Cuando uno recorre las
líneas de los diarios de este mayo siente como si los pies estuvieran pisando algo
blando, resbaladizo, excrementicio. Como si al olfato le llegara aroma de chiquero,
inmundo, sórdido, pringón. El abrazo de dos generales: Balza con Galtieri, la foto de
Menem junto a Patti, los dos orgullosos de juntarse frente a cámara; la propaganda en
Tucumán para reelegir como mandamás al asesino más delineado del siglo, en la figura de
su hijo; el almirante Massera tal vez el asesino más contumaz y aprovechado
de la historia argentina, gozando su prisión en su country de
Pacheco; el riojano Maiorano, defensor del pueblo que cobra para defender a
los jubilados una jubilación de privilegio y un sueldo en total de diez mil pesos. Pero
además también cobra diez mil pesos mensuales, la lacra máxima de la vida argentina:
los dictadores fuera de servicio, como Bignone, el único general de la historia del mundo
que entregó a sus propios soldados para que los hicieran desaparecer, o ese general
franquista, de reducidísimo control inteligente, Levingston, que sus mismos complotados
lo echaron a los nueve meses. Pero, además, a todos los ganapanes de la dictadura
procesista, los que pusieron su culo en los sillones del poder desaparecedor, les estamos
pagando privilegio. Todo parece un chiste macabro. Un realismo mágico del mal, la corte
de un Alí Babá de cuarenta ladrones y más de treinta millones de alcahuetes con columna
vertebral de gomaespuma. ¡Cómo nos damos cuenta ahora la gran oportunidad perdida en
diciembre de 1983, aquel momento de recuperar la democracia cabal, para siempre! No, todo
se arregló en la viveza del arreglo, del pacto mafioso. Se nos engañó con los discursos
de balcón y con aquello de que la casa está en orden y seguimos viviendo en la suciedad
y la mentira.
Balza se abraza con Galtieri, su ex jefe y predecesor que denigró el nombre argentino en
todos los campos. Basta describir uno solo de sus crímenes: los ciegos de Rosario a
quienes despojó hasta de su perro lazarillo, su casa, sus muebles, su hijito y les dio
esa casa a los gendarmes para que hicieran sus festicholas; una infamia marca Galtieri que
supera en detalles todas y cada una de las crueldades de la historia de la infamia de
estos mundos cristianos; pero además de la crueldad con prisioneros y el robo de sus
pertenencias en lo que se destacó Galtieri cuando era comandante del segundo cuerpo del
ejército, está su absoluta inutilidad en la guerra de Malvinas. Ya antes demostró su
irresponsabilidad propia de general borracho. No lo digo yo sino el informe que hicieron
los generales de la comisión Rattenbach cuando juzgaron la derrota de Malvinas. Dice
textualmente: En marzo de 1981... al poco tiempo al ocurrir un incidente con
oficiales del Ejército Argentino en Chile, el comandante en jefe del Ejército, general
Galtieri, dispuso el cierre de la frontera. Esta grave decisión inconsulta conmovió al
nuevo gobierno (Viola) y obligó a una intensa y delicada gestión por parte de nuestra
Cancillería. Por esa razón, el tema Malvinas quedó postergado. Es decir, el
general temulento quería la guerra a toda costa, sea como sea y sea contra quien sea. Los
efluvios alcohólicos de media noche lo transformaban en un Napoleón de Villa Ortúzar;
su voz aguardentosa escuchada en el balcón de la Rosada es uno de los episodios más
bochornosos de toda nuestra historia. El general asesino y torturador haciéndose el San
Martín empujado por el cóctel de whisky, vino y la cobardía de todos. El general en sus
largos insomnios se frota con la sangre y el aliento de sus desaparecidos y torturados y
de sus soldaditos atrapados por la traición y la muerte y tiene sus eyaculaciones como
vómitos de alcohol y sangre agria. A ése lo abrazó el actual máximo militar argentino.
