Por Luis Bruschtein
Muchos
historiadores toman como elemento distintivo de los años 70 el surgimiento de las
organizaciones guerrilleras. Sin embargo, estas organizaciones fueron producto de un
fenómeno más importante que para esos historiadores suele estar en un segundo plano y
que tampoco las organizaciones guerrilleras supieron entender. Ellas también lo pusieron
en un segundo plano. En esa etapa histórica ese fenómeno tuvo su máxima expresión el
29 de mayo de 1969 en el Cordobazo, sin un partido político, sin un programa concreto,
pero con un mensaje claro: el pueblo esa categoría tan abarcativa y hasta cierto
punto difusa quería ser protagonista de su historia. El nivel de violencia fue
puesto por la represión. Obreros, estudiantes y vecinos la sobrepasaron. La historia
tomó otro curso después del Cordobazo.
Desde 1930 los golpes militares habían derrocado gobiernos radicales, peronistas,
desarrollistas y a otros militares. Hubo golpes para derrocar gobiernos democráticos,
otros para condicionarlos y otros para impedir que se cumpliera el veredicto de las urnas.
Así como los militares se habían acostumbrado al golpismo, en todos esos años los
sectores populares habían asimilado experiencias para enfrentarlos y resistirlos. El
general Juan Carlos Onganía había bautizado su golpe militar del 28 de junio de 1966
como la Revolución Argentina. Como los demás golpistas supuestamente nacionalistas,
tenía de ministro de Economía a un liberal: Adalbert Krieger Vasena, hombre de confianza
del FMI. Había congelado los salarios, intervenido las universidades y logrado quebrar al
movimiento obrero gracias al apoyo inicial del vandorismo, el agrupamiento más poderoso
del sindicalismo peronista.
La resistencia fue surgiendo lentamente, primero los estudiantes y luego los trabajadores.
En el 68 el gremialismo combativo desbordó al vandorismo y fundó la CGT de los
Argentinos. En 1969 la dictadura realizaba ajustes para frenar la inflación, había
rebeliones de maestros y empleados públicos. Comenzaron las puebladas, primero en
Corrientes y después en Rosario. En ese contexto el gobierno quiso sacar el sábado
inglés a los obreros industriales cordobeses. Fue la chispa que hizo estallar el
polvorín.
El movimiento obrero cordobés estaba expresado en ese momento por tres sectores: los
legalistas del peronismo combativo que dirigía Atilio López, de UTA; los gremios de
izquierda liderados por Agustín Tosco, de Luz y Fuerza, y los vandoristas que encabezaba
Elpidio Torres, del Smata. La decisión de la dictadura y la durísima represión a una
asamblea del Smata pocos días antes logró que Elpidio Torres accediera a coordinar
acciones con sus adversarios, Tosco y López.
A nivel nacional se había decretado una huelga para el 30 de mayo pero Torres, Tosco y
López habían decidido que en Córdoba la medida de fuerza tendría la modalidad de un
paro activo, es decir, con marchas y actos de protesta, y que comenzaría al mediodía del
29. Ese día a las diez de la mañana comenzaron a concentrarse los obreros de la planta
Ika Renault, de Santa Isabel. El acto estaba convocado en el centro de la ciudad, en la
plaza Vélez Sársfield, pero como iba a ser imposible que todos llegaran, había
numerosos puntos de concentración que se habían mantenido en secreto. A la salida de la
planta, los obreros recibían volantes donde se indicaban esos puntos en caso de
represión. Una columna de cinco mil obreros comenzó a marchar desde el sur hacia el
centro. En su camino se le fueron incorporando otros centenares de obreros de los talleres
de la zona y estudiantes de la Ciudad Universitaria.
