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Por Victoria Ginzberg Llegaron pasadas las once de la mañana para perturbar el tranquilo y reposado arresto domiciliario del dictador. Veinte mujeres, enfundadas en veinte pañuelos blancos, descargaron su bronca frente a la quinta de Pacheco adonde se mudó el ex almirante Emilio Eduardo Massera. No soñabas con que hoy, en esta jaula de oro que te conceden los jueces perversos y cómplices y los políticos que te perdonaron, estaríamos las Madres y que diríamos que la tortura más grande será que todos te odien, gritó desde un megáfono Hebe de Bonafini. El escrache comenzó cuando las Madres de Plaza de Mayo colocaron en la puerta de la quinta una bandera con la leyenda: Massera asesino, torturador, ladrón, hijo de puta. El predio donde reside el ex jefe del centro clandestino de detención de la ESMA tiene unos sesenta metros de frente, que están cubiertos por una pared de ladrillos que no supera los dos metros de altura y que sólo se interrumpe por la puerta de madera donde las Madres pusieron su bandera. Quienes se asoman por encima del muro pueden ver una pileta de natación y un gran parque arbolado. Un camino en ese conduce a la casa de ladrillos y techo de tejas naranjas desde donde el almirante Cero escuchó las palabras de repudio de las Madres. Aunque no soy psicólogo y no puedo saber exactamente qué siente una persona, a él lo vi normal, pero también un poco nervioso, dijo el comisario inspector de la policía bonaerense Reinaldo Kemerer. El oficial, jefe del Comando San Fernando, estuvo con Massera en la casa mientras se realizaba el escrache. El comisario José Barrios, jefe del Comando San Isidro, también acompañó al almirante Cero. Vecinos, los convocamos para que declaren persona no grata a Massera. Hagan algo para sacarlo de acá, que no tenga un lugar donde vivir. Sus hijos peligran con un asesino como éste, decía Bonafini dirigiéndose a un grupo de personas que se habían acercado espontáneamente a la protesta. Este es un barrio muy chiquito y tranquilo, no queremos a este hombre acá, afirmó Nélida, de 62 años, que tiene una quinta en la zona. Viviana, de 29 años, enterito de jean y un chico en brazos aseguró que le parecía muy bien que las Madres hubieran organizado el repudio contra el dictador. Ojalá vengan todos los días, dijo. Y agregó: El tiene que estar en la cárcel no en su casa con todas las comodidades. Antes de irse, las Madres repartieron a todos los periodistas y vecinos el libro Massera, el genocida y algunos recortes del diario de la Asociación de Madres de Plaza de Mayo en los que se detallan los horrores vividos por los detenidos de la ESMA. Un ejemplar del libro editado por Página/12 fue arrojado por Bonafini por encima de la puerta de la quinta. ¡Asesino! ¡Genocida!, gritaron las Madres como cierre del escrache, que fue vigilado por unos cinco patrulleros de la policía bonaerense. Varios efectivos de infantería custodiaban los alrededores de la quinta pero no intervinieron durante la protesta. Después que se retiraran las Madres, las persianas se levantaron, las puertas se abrieron y el dictador procesado por la apropiación de los hijos de desaparecidos salió a la luz del día y dejó que las cámaras de televisión tomaran su imagen saludando a los custodios que lo acompañaban. La Justicia le dio al dictador el privilegio de estar arrestado al aire libre pero las Madres contestaron que como a los nazis, les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar.
El fiscal apela la mudanza El fiscal
federal Eduardo Freiler apelará hoy el permiso otorgado por la Justicia para trasladar al
dictador Emilio Eduardo Massera a una quinta de Pacheco y solicitará que se investigue si
el represor se mudó dos días antes de la fecha autorizada por la Justicia.
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