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OPINION
Teniente General Martín Balza
Por Alicia Oliveira*

Buenos Aires, 26 de mayo de 1999
Al Sr. Jefe del Estado Mayor del Ejército Argentino
S / D
De mi consideración:
Eduardo Cabanillas es un general del Ejército Argentino que ocupa el cargo de jefe del Segundo Cuerpo. Hace poco tiempo se supo que durante la última dictadura se había desempeñado como segundo jefe del campo clandestino de detención llamado Automotores Orletti, donde además de las clásicas actividades de tortura, desaparición y muerte, fueron apropiados niños, algunos secuestrados juntos con sus padres y otros nacidos en cautiverio. Entre quienes sufrieron tales hechos se encuentran el hijo, la nuera y el/la nieto/a de Juan Gelman. El cadáver del primero fue hallado en un tanque sellado, flotando en el canal de San Fernando; la segunda ingresó a la lista de detenidos-desaparecidos y el/la tercero/a se sabe que nació aunque se desconoce su paradero.
Orletti dependía directamente de la Secretaría de Informaciones del Estado (SIDE), estaba dirigido por personal de ese organismo y allí colaboraban personas que los miembros de las fuerzas armados identifican como inorgánicos, eufemismo utilizado para referirse a asesinos a sueldo como lo eran Gordon, Ruffo y otros, es decir aquellos sujetos que directamente habían elegido la carrera criminal sin pasar, previamente, por la militar.
El general Cabanillas contestó el 25 de mayo a preguntas de una periodista del diario Rosario/12 sobre su vinculación con los hechos referidos. Todas sus respuestas parecen burlarse de la inteligencia de los argentinos; más aún, algunas de ellas permiten poner en duda la propia capacidad intelectual del entrevistado. Por ejemplo, cuando se le pregunta sobre sus responsabilidades durante la dictadura, contesta que estuvo cuatro meses trabajando en la SIDE, a lo que agrega: “Si me pregunta por qué, no sé”, con lo cual demuestra un grado de incapacidad mental que, por lo menos, lo inhabilitaría para el cargo que ejerce. No es posible imaginar que alguien pueda haber ignorado la índole de sus funciones después de haber trabajado cuatro meses en una oficina pública, donde se manejaba información reservada, se realizaban funciones de inteligencia, se controlaba a las patotas operativas y se les suministraba, por lo menos, la logística y los sueldos.
Como Cabanillas no logra recordar, resulta prioritario establecer qué hacía en ese lugar. Para ello es necesario conocer los nombres de los otros dos capitanes que, según sus dichos, lo acompañaron en su destino. A lo mejor ellos resultan menos desmemoriados.
El general subraya también su molestia porque le hagan preguntas sobre su presencia en Automotores Orletti, precisamente en “el día de la patria”. Su inquietud conduce a otros interrogantes. ¿Cómo pasó los 25 de mayo desde 1976 hasta 1983? ¿Qué gusto tenía el chocolate cuando habiendo conocido –aunque jure no haberlos visitado– “los lugares de reunión” de detenidos?, esos a los que los ciudadanos democráticos llamamos centros clandestinos de detención porque jamás las fuerzas armadas informaron acerca de quienes estaban secuestrados en ellos; es más, negaron rotundamente su existencia cuando debieron responder los miles de habeas corpus presentados por entonces.
Pero la perla mayor aparece cuando afirma que “jamás vio una mujer embarazada”. O el general sufre de disminución visual, o padece un grave bloqueo psicológico que le impide ver mujeres como aquellas que se encontraban en los lugares de “reunión de detenidos” donde, durante el horror del secuestro parían hijos que luego les eran arrebatados, para entregárselos a quienes no sentían el gusto amargo del chocolate de los 25 de mayo durante la dictadura, aquellos que carecían de sentidos para percibir el dolor, la angustia, el terror que se vivía en esos tiempos, aquellos que tienen clausurada el alma. Por lo expuesto y por el derecho a la verdad y a la memoria, es bueno que haga llegar esta carta al Tribunal de Honor que dice que juzgará al paradigmático general Cabanillas. Para que sus miembros recuerden que Cabanillas y otros muchos de sus compañeros de armas, carecen de la cualidad moral que nos lleva al cumplimiento de nuestros deberes respecto del prójimo y de nosotros mismos. Sólo esta cualidad constituye el honor. El ocultamiento de la verdad carece siempre de justificación. No es más que un mecanismo de desestabilización en la construcción de una sociedad democrática.
Segura de su respeto por la democracia, lo saludo con mi consideración más distinguida.
(*) Abogada de derechos humanos y ombudsman porteña. Esta carta fue girada ayer a la tarde por el jefe de Estado Mayor del Ejército al Tribunal de Honor.

 

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