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Palabras y fuego entre los dos gobiernos bomba

La infantería india habría entrado en acción ayer, respaldada por la Fuerza Aérea, en la zona disputada de Cachemira en los Himalayas, mientras los dos gobiernos prometen negociaciones.

Condiciones: Pakistán espera una respuesta india a su propuesta de diálogo. India se mostró dispuesta, pero lo condicionó a la expulsión de los infiltrados.

Un artillero indio descarga rondas de proyectiles.
Son para ser usados en cañones Bofors de 160 mm.

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t.gif (862 bytes)  El “síndrome OTAN” parece haber contagiado a los hostiles y nucleares vecinos asiáticos. India dio ayer luz verde al diálogo con Pakistán, pero aseguró que continuará “sin tregua” con los ataques aéreos en la zona de Cachemira. Nueva Delhi afirma que está combatiendo desde el miércoles pasado a infiltrados respaldados por Islamabad, que controlan territorio en el lado indio de la franja de patrullaje de Cachemira, una zona disputada por las más nuevas potencias nucleares sobre la que se cierne la sombra de otra guerra. En esta nueva escalada militar, India perdió en los últimos días dos aviones Mig y un helicóptero de ataque, al ser alcanzados por misiles lanzados por Pakistán.
“Hoy también se están llevando a cabo ataques aéreos –confirmó el capitán de escuadrón de la Fuerza Aérea india, Subash Bhojwani–, los ataques continúan y continuarán.” La ofensiva militar india siguió ayer incluso después de la conversación telefónica que mantuvieron el viernes los jefes de gobierno de los dos países para intentar acordar el fin de las hostilidades. En un asombroso parecido con la estrategia de los aliados atlantistas en Yugoslavia, India decidió combinar palabras y bombas para enfrentar el clima de guerra que mantiene con su vecino enemigo Pakistán. Con una ofensiva terrestre respaldada por las fuerzas aéreas, India atacó ayer, por cuarto día consecutivo, a un grupo de infiltrados en las montañas de la parte india de Cachemira, a los que calificó como guerrilleros apoyados por Islamabad. Nueva Delhi culpa al ejército paquistaní de haber enviado 500 mercenarios y más de 100 soldados a la parte india de la región para ocupar posiciones de importancia estratégica en el conflicto territorial que los enfrenta desde 1947.
“Hemos recapturado una porción sustancial de aquellas áreas a las que habían entrado los infiltrados”, aseguraron fuentes militares indias. El gobierno indio aseguró ayer que la campaña aérea que comenzó el miércoles iba a continuar para eliminar a los infiltrados en el valle de Cachemira, y advirtió que puso en estado de alerta a sus tropas en la frontera con Pakistán para “no correr riesgos”. Un portavoz militar indio, el teniente J.J. Singh, hizo público el hallazgo de un “intruso” muerto durante lasacciones militares indias contra la guerrilla, y aseguró que sus documentos probarían “sin lugar a dudas” que el ejército paquistaní respalda las infiltraciones. El portavoz expuso la cifra de 300 guerrilleros muertos como el saldo de la ofensiva india.
Islamabad –que derribó el jueves dos aviones indios Mig-21 y Mig-27, y un helicóptero de ataque– entregó ayer el cuerpo de un piloto indio que murió cuando su avión fue derribado mientras sobrevolaba el territorio pakistaní, mientras el piloto del otro avión está retenido en Islamabad como prisionero de guerra. India asegura que sus operaciones se realizan dentro de su territorio y rechaza las acusaciones de haber violado el espacio aéreo de su vecino, una situación que Pakistán aseguró que no toleraría.
“Vamos a discutir, pero no hay condiciones previas”, concedió a medias el primer ministro indio, Atal Behari Vajpayee, ante la propuesta de su contraparte paquistaní, Nawaz Sharif, de iniciar conversaciones para evitar que la situación en la región “derive hacia una dirección peligrosa”. El diálogo telefónico entre Sharif y Vajpayee –que se realizó el viernes a través de una hot line construida para evitar episodios de alto riesgo como éste–, marca el primer intento diplomático por bajar la temperatura en la frontera disputada en los Himalayas. Vajpayee aceptó la oferta que le extendió el premier paquistaní de enviar a su ministro de Relaciones Exteriores para impedir una escalada en el conflicto.
Las autoridades paquistaníes esperan ahora una respuesta india a su propuesta de diálogo. “Hice un llamamiento por un urgente acuerdo por la disputa en Cachemira” –explicó Sharif–. “Le dije a Vajpayee que deberíamos sentarnos a la mesa de negociaciones para resolver el tema.” En principio India se mostró dispuesta a negociar, pero condicionó la suerte de la diplomacia a la expulsión de los infiltrados. “Permítanme asegurarles que de forma lenta pero segura derrotaremos a los intrusos en esta situación cercana a la guerra”, advirtió el general indio Hari Mohan Khanna, comandante del Ejército indio del norte. El militar afirmó que su país enfrenta no sólo a guerrilleros sino también a “soldados paquistaníes apoyados por mercenarios talibanes extremadamente bien entrenados”.
La intensificación del enfrentamiento entre las dos potencias nucleares –calificada por observadores de la ONU como “muy alarmante”–, genera una gran preocupación en la comunidad internacional por el escenario que adelanta en la región. La escalada militar entre los países vecinos amenaza con desencadenar un hito tristemente célebre: la primer guerra nuclear de la historia.

