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EL REALISMO PERVERSO

Por Osvaldo Bayer

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t.gif (862 bytes) Cuando uno recorre las líneas de los diarios de este mayo siente como si los pies estuvieran pisando algo blando, resbaladizo, excrementicio. Como si al olfato le llegara aroma de chiquero, inmundo, sórdido, pringón. El abrazo de dos generales: Balza con Galtieri, la foto de Menem junto a Patti, los dos orgullosos de juntarse frente a cámara; la propaganda en Tucumán para reelegir como mandamás al asesino más delineado del siglo, en la figura de su hijo; el “almirante” Massera tal vez el asesino más contumaz y aprovechado de la historia argentina, gozando su “prisión” en su “country” de Pacheco; el riojano Maiorano, “defensor del pueblo” que cobra para defender a los jubilados una jubilación de privilegio y un sueldo en total de diez mil pesos. Pero además también cobra diez mil pesos mensuales, la lacra máxima de la vida argentina: los dictadores fuera de servicio, como Bignone, el único general de la historia del mundo que entregó a sus propios soldados para que los hicieran desaparecer, o ese general franquista, de reducidísimo control inteligente, Levingston, que sus mismos complotados lo echaron a los nueve meses. Pero, además, a todos los ganapanes de la dictadura procesista, los que pusieron su culo en los sillones del poder desaparecedor, les estamos pagando privilegio. Todo parece un chiste macabro. Un realismo mágico del mal, la corte de un Alí Babá de cuarenta ladrones y más de treinta millones de alcahuetes con columna vertebral de gomaespuma. ¡Cómo nos damos cuenta ahora la gran oportunidad perdida en diciembre de 1983, aquel momento de recuperar la democracia cabal, para siempre! No, todo se arregló en la viveza del arreglo, del pacto mafioso. Se nos engañó con los discursos de balcón y con aquello de que la casa está en orden y seguimos viviendo en la suciedad y la mentira.
Balza se abraza con Galtieri, su ex jefe y predecesor que denigró el nombre argentino en todos los campos. Basta describir uno solo de sus crímenes: los ciegos de Rosario a quienes despojó hasta de su perro lazarillo, su casa, sus muebles, su hijito y les dio esa casa a los gendarmes para que hicieran sus festicholas; una infamia marca Galtieri que supera en detalles todas y cada una de las crueldades de la historia de la infamia de estos mundos cristianos; pero además de la crueldad con prisioneros y el robo de sus pertenencias en lo que se destacó Galtieri cuando era comandante del segundo cuerpo del ejército, está su absoluta inutilidad en la guerra de Malvinas. Ya antes demostró su irresponsabilidad propia de general borracho. No lo digo yo sino el informe que hicieron los generales de la comisión Rattenbach cuando juzgaron la derrota de Malvinas. Dice textualmente: “En marzo de 1981... al poco tiempo al ocurrir un incidente con oficiales del Ejército Argentino en Chile, el comandante en jefe del Ejército, general Galtieri, dispuso el cierre de la frontera. Esta grave decisión inconsulta conmovió al nuevo gobierno (Viola) y obligó a una intensa y delicada gestión por parte de nuestra Cancillería. Por esa razón, el tema Malvinas quedó postergado”. Es decir, el general temulento quería la guerra a toda costa, sea como sea y sea contra quien sea. Los efluvios alcohólicos de media noche lo transformaban en un Napoleón de Villa Ortúzar; su voz aguardentosa escuchada en el balcón de la Rosada es uno de los episodios más bochornosos de toda nuestra historia. El general asesino y torturador haciéndose el San Martín empujado por el cóctel de whisky, vino y la cobardía de todos. El general en sus largos insomnios se frota con la sangre y el aliento de sus desaparecidos y torturados y de sus soldaditos atrapados por la traición y la muerte y tiene sus eyaculaciones como vómitos de alcohol y sangre agria. A ése lo abrazó el actual máximo militar argentino. Fíjese cómo le ha quedado el uniforme, general Balza. Pero por más que lo lave y lo friegue le va a oler mal, un olor que contiene cobardías cargadas de efluvios nacidos de las glándulas acoquinadas por las marchas y contramarchas del acomodamiento y las lascivias de la falta de coraje civil. En vez de abrazar a vilestorturadores de embarazadas vaya a pedirle perdón en nombre de su Ejército a los hijos que nacieron en las celdas de los campos de concentración.
