La guerra más triste Por Claudio Uriarte |
Lo de Kosovo se parece cada vez más a una remake en la vida real, corregida y aumentada por una banda de irresponsables e incompetentes en Washington y Bruselas, de Doctor Insólito, aquella clásica sátira de la Guerra Fría rodada por Stanley Kubrick en que una guerra nuclear se disparaba por accidente entre Estados Unidos y la Unión Soviética y un tenebroso asesor presidencial alemán reminiscente de una cruza entre Henry Kissinger y Adolf Hitler encontraba "fórmulas brillantes" cada vez más inhumanas y alocadas para sacar el mejor provecho del asunto. Lo de Irak, en cambio, se parece cada vez menos a una guerra y cada vez más a una serie de escaramuzas aéreas decididamente light entre la coalición angloamericana por un lado y Saddam Hussein por el otro, en que el tirano de Bagdad no para de mejorar su posición, aunque sea milímetro a milímetro. Pero lo de India y Pakistán es diferente, y podría calificárselo --aunque el adjetivo suene fuera de lugar en la terminología bélica pertinente-- como la guerra más triste de las que andan dando vuelta, o al borde de estallar. Dos naciones pobres y atrasadas, que han fracasado en lograr su desarrollo pero no en construir bombas atómicas, están peleándose por una inhóspita franja de territorio en las alturas de los Himalayas, donde las temperaturas invernales son tan bajas que las armas deben ser calentadas con fuego para volverse operativas y los soldados de las tropas de los respectivos países a menudo abandonan sus puestos de observación durante los meses climáticamente más duros. En las afueras de Islamabad, hay una popular réplica de nueve metros de altura, completa con un juego de efectos sonoros y lumínicos, de las montañas de Cjhangai, donde Pakistán realizó hace un año sus primeras pruebas nucleares, y las calles están embanderadas con los rostros de los "héroes nucleares de Nuestra Nación" --los científicos que hicieron las bombas-- y del premier Nawaz Sharif. En la época de los tests nucleares de los dos países, indios y pakistaníes se arracimaban frente a las vitrinas de las tiendas de electrodomésticos y vitoreaban cada explosión propia como si estuvieran mirando un partido de fútbol. Para la comunidad internacional, este desenlace y sus perspectivas no podrían ser peores. Porque, al haber fracasado en impedir los tests, ¿qué confianza pueden tener en impedir la primera guerra nuclear de la historia? Que, aunque no ocurra ya, es ahora una posibilidad cierta.
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