Desde Villa Revol comenzaron a marchar los obreros de Luz y Fuerza y de otros gremios
públicos, encabezados por Tosco. Los estudiantes formaron una columna en el Barrio
Clínicas y avanzaron hacia el centro. Al mediodía los empleados abandonaron sus trabajos
y algunos comenzaron a reunirse junto a grupos de estudiantes y colectiveros de la UTA. En
la esquina de General Paz y Rioja se produce el primer enfrentamiento. La policía reprime
a los manifestantes que inmediatamente tratan de armar una barricada. A dos cuadras de
allí ya se encontraban los obreros de Luz y Fuerza. En pocos minutos los enfrentamientos
comienzan a producirse en todo el casco céntrico. Las columnas de humo de las barricadas
incendiadas se levantan por toda la ciudad. Los vecinos aplauden a los manifestantes desde
sus casas y ayudan a la construcción de barricadas. La nutrida columna obrera que venía
del sur sobrepasó a un grupo de la Policía Federal que intentó detenerla. Llevaban
hondas con bulones de acero y bombas molotov. Pero la columna fue detenida en la Plaza de
las Américas por un numeroso grupo de la Guardia de Infantería que disparaba granadas de
gas. Hirieron a dos obreros, pero la columna se fraccionó en numerosos grupos que
siguieron avanzando y lograron desbordar a los policías. En el centro, los estudiantes
entraron a los Tribunales y fueron desalojados. Se producen actos relámpago y
volanteadas. Uno de los grupos que avanza hacia el centro es reprimido por la policía
montada. Se arman barricadas y responden con piedras y bulones. Lentamente, la montada es
obligada a retroceder hacia la Plaza Vélez Sársfield. Allí muere el estudiante de
arquitectura Castillo. En otro enfrentamiento en Arturo Bas y San Juan muere el obrero
matricero Máximo Mena. Manifestantes que vivan la unidad obrero-estudiantil
incendian la Confitería Oriental por ser un reducto de la oligarquía, la
empresa Xerox por ser una empresa imperialista y queman una concesionaria
Citroën. Los obreros no robamos, le dice un obrero a un estudiante que se
quiere llevar una silla de recuerdo de la confitería incendiada. A las primeras horas de
la tarde, la policía sólo controla la Plaza San Martín, donde se encuentra la Jefatura.
A las 17 ingresa el Ejército. Hay barricadas con banderas argentinas y algunas rojas
dispersas en toda la ciudad, desde el casco céntrico hasta los barrios obreros. El Barrio
Clínicas es el bastión principal de la rebelión. En las barricadas se hacen asambleas
con oradores espontáneos que atacan la dictadura.
Las tropas hacen su entrada en las últimas horas de luz y toman prisioneros
que son juzgados por un Consejo de Guerra, pero por la oscuridad no pueden controlar la
situación que sigue en poder de los manifestantes. Aparecen francotiradores en las
terrazas y los hospitales ya tienen numerosos heridos de bala, en su mayoría son civiles.
Los actos relámpago continúan en toda la ciudad, aunque más espaciados. La última
resistencia se produce en el Clínicas hasta la noche del viernes 30. El 31 siguieron las
operaciones del Ejército y recién el 1º la ciudad retomó la normalidad. Había 14
muertos, decenas de heridos y más de 300 detenidos, entre los que se contaban Tosco y
Torres.
El Cordobazo produjo varias consecuencias inmediatas, como la caída del ministro de
Economía y del gobernador Carlos Caballero. Otras más de fondo, como el crecimiento de
las corrientes gremiales combativas y de izquierda. A su vez, muchos activistas
entendieron que el nivel de violencia expresado por la movilización debía tener
continuidad y se incorporaron a los grupos guerrilleros que hasta ese momento eran muy
pequeños. Pero el saldo más importante como experiencia de masas fue la cristalización
de una tradición de protagonismo y combatividad que si bien tenía antecedentes, a partir
de ese momento se extendió y aceleró, hasta producir la caída de la dictadura. Ese
estado de participación y movilización se mantuvo más tarde durante el gobierno
peronista y fue en realidad el principal motivo del golpe del 24 de marzo de 1976.
AGUSTIN TOSCO, EL ALMA DEL MOVIMIENTO OBRERO
CORDOBES DE IZQUIERDA
Soy un hombre al servicio de su clase
Por L.B.
Yo soy un
trabajador que trata de ser consecuente con sus ideales y su causa. No se me ocurre otra
definición de mí que no sea la de un hombre que trabaja y lucha al servicio de su clase
y de su pueblo. Eso es lo que pretendo ser, con todas las imperfecciones que evidentemente
tengo decía en 1973 el sindicalista cordobés Agustín Tosco en una entrevista con
el escritor Mempo Giardinelli, entonces periodista de la revista Siete Días.
Primero lo voy a recordar como mi gran maestro, como dirigente obrero expresó
a Página/12 Felipe Alberti, quien fue la mano derecha de Tosco en el sindicato de Luz y
Fuerza de Córdoba. Me deslumbró en la primera asamblea del gremio a la que asistí
por el gran respeto que le tenían sus compañeros y la forma en que defendía sus
ideas.
Agustín Tosco, desde la CGT de los Argentinos, y Elpidio Torres desde la CGT
de Azopardo fueron los dos sindicalistas que motorizaron, el 29 de mayo de 1969 la gran
movilización popular del Cordobazo, que marcó el principio del fin de la dictadura del
general Juan Carlos Onganía.
