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OPINION
Para quién es la jugada

Por Julio Nudler

La dolarización es el último gran servicio que Carlos Menem quiere prestarle al capital concentrado, que durante estos años –al amparo de la convertibilidad y el tipo de cambio fijo– adquirió toda clase de activos en la Argentina, desde empresas estatales a firmas privadas nacionales en todos los sectores, campos y yacimientos. Con la supresión del peso desaparecería para esos inversores del exterior (multinacionales, fondos de riesgo, etcétera) el peligro de una devaluación, que automáticamente reduciría el valor medido en dólares de sus activos y de sus remesas de utilidades y regalías.
Es la misma lógica con la que fueron dolarizadas las tarifas de los servicios públicos privatizados, a las que incluso se les garantizó la indexación por el indicador inflacionario estadounidense, al mismo tiempo que se declaraba ilegal la indexación de cualquier contrato o variable. Se estableció así una legalidad de doble standard, que obliga al usuario argentino a pagar la inflación ajena. El objetivo de fondo fue poner a salvo a los dueños de las empresas privatizadas del riesgo cambiario, pero esta garantía no pudo extenderse al propietario de un shopping ni de una red de cable. La manera de hacerlo es dolarizar toda la economía.
Esto no eliminaría el riesgo–país, que es el de que sobrevenga una profunda crisis del sistema económico, como la que afectó a México a fines de 1994 o a Rusia en agosto de 1998. Sería el caso de que el país dejara de pagar sus deudas, reprogramándolas compulsivamente, y se impusiesen restricciones a la repatriación de capitales y la remesa de fondos. Pero el riesgo–país existe con peso o sin él, con dolarización o sin ella. No hay ley ni decreto que pueda prevenir un terremoto. El riesgo cambiario, sin embargo, sí puede cancelarse mediante la eliminación de la propia moneda, reduciendo el país al carácter de una provincia monetaria de Estados Unidos. Y menos aún, porque Washington no se haría cargo de los problemas que podrían suscitarse tras la dolarización.
Esta condicionaría al gobierno que asumirá en diciembre, brindándoles así un reaseguro político –además de cambiario– a los intereses que se han hecho fuertes en la Argentina durante esta década. Solamente este propósito puede explicar la urgencia de Menem, cuando incluso otros partidarios de la dolarización sostienen, quizá con la inocencia del técnico, que es un proyecto de mediano y largo plazo.
El gran peligro inmediato que corre la convertibilidad deriva de que la única forma que tienen los partidarios de la “dolarización ya” de ganar fuerza política para su causa es provocando un ataque especulativo contra el peso, como el que George Soros azuzó hace una semana y alienta el propio Pedro Pou, presidente del Banco Central, al descalificar al peso. La maniobra de provocar un incendio y apostarse con una manguera en la puerta tiene antecedentes bien conocidos en el país.

 

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