|
Por Diego Fischerman En la palabra fado está encerrado el destino (fatum). En la morna, esa especie de fado tropical o de milonga africano/portuguesa, está esa sensación de desarraigo, lejanía y tristeza propios de las canciones portuarias pero, también, un hamacarse en el ritmo, una serie de deslizamientos sutiles en la acentuación, un vaivén acariciante. La morna, ese género musical del que se sabe el nombre a partir de la irrupción en el mercado de la caboverdiana Cesaria Evora, es desgarrada y tierna a la vez. Para algunos su origen musical es la modinha, la canción sentimental de los salones portugueses que está, también, en la génesis del samba brasileño. "Morno", en portugués, quiere decir tibio. Pero por Cabo Verde, en sus épocas de discreto esplendor comercial, pasaban navegantes de todas las nacionalidades. "Mourning", en inglés, significa "lamentarse". Y, en francés, "morne" es sombrío. Tal vez no haya una sola explicación ni un único origen. Lo cierto es que a las canciones con las que Cesaria Evora deslumbró a la multitud que se reunió para sus primeras funciones en La Trastienda, les cabe a la perfección la idea de lamentos tibios, cariñosos y al mismo tiempo sombríos. Cesaria Evora es una artista mestiza. O, mejor, la intérprete privilegiada de un arte hecho de mezclas. Como casi todos los géneros artísticos de tradición popular, el de la morna se nutre de culturas diversas, que a su vez derivaron en otros lugares hacia otras mezclas y otras músicas. Quizá sea por eso que resulta tan fácil reconocer allí líneas melódicas similares a las del frevo y el choro brasileños o, incluso, a las del tango primitivo. Y si hubo una demostración palpable de esa suerte de apropiación entre géneros folklóricos fue la que Evora brindó con su maravillosa versión de "Bésame mucho". Ya habían pasado casi dos horas de recital y unas veinte canciones. La intérprete, agradeciendo con sonriente timidez, se había retirado del escenario y, ante la ovación, volvía para su primer bis. Entonces, ese viejo bolero, tan bastardeado en tantas ocasiones, se convirtió en otra cosa. Las guitarras y violines tejían a su alrededor un balanceo rítmico casi marino y Evora cantaba las mismas estrofas de siempre pero demorándose en cada sílaba, africanizando (reafricanizando o, más bien, amornando) esa otra resultante, tan lejana en la geografía, de raíces europeas y negras. Parte de esta hipótesis creativa es la que alimenta Café Atlántico, el último disco de Evora, a cuyo repertorio estuvo dedicado en gran parte el recital. Junto a las canciones que construyeron su fama internacional ("Sodade", "Miss Perfumado", "Mar Azul", "Angola") la cantante dio protagonismo a los temas de Café Atlántico, el CD en el que se junta con músicos de Cuba y Brasil, y en el que participa como arreglador el prestigioso Jacques Morelenbaum. Lo que ya estaba presente en su clásico "Luiza", con su pie rítmico casi de habanera, aquí es desarrollado con conciencia. Así, "Vaquinha Mansa", "Perseguida" (un bolero), "Terezinha" y, sobre todo, "Carnaval de Sao Vicente", que Evora eligió como último bis, elaboraron ese nuevo mapa cultural en que el Océano Atlántico, más que separar, une a América con Africa.
|