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Un dictamen del ministerio del Interior propicia la discusión sobre el comportamiento de la Justicia durante la dictadura militar. Durante el gobierno de la presidenta Perón una chica de 22 años, militante del ERP, fue asesinada luego de rendirse por una patota mixta de la SIDE y la policía de Buenos Aires. Entre sus integrantes estaban Gordon, Guglielminetti y el comisario Madrid. El fiscal Julio Strassera y el juez Guillermo Rivarola consideraron legítima la acción. Los responsables de la muerte de María Teresa Barvich sólo declararon como testigos. Ahora sus familiares cobrarán la indemnización de la ley 24.411, porque fue víctima del terrorismo de Estado que comenzó a actuar antes del golpe del 24 de marzo de 1976.
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Por Horacio Verbitsky![]() El dictamen Según el dictamen del consultor González Gartland, el Comando Radioeléctrico comunicó al comisario de la seccional 21ª que policías de investigaciones de la provincia de Buenos Aires se habían enfrentado con extremistas en una casa de la calle Honduras 4183, donde había signos de múltiples disparos. Cuando los federales llegaron, encontraron a la partida policial bonaerense con cuatro detenidos y el cadáver de la mujer. Otros dos detenidos habían recibido heridas por las que fueron llevados a un hospital. El jefe de los provinciales, Guillermo Horacio Ornstein dijo que la mujer quiso huir por los fondos mientras disparaba con un revólver calibre 38. Según el acta de la Policía Federal, el cadáver tenía a flor de piel una bala calibre 11.25 en la región lumbar. Quien portaba un arma de ese calibre era el entonces subinspector José Félix Madrid. El dictamen del ministerio del Interior señala una serie de inconsistencias y contradicciones: ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() Un accidente de tránsito González Gartland afirma que un somero análisis de estas constancias debió inducir a ser más prudentes a Strassera y Rivarola, primero fiscal y luego juez en la misma causa. Esa doble función es una anomalía pocas veces vista. A su juicio las resoluciones de ambos no se basan en forma razonada en las constancias de la causa. Por ello son descalificables en los términos de la doctrina de la Corte Suprema sobre arbitrariedad. Esta conducta de ocultamiento de la verdad histórica permite parangonar este hecho con las modalidades del terrorismo de Estado. Al condenar a Videla, Massera & Cía. la Cámara Federal señaló que era usual simular enfrentamientos para cohonestar asesinatos. El de María Teresa Barvich tiene todas las características de un homicidio, por más que un fiscal y un juez de la etapa dictatorial hayan opinado lo contrario. Rivarola dijo a este diario que como fiscal se limitó a solicitar que se investigara y que como juez tal investigación no pasó de la declaración de los seis policías porque Strassera, que lo sucedió en la fiscalía, dictaminó que no era necesaria otra medida. Si usted ve un accidente de tránsito llama a los testigos para ver cómo ocurrió, dijo, asimilando a los autores de un homicidio con los testigos de un accidente. Según el juez si se determina que el procedimiento fue realizado por las fuerzas del orden, en cumplimiento de la ley y si un fiscal dice que no hay irregularidades, no importan otros detalles que pueden impresionar a un neófito, como la velocidad a la que iba el auto, añadió, siempre con la metáfora automovilística. Dijo que no llamó a declarar a los detenidos y a los heridos, los del ERP, porque no lo consideré necesario para verificar qué es lo que había pasado. Añadió que luego de escuchar la versión de los funcionarios públicos que actuaron tuvo el convencimiento de que ésa era la verdad. Interpreté que bastaba con la declaración del personal policial, a la que hay que hacerle fe, porque no son extraños o delincuentes a los que no se les cree. Las fuerzas del orden cumplen una función asignada por la ley. Si las fuerzas del orden indican que cumplieron esa función reglada por la ley, con eso basta. Por idéntica razón no ordenó secuestrar ni peritar las armas de los policías. Ellos actuaron en legítimo cumplimiento de su deber. A la policía se le secuestran las armas sólo si se supone o si hay datos para decir que actuó al margen de la ley, insiste hoy. (José Félix Madrid llegó a comisario. Fue exonerado en abril de 1991 y procesado por piratería del asfalto y narcotráfico por el juez federal de La Plata Manuel Blanco. Ese mismo año, la policía lo vinculó con el atentado a balazos contra el cineasta y entonces diputado Fernando Solanas y con los profanadores del cementerio judío de Berazategui. En 1997 fue reclutado por el representante personal del gobernador Eduardo Duhalde e interventor en el Hipódromo de La Plata Orlando Caporal, para integrar un grupo clandestino de inteligencia). El fusilamiento Este diario trató de encontrar a los sobrevivientes mencionados en el dictamen del ministerio del Interior. El médico Norberto Rey falleció hace una década. El uruguayo mencionado como Washington Mogordo en realidad se llama Mogordoy y vive en Canadá. Su hermano Julio Mogordoy sigue en la Argentina y trabaja en la distribución de Página/12. No fue la única sorpresa de esta investigación. Según Mogordoy, además de la dueña de casa y sus tres hijos aquella noche había cinco militantes del ERP, más su hermano Washington, quien no tenía actividad política y había venido a comer. María Teresa Barvich era la más joven del grupo y la llamaban Chabela, una ironía por la presidenta Perón. Ante la demora del compañero al que llamaban Jorge, pensaban irse de allí a las doce de la noche. Mogordoy admite que luego de la irrupción