 

Otra filtración

Un científico indio sospechoso de estar vinculado con el programa nuclear de India fue expulsado en 1998 del laboratorio federal de investigaciones nucleares de Los Alamos (Nuevo México, sur), según la revista Newsweek que aparecerá mañana. Esta es la segunda destitución de este tipo. Otro científico de origen taiwanés, que también era sospechoso de haber entregado informaciones sensibles a China, fue expulsado recientemente.


TRAS LA PARTICION, UN ESTADO DE GUERRA PERMANENTE
La pelea se remonta al “Día I”

El País de Madrid
Por Ricardo M. de Rituerto

t.gif (862 bytes) India y Pakistán llevan encerrados en esta película de vaqueros desde la independencia, en 1947, cuando la partición entre un Pakistán exclusivamente musulmán y una India esencialmente hindú provocó un baño de sangre con cientos de miles de muertos de una y otra religión, hasta entonces súbditos británicos que se vieron forzados de la noche a la mañana a elegir y murieron salvajemente asesinados mientras se decidían o iban camino de su nuevo país. Cachemira quedó en un primer momento fuera de la partición, pero las presiones del primer ministro indio Jawaharlal Nehru fueron insoportables para un maharajá hindú que optó por sumar su feudo a la unión India, en contra de los deseos de una población musulmana que quería o bien la independencia o su integración en el País de los Puros que Alí Jinnah había arrancado a los británicos para los musulmanes.
Pakistán se fue inmediatamente a la guerra por ese territorio de 223.000 kilómetros cuadrados, que por su fe le pertenecía y Nehru respondió con las mismas armas. Hindúes y musulmanes estuvieron matándose hasta el 1º de enero de 1949, fecha en la que un alto el fuego impuesto por Naciones Unidas dividió a Cachemira en dos por la línea del frente, llamada luego con optimismo “línea de control”: un tercio para Pakistán y dos tercios para India. Desde entonces, el gobierno de Nueva Delhi se refiere a la parte paquistaní como “la Cachemira ocupada por Pakistán”, muletilla que tiene su exacta contrapartida al otro lado de la frontera. El alto el fuego se fraguó con el compromiso de celebrar un referéndum de autodeterminación que India rechaza de plano.
El resentimiento por Cachemira estalla durante dos semanas de guerra abierta en setiembre de 1965, la segunda que libraron ambos países por el territorio a las faldas del Himalaya. Una tercera guerra relámpago indopaquistaní apenas tuvo consecuencias en la frontera occidental de los dos países, pero Pakistán perdió su parte oriental, donde nació Bangladesh.
Desde entonces, Pakistán sigue hostigando a su viejo enemigo a partir de 1990, en una guerra de armas cortas realizada por extremistas islámicos fogueados en Afganistán, ansiosos por entregar a Pakistán el territorio que le fuera robado en la hora de su nacimiento. Nueva Delhi protesta vehementemente contra esta injerencia de su vecino, que apoya cuanto puede con su artillería las incursiones de los militantes y reconoce que les presta apoyo logístico sólo en la retaguardia. El gobierno de Islamabad mantiene así una constante sangría en el flanco indio, que se ve obligado a mantener en Cachemira nutridas guarniciones militares que asisten, impotentes, a la limpieza religiosa que los militantes perpetran asiduamente con ametrallamientos, degüellos e incendios de los cada vez menos hindúes que no quieren o no pueden marcharse. Esta guerra de baja intensidad ha costado unas 25.000 vidas, de ellas 1800 de soldados, cifra de bajas castrenses superior a las habidas en la guerra de 1971.
El empleo de aviones y helicópteros, lo que nunca hasta ahora había ocurrido fuera de las guerras abiertas entre los viejos enemigos, marca una escalada en el conflicto entre dos gobiernos que atraviesan momentos incómodos. El indio, del nacionalista hindú Atal Behari Vajpayee, es un gobierno que llegó hace 14 meses al poder con la promesa de resolver el conflicto cachemir. En mayo del año pasado, tras probar cinco bombas nucleares, Nueva Delhi miró a Islamabad y le pidió que renunciara a su “política anti-India, especialmente en lo relativo a Cachemira”. El gobierno de Nawaz Sharif replicó entonces con seis explosiones y ahora, entre crecientes protestas por un autoritarismo que quiere cerrar periódicos y detiene a periodistas, se frota las manos al ver a Vajpayee débil, derrotado en una moción de confianza y presidiendo un Ejecutivo en funciones. Una situación de doble filo, porque Vajpayee puede sentirsetentado a tomar medidas populistas ante las elecciones legislativas del próximo otoño. Nadie cree en un conflicto nuclear, pero Pakistán muy probablemente aprovechará la amenaza del estallido atómico para introducir una mediación internacional en Cachemira y abrir otro difícil frente diplomático a su enemigo.

 

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