias, de chicos y de jóvenes, y que después de la noche de sangre de la dictadura militar, desde 1983, los argentinos saben que estas canciones han sido recuperadas para la libertad, la decencia, el respeto por la vida y la justicia. La ovación ante su emoción fue superior a la que recibió unos minutos después, luego de su Aurora épica, rotunda, por un momento marcial. La enganchó conMara. Sólo quiero un beso tibio, sin recuerdos de tortura y dictadores, cantó mientras flameaban, adelante, las banderitas, que valían tres pesos a las 18 y dos a las 20. Fabiana Cantilo estuvo bien con el Himno a la Bandera, Pedro Aznar impecable en el tema de San Martín y en otro himno que agregó, La Pomeña y Juan Carlos Baglietto arrasador con el Saludo a la Bandera, que nunca debe haber tenido un coro mayor, ni más convencido. Antes de los fuegos de artificio, impresionantes, llenándolo todo de vida y sentido, por un instante, el Himno por todos, arriba y abajo. Durante los fuegos parecía Revolución, pero era Fiesta Patria.
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