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Economía
Por Antonio Dal Masetto

t.gif (862 bytes) Me encuentro con Gerardo Rigamonti, hijo de un amigo de otros tiempos. De Gerardo recuerdo su vocación por la medicina y la firme determinación de convertirse en el mejor cirujano del país. También recuerdo que era un muchacho muy ingenioso, siempre tenía una galera a mano y siempre salía algún conejo de esa galera. Me dice que dejó la facultad. Ahora es visitador médico. Digo que lamento lo de la carrera abandonada. Gerardo se mira las manos:
–Mi gran amor, la cirugía.
Se casó, vive cerca, a pocas cuadras, me invita a tomar un café. La casa está bastante venida ana32fo01.jpg (12264 bytes) menos. Mobiliario modesto. Cortinas deshilachadas, pintura de las paredes descascaradas. Es evidente que la familia no nada en la abundancia. Estrecho la mano de Susi, la esposa. Por ahí anda una señora encorvada, que arrastra una pierna y resulta ser la suegra de Gerardo. Detrás de la casa hay un pedazo de terreno y Gerardo me explica que tiene un buen lote de gallinas batarazas, grandes ponedoras. En realidad están resultando su salvación en estos tiempos de malaria económica.
–Hice un arreglo con el verdulero y con el almacenero. Canjeo huevos por comestibles, frutas y verduras.
–Veo que no perdiste tu ingenio –le digo.
–Se hace lo que se puede –me contesta.
Termino el café y Susi me ofrece un vermut. Gerardo señala la botella:
–Canjeada por algunos huevos.
Susi trae aceitunas y quesitos.
–Trueque –dice Gerardo.
Desde la cocina Susi llama a Gerardo. Quedo solo y me asomo a la ventana que da al terreno. En la media luz del atardecer veo, al fondo, detrás de un alambre tejido, las gallinas ponedoras. Muchas se desplazan saltando sobre una sola pata. La otra pata no la tienen. También les falta un ala. Las que conservan la pata derecha mantienen el equilibrio con el ala que les queda y que es siempre la del lado opuesto. Pasa la suegra de Gerardo hablando sola:
–Es una herejía. Si Dios hubiese querido que las cosas fueran diferentes las hubiese hecho distintas.
Entran Gerardo y Susi.
–Por supuesto se quedará a cenar –dice ella.
Intento una disculpa pero insisten y acepto.
–Vuelvo en un par de minutos –dice Gerardo y desaparece nuevamente.
Susi se queda conmigo y hablamos del único tema en común: ese ingenio de Gerardo que deslumbraba a todo el mundo y del que su padre estaba orgulloso.
Mientras tanto, desde alguna parte, llegan ruidos confusos, golpes que me hacen pensar en machetazos. Pasa la madre de Susi hablando sola:
–Si Dios hubiese querido que las cosas fuesen así no las hubiese hecho de otra manera.
Entra Gerardo, las manos mojadas, recién lavadas, tendidas hacia adelante, a la altura del pecho. Susi corre a buscar una toalla blanca y se la alcanza. Mientras se seca prolijamente, con gestos profesionales y elegantes, Gerardo me hace pensar una vez más en su vocación de cirujano. Desde la cocina Susi nos grita:
–En un ratito está la cena.
Tomamos otro vermut y miramos el noticiero en la TV.
–A la mesa –grita Susi.
Gerardo destapa una botella de vino:
–Trueque.
Entra Susi con una fuente:
–Acá está el sabroso arroz con pollo.
Las únicas presas son patas y alas. Susi toma mi plato y pregunta:
–¿Le sirvo una patita o una alita?
Dudo. Dudo mucho. Más allá de la ventana, por encima de los árboles acaba de asomar la luna llena.
–¿Patita o alita? –insiste Susi.

REP

 

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