policial él hizo un disparo con una pistola 11.25. El único armado era yo. La 38 que le plantaron a Chabela estaba guardada junto a una 44.40 en un placard, pero eran inservibles, agrega. María Teresa Barvich y Washington Mogordoy intentaron salir por la escalera trasera, que conducía a la terraza y les dispararon una ráfaga de ametralladora. Ambos retrocedieron, heridos. Luego de un fallido intento de negociación, cayó una granada en el techo que hizo temblar toda la casa. Explotó arriba de la cocina, y empezó a filtrarse el agua del tanque. Verificamos que todos estábamos vivos, tiré la pistola al descanso de la escalera y nos rendimos. Entraron seis tipos de civil. A los únicos que después identificamos, porque fueron personajes públicos, fue a Gordon y Guglielminetti. Norberto y yo los recibimos en el hall, el centro de la casa. Chabela y mi hermano, heridos, estaban en la cocina. Los tres chicos estaban escondidos debajo de una cama. ¿Quién es Chabela? ¿Quién es Andrés? ¿Quién es El Tupa? preguntaron. Nos acusaban de matar a un torturador de La Plata, pero ni yo ni mucho menos Chabela teníamos idea, añade Mogordoy. Uno de los incursores entró en forma decidida a un dormitorio, abrió el placard y buscó exactamente donde guardaban 21.000 pesos de entonces. El único que lo sabía era Jorge, el compañero que había faltado a la cita. Otros dos se metieron en la cocina, que por un cortocircuito había quedado a oscuras. Un rubio, de pelo lacio, con jopito, de 34 o 35 años, alumbró a Chabela con una linterna, la levantó de los pelos, dijo ésta es y le tiró con una 45, una pistola para matar búfalos. Desde el hall sentimos dos tiros, pero mi hermano, que estaba con ella, insiste que fue uno solo. ¿Qué pasó? gritó Gordon. Tenía un arma le respondió el rubio. Después de los disparos nos pegaron a todos. Hirieron a mi mujer, embarazada de tres meses, y a Norberto, con un culatazo en la cabeza. No habían pasado cinco minutos desde que nos rendimos cuando subió el comisario de la 21ª. Vio a la patota y ordenó que subieran los uniformados. Mientras se manoteaban y pechaban unos a otros, todos armados, Gordon llamó a un tal coronel: ¡Estos hijos de puta no quieren entregármelos! ¿Qué hacemos?, preguntó. Estaba furioso, quería fusilarnos ahí mismo, pero el comisario nos salvó. Primero se negó a hablar con la persona del teléfono, después escuchó llorar a los chicos y nos ordenó que bajáramos. Fue el momento más tenso, pensamos que se iban a matar entre ellos. En la 21ª no nos tocaron un pelo. Recuerdo que un policía dijo hijos de puta, en qué quilombo nos metieron. Alrededor de las dos de la madrugada trasladaron a mi hermano y a Norberto al Hospital Fernández. Al rato volvió Norberto con una nueva: mientras enyesaban a mi hermano había caído la patota y se lo había llevado. Como tenía documento uruguayo pensaron que él era Andrés. Por suerte, a las tres cuadras lo habían recuperado los policías de la 21, dice Mogordoy. En el calabozo de la seccional nos enteramos que habían vaciado la casa. Un policía reportó por radio que el imaginaria no estaba y que había movimientos extraños. El comisario mandó tres patrulleros. Cuando volvieron, nos dijo que con dos camiones habían levantado camas, colchones, muebles, vajilla, documentos y hasta la ropa de los chicos. A las cuatro y media, después de entregarle las tres criaturas al padre, el comisario nos juntó a todos: Hasta acá pude hacer. Tengo orden de entregarlos. Me parece que los van a matar Luego de circular por distintas dependencias policiales y campos de concentración nos legalizaron en diciembre, con causas por asalto a banco, robo calificado, secuestro extorsivo y homicidio. Fue una aberración jurídica: el supuesto secuestrado nos vio en una rueda de presos, pero no reconoció a ninguno, en la de homicidio nos sobreseyeron a todos, y a mi hermano lo procesaron por robar un banco cuando ni siquiera era militante. Sin embargo, fueron condenados a diez años de cárcel. En la brigada de Avellaneda volvimos a ver a dos que habían participado del operativo, que resultaron ser Gordon y Guglielminetti. Nos sentaron en rueda y Guglielminetti hablaba. Gordon se hacía llamar coronel. Después de las preguntas, Gordon, con voz ronca, dijo que Norberto y yo éramos irrecuperables: Esperamos que se mueran en la cárcel, y si salen nos vamos a volver a ver dijo. El 15 de diciembre nos confirmaron, a su manera, algo que ya sabíamos. Un policía me trajo un sandwich envuelto, muy prolijo, con un diario. Tenía la noticia de la muerte de Rodolfo Lui Dui durante un operativo en Lomas de Zamora. Dui era el nombre que figuraba en el documento de Jorge, el compañero que nunca había llegado a la cita. Lo enterraron con su nombre real: Rodolfo Stirmenmaun. Los hermanos Mogordoy estuvieron presos hasta 1982, Norberto Rey hasta 1983, y mi mujer, que según el expediente había cosido una bandera y una capucha, hasta abril o mayo de 1984, concluye. De nada de eso se enteraron hasta hoy el fiscal Strassera y el juez Rivarola. En su investigación sobre la masacre de San Patricio, Eduardo Kimel dice que al menos Rivarola realizó todos los trámites inherentes a la investigación penal. Acopió los partes policiales con las primeras informaciones, realizó los peritajes balísticos y forenses y tomó testimonio a una buena parte de las personas que podrían aportar datos para el esclarecimiento. Sin embargo, la lectura de las fojas judiciales conduce a preguntarse: ¿se quería llegar a una pista que condujera a los victimarios?. En la causa por el asesinato de María Teresa Barvich ni siquiera puede decirse que haya sido tan cuidadoso de las formas.
Institución legitimante Por H. V.
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