Elpidio Torres era dirigente del Smata y respondía a la ortodoxia del peronismo, en tanto
que Tosco era la expresión más importante de un sindicalismo combativo de corte
marxista. Poco tiempo después del Cordobazo, Torres fue desplazado del Smata por René
Salamanca, otro gremialista marxista, mientras que Tosco mantuvo su liderazgo y prestigio
hasta el día de su muerte por cáncer, el 5 de noviembre de 1975, en la clandestinidad,
con el sindicato intervenido y perseguido por la Triple A.
Era muy democrático en el funcionamiento del gremio, recuerda Alberti.
En el sindicato teníamos compañeros peronistas y del ERP, pero él decía que
fuera del sindicato cada quien podía hacer lo que quisiera siempre que coincidiera en
nuestra lucha concreta. Y además sus colaboradores no teníamos que tener ni uñas,
porque era terrible si detectaba algún manejo raro con la plata de los
trabajadores.
El padre de Tosco había sido maestro y luego explotaba una quinta de espárragos en la
localidad de Moldes. Tosco llegó hasta el tercer año de la Universidad Tecnológica y se
había recibido de electrotécnico antes de ingresar en la Empresa Provincial de Energía
y en el sindicato.
Después del golpe de Onganía, Tosco había puesto el sindicato al servicio de la
lucha contra la dictadura relata Alberti. Había reuniones de otros gremios y
después de la intervención a la Universidad, se daban clases en el salón del sindicato.
Todos los días el local estaba lleno de estudiantes, hasta dos o tres cátedras por día.
Era un visionario y tenía un gran sentido de la unidad; él vio la magnitud y la
importancia que podía tener la movilización y por eso consintió en hacer una alianza
con la CGT de Azopardo. Como marxista independiente, Tosco había participado en la
Comisión Nacional Intersindical, impulsada por el Partido Comunista, y luego en el Frente
Antiimperialista y por el Socialismo (FAS) que agrupaba al Partido Revolucionario de los
Trabajadores (PRT) y a otras expresiones de la izquierda.
No se puede decir que el Cordobazo se hizo sólo porque nos habían sacado el
sábado inglés continúa Alberti; eso fue una lucha política; la gente
salió porque estaba cansada del autoritarismo de los milicos y Tosco lo sabía.
Después del Cordobazo, Tosco fue condenado a prisión perpetua por un tribunal militar,
pero sólo cumplió siete meses, para volver a la cárcel varias veces hasta 1973.
Estuve en el penal de Rawson con él recuerda Alberti, era absolutamente
austero y trataba siempre de encontrar formas de denunciar la situación desde la cárcel,
escribía documentos, cartas y se negaba a todo tipo de componendas. Primero la CGT
nacional nos mandó un abogado y Tosco no quiso saber nada. Después el interventor de
Córdoba sugirió que, si nos callábamos la boca, podíamos salir en libertad; también
lo rechazó. Eramos 20 presos del Cordobazo, todos juntos en ungalpón que había atrás
del penal. Nos mantenían alejados de los presos comunes y socializábamos todo. Tosco era
el que administraba la ranchada. A veces venía el cura del penal y discutía con él
sobre el Antiguo Testamento hasta que el cura abandonó la discusión porque se dio cuenta
de que el Gringo la tenía muy clara. Sabía que la cárcel y la clandestinidad formaban
parte de nuestra lucha.
Los sindicatos de izquierda cordobeses fueron intervenidos en 1974 y la Triple A había
asesinado a algunos de sus dirigentes. Tosco se refugió en la clandestinidad en Buenos
Aires, donde murió. Sus restos fueron llevados clandestinamente a Córdoba donde se
organizó una gran manifestación popular para su entierro, el 7 de noviembre de 1975.
VECINOS DEL CLINICAS, SAN LUIS Y LA CAÑADA Y
LA PLAZA VELEZ SARSFIELD
Por suerte vencimos el miedo y ayudamos
Ahora todos tienen más de
50 años. Eran los vecinos que escondieron a los estudiantes y los obreros, los que
ayudaron a levantar las barricadas. Muchos no quieren hablar; como si nunca hubiera
ocurrido nada; otros lo recuerdan con nostalgia y tristeza. Pero a los que hablan les
brillan los ojos con el recuerdo de las barricadas. |
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Por Mónica
Gutiérrez
Desde Córdoba
Protagonista o
espectador, cualquiera que recuerde de cerca los días del Cordobazo no puede esquivar la
nostalgia y la tristeza, quizá porque Córdoba ya no es la ciudad rebelde, comprometida y
perturbada de humor y de activismo social. Y eso se huele caminando las calles del
Cordobazo .el barrio Clínicas, San Luis y La Cañada, la ex plaza Vélez Sarsfield
cuando son tan pocos los que hoy quieren hablar. Pero el recuerdo de esa historia reaviva
el espíritu de quienes la vivieron, como Adela, que ahora tiene 73 años que sonríe al
afirmar que por suerte vencimos ese miedo y ayudamos igual.