Fíjese cómo le ha quedado el uniforme, general Balza. Pero por más que lo lave y lo
friegue le va a oler mal, un olor que contiene cobardías cargadas de efluvios nacidos de
las glándulas acoquinadas por las marchas y contramarchas del acomodamiento y las
lascivias de la falta de coraje civil. En vez de abrazar a vilestorturadores de
embarazadas vaya a pedirle perdón en nombre de su Ejército a los hijos que nacieron en
las celdas de los campos de concentración.
Usted se está por ir, general Balza, es por eso que trata de acomodar las cargas, no vaya
a ser que el piso empiece a moverse de nuevo y los de ayer reaparezcan.
El segundo capítulo tal vez el más inverosímil para un lector de otras
latitudes es el que se desarrolla actualmente en Tucumán. Donde habrá elecciones
en pocos días. Describir al general Bussi es muy difícil, no alcanzan las palabras.
Bastaría enumerar todas las acusaciones comprobadas para formarse un cuadro de un
monstruo que ni siquiera sería apto para vivir en la jaula de un museo de la imaginación
maligna. Secuestrador, fusilador, torturador, con cuenta privada en Suiza. Que se puso a
llorar delante de todos los periodistas cuando le preguntaron dónde y de quién obtuvo
ese dinero y por qué lo tiene en Suiza. Detengámonos aquí. El general Bussi moqueando
como un pobre diablo, en su despacho de gobernador de Tucumán. Imagen detenida. El
episodio fue primera página de los diarios. El tucumano Isaías Nougués le recordó en
una carta pública que el señor general de la Nación Domingo Bussi, cuando la madre del
desaparecido joven Alsogaray le fue a pedir por su hijo con lágrimas en los ojos, él,
Bussi, le gritó a la afligida mujer ahora no me venga a llorar aquí.
Valiente el bruto de jinetas. ¿Vale la pena seguir después de esto? No, sólo para
agregar, que Bussi fue quien patrocinó una acción tan degradante que merecería el
repudio para siempre de toda la gente de bien: juntó a ciegos, tullidos, gangrenosos,
pordioseros y otros seres víctimas de la vida y los arrojó en selvas llenos de
alimañas. Aquí paro. No puedo seguir. Para continuar con esto necesitaría la capacidad
de esos escritores que en los sesenta hicieron famoso el estilo del realismo
mágico y tener la imaginación de un colombiano o un caribeño. Más todavía,
tendría que ser capaz de emplear un nuevo estilo que bien podría llamarse realismo
perverso. Porque cómo si no me van a creer justamente los seres humanos de otras
latitudes si les digo que ese general fue electo por las mayorías tucumanas como
gobernador. Y eso que basta mirarle el rostro al susodicho para darse cuenta de quién es
y de lo que es capaz. Más todavía, ahora ha empujado a su hijo para que lo represente en
la gobernación, al estilo de aquellas inverosímiles monarquías bananeras como la de
Rafael Leonidas Trujillo. Y va a ser elegido en las próximas elecciones. Bien, los
argentinos somos capaces de todo y al parecer, en especial los tucumanos. Dicen
lenguas muy pérfidas, por cierto, tal vez de origen anarquista o marxista que
a Tucumán ya no la van a representar con la caña de azúcar sino directamente con la
banana.
Tucumán, la querida y amada provincia, donde pasé cuatro años de mi infancia. La calle
Lamadrid por donde pasaban los carros con la caña recién cortada, doña Josefa Naranjo,
la vecina que nos traía a los niños humitas y tamales, la plaza cercana con su historia,
el Aconquija, con sus verdes, sus azules y sus rojos. Hoy, el nido de los ofidios.
Pero Tucumán volverá a surgir con todos aquellos que no se han rendido y que merecen ser
los actores de un segundo congreso, como aquel de 1816. Y La Rioja, la de los llanos,
dejará de ser la tierra de las jubilaciones de privilegio, de los Maiorano y de los
Granillo Ocampo (que conjuga la metáfora más inimaginable del realismo perverso:
funcionario de la dictadura militar de la desaparición de personas y ministro de Justicia
de la Nación de esta democracia).
También soñamos que por los llanos riojanos vuelva gente como aquel gaucho entre los
gauchos, el Chacho Peñaloza y aquel hombre del coraje civil y la palabra altruista: el
cura Angelelli.
REP
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