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“LA EMBOSCADA, JUEGO DE TRAICIONES”, DE JON AMIEL
Los ladrones tecnológicos

La tensión sexual entre Catherine Zeta-Jones y Sean Connery es uno de los puntos altos de un film que entretiene con recursos nobles.

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La bella Zeta-Jones concentra las miradas del público masculino.
Sean Connery es un escurridizo ladrón de última generación.


Por Horacio Bernades

t.gif (862 bytes) Los ladrones usan gorra gris. En los tangos. En el cine, son gente refinadísima. Sexies, multimillonarios y bon vivants. Suelen tener una obsesión, una idea fija: aquella antigüedad invalorable, aquel rubí exótico, aquella joya imposible. Y esa obsesión tal vez los pierda.
Ese es, al menos, el modelo impuesto por Hitchcock con su liminar Para atrapar al ladrón, seguido más tarde por William Wyler en Cómo robar un millón de dólares. Esa tradición es retomada en Entrapment, que en la Argentina (donde parecería que los títulos de película tienen que ser largos y sobreexplicativos) se estrena como La emboscada. Juego de traiciones. Que recicla el viejo modelo, en versión high-tech. En la secuencia introductoria, un ladrón enmascarado y envuelto en ajustado body negro roba un Rembrandt, con ayuda de un casco dotado de terminales informáticas y rayos infrarrojos, que le permite ver en la oscuridad. Es de noche y brillan los rascacielos de Nueva York, engalanados para celebrar la llegada del nuevo milenio (para el cual faltan, en la ficción, unos pocos días). Brilla también el casco del superladrón y las pantallitas de cuarzo líquido que le sirven de control.
Todo brilla en esta producción dirigida por el inglés Jon Amiel (el mismo de Un extraño en Sommersby y Copycat). Lo cual no está mal, ya que la película está jugada a la comedia brillante. Algo que logra de a ratos. Pero si hay algo que brilla en Entrapment, es el largo cabello azabache de la galesa Catherine Zeta-Jones, que aquí se confirma como fetiche favorito de Hollywood, luego de su papel en La máscara del Zorro. Brillan sus ojos castaños, el body de cuero negro que en alguna escena se calza y hasta las gotitas de sudor que se le depositan sobre el labio superior en los momentos de peligro. Zeta-Jones es aquí Gin, una agente de seguros que se propone atrapar a MacDougal (Sean Connery, que también produjo el film), el más grande entre los grandes ladrones. O eso es al menos lo que ella dice. Entrapment es también, como todo film de guante blanco, uno en el que cunden los engaños y los ases bajo la manga.
Para atrapar a Mac, Gin le ofrece hacer un robo juntos. El anzuelo es una máscara china por la que el hombre se desvive, bonita referencia al juego de trampas que se establece entre ambos y que culminará, literalmente, en un baile de máscaras. El viejo y buen Connery y la hiperfotogénica Zeta-Jones son lo suficientemente sexies como para sostener la tensión sexual entre ambos. Que se mantiene, a lo largo del film, tan tirante como unas cuerdas con las que practica Gin, que escurre entre ellas su cuerpo esbelto. No tan tirantes son los hilos del guión, en el que abundan los cabos sueltos. Aun así, Entrapment tiene la ventaja de ser un puro divertimento, sin esas pretensiones de cosa seria que a Hollywood no le van.

 

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