Para Sandro Cohen, acá; y para Miguel Matta,
allá.
Alguna vez mi padre me contó el origen de la palabra
Nafta, que los argentinos usamos para el combustible que en el mundo llaman
gasolina. Creo que Félix Luna lo explica en Soy Roca: hacia el
1900 la empresa que la traía de Inglaterra era la New Anglo-American Fuel Trade
Association cuando llegaban los barcos a Buenos Aires los porteños decían: Ahí
llegaron los barcos de la NAFTA.
La difusión mundial del vocablo, sin embargo, se debe al mercado común norteamericano
del cual participan Canadá y México en tanto únicos países con los que los Estados
Unidos tienen frontera. NAFTA es la resultante de las siglas North American Free Trade
Association.
Ahora que regreso a este México entrañable que todo lo discute sin dejar de cantar y
reír, y en el que algunos intelectuales disparan con inusitada violencia contra Carlos
Fuentes mientras otros lo defienden a rajacincha, descubro una insólita nueva acepción
del vocablo: leo en una revista Forbes Global (abril, 1999) que un tal Paul Johnson (menos
ingenuo y desinformado que mi amigo John Brown) propone la unión de Gran Bretaña con los
Estados Unidos, Australia, Canadá y Nueva Zelanda, bajo el nombre de North Atlantic Free
Trade Area. Esta inaudita NAFTA (en la que obviamente no figura México) tiene por objeto
crear una nueva unión política, económica y social de los pueblos angloparlantes
(que) por lejos formaría el más potente e influyente Estado del mundo, como jamás se ha
visto.
Por supuesto, está claro que entre otras misiones tendría la de poner en orden a
rufianes como Saddam Hussein, Muamar Khadafi o Slobodan Milosevic sin los titubeos de la
Unión Europea, a la que Inglaterra debería abandonar. Este Súper Estado
AngloAmericano dice Johnson podría manejar todas las emergencias
globales por sí mismo. Finalmente el mundo tendría una efectiva policía global. Y esa
policía hablaría en Inglés. Me parece que desde Hitler no se escuchaba o
leía con tanta claridad un proyecto de supremacía
racialmilitarpolíticaeconómica. Esto no deja de ser asombroso para los
tiempos que vivimos, pero también nos dice que es la indigencia ideológica actual lo que
dificulta la recuperación de un pensamiento alternativo, capaz de resistir y de
reorganizar la esperanza.
Semanas atrás, en este mismo espacio, sostenía que frente al tremendo cuadro social de
violencia, inseguridad, desempleo y desencanto, para muchos la única opción del nuevo
milenio consiste en delegar responsabilidades con la lógica de que puesto que los
responsables locales son poco confiables más vale confiar en los lejanos. O sea,
renunciar a elegir y ampararse en la protección globalizada de un indefinido Poder
Planetario que, por indefinido, es incuestionable.
El problema de la llamada crisis de las ideologías, por lo tanto, radica en que al no
haber confrontación política ni filosófica las oposiciones son elementales: en
Venezuela la elección reciente fue entre un carapintada y una ex miss universo. Y aquí
en México el PRI aggiornado astutamente parece que barrerá a una oposición
que ayer abandonó las ideologías y hoy busca unir restos de la izquierda con la derecha
más tradicional. En España el giro de Solana ha sido más que simbólico. Y digámoslo:
no es la Europa de Franco, Thatcher o Kohl la que ahora secoloniza mansamente. No, es la
Europa que acaba de celebrar el retorno de socialdemócratas y centroizquierdistas la que
se asocia con la Casa Blanca para la demolición neonazi de Yugoslavia.
Este colosal proyecto que desembozadamente define el Sr. Johnson no es otra cosa que el
estilo del fascismo contemporáneo. Empezó con los sucesivos triunfos de un actor
mediocre al que hubiera desdeñado Esquilo; un ultraconservador que apadrinó a Menem,
Fujimori y similares; y un bienintencionado que primero sucumbe a sus impulsos genitales
como después a su incontinencia bélica. Consiste en que los globalizados seamos libres
pero condicionados. Democráticos pero limitados. Independientes pero no tanto.
Pluriétnicos, pero mejor con cada pueblo en su lugar. Con leyes más rígidas, pero
disimuladas retóricamente. El autoritarismo, ahora sutil y que no se note. Las
prohibiciones, cordialmente inflexibles. Así se explica que intentan destituir a Clinton
por su debilidad sexual pero lo acompañan en su aventura bélica. Nuevo Orden
Inquisitorial por un lado; Policía Supranacional por el otro. En palabras del reconocido
novelista cubano-norteamericano Roberto G. Fernández: Si llegara a haber una
dictadura aquí, este país está perfectamente preparado para disfrutarla. Lo que
importa es contener, controlar, atemorizar. Y distraer, que para eso están la tele y el
cine.
De hecho Hollywood ya no hace películas contra los nazis. Supuestamente para no ofender a
los ahora aliados, le dejan ese trabajo a Roberto Benigni y a otros europeos y
tercermundistas capaces de rodar películas maravillosas. Hollywood filma historias cada
vez más tontas, con finales cada vez más edulcorados y políticamente
correctos. Todos sus filmes ahora terminan bien y en todos es infaltable
en algún momento una bandera norteamericana de fondo. La propaganda y el
periodismo cinematográfico, que son fenomenales, se ocupan mucho más de los efectos
especiales que de las estéticas y mucho menos de las ideas. El cine crítico
ya no existe en Hollywood, y cuando existe es para que al final siempre triunfen la
Verdad, la Justicia y los Buenos. En los Estados Unidos, claro está.
Siempre el cine y la tele fueron armas de bombardeo ideológico, pero ahora más que
nunca. Porque predican en campo yermo, puesto que ya no hay ideologías y son
obvia y gigantesca minoría los que aún piensan que la solidaridad, la libertad
irrestricta, los principios y la ética son una ideología en sí misma, y superior.
Si hace años el llamado Realismo Socialista se desnaturalizó porque se volvió
esquemático, esto que me atrevo a llamar Realismo Capitalista es esquemático desde el
vamos. Y por ende peligrosísimo.
REP
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