Gerardo es librero, como lo era entonces, cuando tenía 37 años: Eran como las 11
de la mañana del 29 de mayo, yo estaba trabajando en la librería El Hogar del Libro, en
San Martín y Colón, que ya no está más, y de pronto vimos venir a la gente de Kaiser
(IKA), comandada por Elpidio (Torres), con la policía detrás corriendo a los muchachos.
Rompían vidrieras, autos, pegaban a quien se cruzara. Yo estaba trabajando con la hermana
de Máximo Mena (el primer obrero muerto en los enfrentamientos con la policía), fue un
caos cuando nos enteramos de la muerte de este chico. Tengo apenas 67 años, pero pasó
mucho tiempo para recordarlo con exactitud. Para colmo, con los gobiernos que tuvimos se
dejó de recordar el Cordobazo; recién después de que se fueron los milicos del 83
se volvió a hablar.
Hoy Gerardo sigue con su oficio de librero, pero más cerca aún de los recuerdos más
vivos del Cordobazo. Desde la vieja librería Montenegro, frente al Hospital de Clínicas,
recuerda: Acá tomaron el hospital, había mucha unión y defensa, no como ahora que
no hay unión para nada. La gente se solidarizaba con los alumnos; yo vivía en Nueva
Córdoba y a los chicos que venían de la ciudad universitaria les abríamos las puertas
para que entraran y se escondieran en la casa. Algunos se ubicaban en los techos, otros se
quedaban en la casa; tomábamos mate y conversábamos sobre muchas cosas, hablábamos de
política, criticábamos al gobierno.
Cuando abrieron la famosa feria de las pulgas, detrás de la Catedral, la mayoría
de los kiosqueros era comunista ;allí se conseguían las obras de los autores marxistas y
nos reuníamos allí por las noches a conversar, a discutir, pero hace tanto tiempo... Al
tiempo yo me abrí de todo eso porque uno ya llega a una edad en que se dice a sí mismo
cuidate. Hoy no sería posible un Cordobazo, hoy falta eso que les pide la
tribuna a los jugadores. En la actualidad a muchos uno les dice te acordás de que
anduvimos juntos y te responden ¿quién sos, no te conozco.
Yo hace apenas dos años que vine al barrio y no sé nada, dice don Anselmo,
el conocido dueño de una pensión cincuentona cercana al Clínicas y uno de los tantos
que evita hablar. Pero otros se animan a la memoria y evocan.
Jorge tiene 47 años y un pequeño hotel heredado de su padre en el barrio Clínicas:
Yo sólo tenía 17 años cuando fue lo del Cordobazo, iba a quinto año del
secundario del Colegio Nacional de Monserrat, pero lo viví de afuera. Lo mejor fue que
estuvimos una semana sin clases, al menos eso pensaba entonces. En aquella época la gente
no tenía conciencia de sus derechos (por entonces nosotros no lo sabíamos), venía la
policía y te cagaba a palos, por eso se generaba tanto odio contra los canas y los
milicos. Recuerdo que en esos días los vecinos, la sociedad civil toda, demostró mucha
solidaridad, se cubría a los activistas porque había una gran bronca contra todo lo que
fuera milico.
Emilio era operario de la Renault cuando fue el Cordobazo y ahora trata de sobrevivir con
un pequeño taller de herrería y recuerda que todavía enla tarde del viernes los
vecinos del centro nos arrimaban gomas viejas y cajones de madera para incendiar en la
barricada, pero me parece que después se asustaron por cómo venía la mano y terminaron
esperando que llegara el Ejército. Recuerda también a un estudiante de izquierda
conocido suyo que se arrimó a la barricada y le dijo: loco, esto es espontaneísmo
puro. Es espontáneo porque no lo organizaron ustedes respondió
indignado Emilio.