Usted se está por ir, general Balza, es por eso que trata de acomodar las cargas, no vaya a ser que el piso empiece a moverse de nuevo y los de ayer reaparezcan.
El segundo capítulo –tal vez el más inverosímil para un lector de otras latitudes– es el que se desarrolla actualmente en Tucumán. Donde habrá elecciones en pocos días. Describir al general Bussi es muy difícil, no alcanzan las palabras. Bastaría enumerar todas las acusaciones comprobadas para formarse un cuadro de un monstruo que ni siquiera sería apto para vivir en la jaula de un museo de la imaginación maligna. Secuestrador, fusilador, torturador, con cuenta privada en Suiza. Que se puso a llorar delante de todos los periodistas cuando le preguntaron dónde y de quién obtuvo ese dinero y por qué lo tiene en Suiza. Detengámonos aquí. El general Bussi moqueando como un pobre diablo, en su despacho de gobernador de Tucumán. Imagen detenida. El episodio fue primera página de los diarios. El tucumano Isaías Nougués le recordó en una carta pública que el señor general de la Nación Domingo Bussi, cuando la madre del desaparecido joven Alsogaray le fue a pedir por su hijo con lágrimas en los ojos, él, Bussi, le gritó a la afligida mujer “ahora no me venga a llorar aquí”. Valiente el bruto de jinetas. ¿Vale la pena seguir después de esto? No, sólo para agregar, que Bussi fue quien patrocinó una acción tan degradante que merecería el repudio para siempre de toda la gente de bien: juntó a ciegos, tullidos, gangrenosos, pordioseros y otros seres víctimas de la vida y los arrojó en selvas llenos de alimañas. Aquí paro. No puedo seguir. Para continuar con esto necesitaría la capacidad de esos escritores que en los sesenta hicieron famoso el estilo del “realismo mágico” y tener la imaginación de un colombiano o un caribeño. Más todavía, tendría que ser capaz de emplear un nuevo estilo que bien podría llamarse “realismo perverso”. Porque cómo si no me van a creer justamente los seres humanos de otras latitudes si les digo que ese general fue electo por las mayorías tucumanas como gobernador. Y eso que basta mirarle el rostro al susodicho para darse cuenta de quién es y de lo que es capaz. Más todavía, ahora ha empujado a su hijo para que lo represente en la gobernación, al estilo de aquellas inverosímiles monarquías bananeras como la de Rafael Leonidas Trujillo. Y va a ser elegido en las próximas elecciones. Bien, los argentinos somos capaces de todo y al parecer, en especial los tucumanos. Dicen –lenguas muy pérfidas, por cierto, tal vez de origen anarquista o marxista– que a Tucumán ya no la van a representar con la caña de azúcar sino directamente con la banana.
Tucumán, la querida y amada provincia, donde pasé cuatro años de mi infancia. La calle Lamadrid por donde pasaban los carros con la caña recién cortada, doña Josefa Naranjo, la vecina que nos traía a los niños humitas y tamales, la plaza cercana con su historia, el Aconquija, con sus verdes, sus azules y sus rojos. Hoy, el nido de los ofidios.
Pero Tucumán volverá a surgir con todos aquellos que no se han rendido y que merecen ser los actores de un segundo congreso, como aquel de 1816. Y La Rioja, la de los llanos, dejará de ser la tierra de las jubilaciones de privilegio, de los Maiorano y de los Granillo Ocampo (que conjuga la metáfora más inimaginable del realismo perverso: funcionario de la dictadura militar de la desaparición de personas y ministro de Justicia de la Nación de esta democracia).
También soñamos que por los llanos riojanos vuelva gente como aquel gaucho entre los gauchos, el Chacho Peñaloza y aquel hombre del coraje civil y la palabra altruista: el cura Angelelli.

REP

 

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