Don Michel, como lo conocen en el barrio, tenía 52 años cuando vivió el Cordobazo desde
su mercería en calle Santa Rosa. Hoy tiene 82, la misma mercería y una memoria intacta:
Fue terrible, fue como una guerra. La juventud fue la protagonista, ellos hicieron
frente a los soldados, tuve que bajar la persiana y poner diarios mojados entre la
persiana y el piso para que no entraran los gases, si no nos moríamos. Había tanques de
guerra en la plataforma del Clínicas. Casi todos los vecinos ya se han ido o han muerto,
somos pocos los que quedamos de entonces. Pasé cuatro o cinco días con el negocio
cerrado, me acuerdo de que los soldados nos pedían agua para tomar, pobres.
Adela tiene 73 años y es dueña de un almacén de los pocos que aún quedan en pie:
Aquí, en la avenida Colón, nosotros queríamos ayudar a los chicos, pobrecitos,
queríamos impedir que les pegaran o los metieran presos. Nosotros no habíamos sido
capaces de exigir la libertad que ellos querían, entonces colaboramos como pudimos.
Subimos a la terraza con cuanta cosa vieja encontramos para tirar a los policías. Y
después nos amenazaban con allanar las casas. Hoy me río, pero nos dio mucho miedo, por
suerte vencimos ese miedo y ayudamos igual. Mi hermana escondió a dos chicos de la
universidad que estudiaban abogacía, uno de ellos terminó siendo mi yerno, algunos años
después. Hoy él y mi hija viven en México con mis nietos que ya son jóvenes como ellos
lo eran por esa época.
Horacio Obregón Cano, senador provincial por el Frepaso: Recuerdo que lo vivimos
con mucha ansiedad, se mezclaban el miedo y el compromiso de que uno estaba peleando por
algo superador. Por entonces estudiaba y militaba en la Facultad de Derecho y recuerdo que
había toma de facultades desde una semana antes. Recuerdo que detrás nuestro, por las
calles, caía el agua que los vecinos tiraban desde los edificios a la policía; no he
vuelto a respirar ese aire nunca, había un compromiso distinto. Nosotros los estudiantes
seguimos la iniciativa que fue de los trabajadores, para sacarse el yugo de un gobierno
militar que condicionaba la libertad de todos. Pero lo mejor fue la parte de la sociedad
que acompañó en la calle o desde sus casas. Se asestó un golpe muy fuerte a la idea de
permanencia de alguien que había quemado los padrones para que no hubiera nunca más
elecciones en la Argentina.
En la embajada fue una sorpresa
Por M.G.
Según los informes que
la embajada de EE.UU. enviaba al gobierno norteamericano en 1969, los sucesos del
Cordobazo no habían sido previstos por los organismos de inteligencia de ese país. Pocos
días antes de la revuelta social que desembocara en la caída de Juan Carlos Onganía, el
embajador John Davis Lodge hacía saber a las autoridades de su país que los disturbios
aislados que se producían en Argentina no podrían poner en peligro al gobierno nacional.
Las instalaciones públicas y militares argentinas de varias partes del país han
estado recientemente sometidas a ataques rápidos, algunos de los cuales han tenido el fin
de obtener armas (...) Ninguno de los ataques ha causado demasiada turbación al gobierno
argentino (...). La autoría de estos ataques no ha sido bien determinada, pero es
improbable que puedan causar alguna dificultad al gobierno. El texto, difundido en
los últimos días por el diario La Voz del Interior, formaba parte de una nota
confidencial enviada por Lodge desde Buenos Aires el 1º de mayo de 1969 con destino al
director de Inteligencia e Investigación del Departamento de Estado. La actividad
terrorista incomoda, pero no es un problema mayor para el gobierno, titulaba el
embajador su informe.
Días después el funcionario estadounidense centró su información en los movimientos
estudiantiles: Las manifestaciones de estudiantes han creado el más serio problema
en los tres años del régimen militar de Onganía, comunica la embajada el 26 de
mayo, aunque se refería a los sucesos de Rosario.
Ya hablando sobre el Cordobazo, Lodge escribe un largo telegrama a Washington en el que
describe: Los disturbios de mayo y junio erosionaron la confianza pública y militar
en el liderazgo del presidente Onganía y dejaron abierta la especulación sobre cuánto
tiempo le queda al régimen (....). El brillo de Córdoba iluminó su aislamiento
político y su exclusiva dependencia con respecto a las Fuerzas Armadas.
Ya a partir de junio los informes de la embajada ratifican el apoyo que el gobierno de
EE.UU. brindaban a las dictaduras latinoamericanas. El Ejército mantuvo el control
de la situación política y controlará el cambio político. Las otras fuerzas están
demasiado débiles y divididas para alterar la situación o como para alarmar a los
militares. Vemos a Onganía seguro por un corto término de seis meses a un año,
informaba la agencia estadounidense desde Argentina en agosto de 1969.
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