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OPINION

La gran liquidación

Por James Neilson


t.gif (862 bytes)  Tiene futuro la Argentina tal como la conocemos? Sus “dirigentes” tienen serias dudas. Mientras que el presidente Carlos Menem se propone darla en adopción a Estados Unidos, oferta que hasta ahora no ha entusiasmado a los norteamericanos, otros piensan que sería mejor confiar sus restos al Brasil, apostando todo al Mercosur. Esta salida parece más elegante: el Mercosur es una sociedad de iguales, ¿no? Sin embargo, por ser el Brasil mucho mayor que la Argentina, un proceso de “integración” exitoso, con moneda común e instituciones ídem, no podría sino suponer la transformación de la Argentina en O Estado de Rio Grande de Longe Sul o algo por el estilo. Claro, ni siquiera Menem dice querer dar por fracasado el breve intento de construir un país en el rincón sudoriental de América del Sur, pero, lo mismo que tantos otros, está convencido de que el futuro pertenece a los superestados de dimensiones continentales y que a la Argentina no le queda otra alternativa que la de resignarse a tal destino.
¿Ya está por terminar la edad de los estados nacionales? Los seducidos por la hipótesis toman la evolución de la Unión Europea por evidencia de que los países pequeños son obsoletos, olvidando que el caso de la UE, fruto de la voluntad de los franceses y de los propios alemanes de impedir el resurgimiento del Reich, es en verdad muy particular. Además, aunque la UE ha funcionado bien, esto no quiere decir que haya beneficiado a los pueblos de los países miembros. ¿Estarían mejor los noruegos y suizos si los gobernantes locales acataran las órdenes de los mandamás bruselenses? Noruega y Suiza son países chiquititos, pero a pesar de esta presunta desventaja también son los más ricos de Europa.
La manía de los superestados, sean ya existentes, incipientes o aún imaginarios, se debe menos a los beneficios concretos que podrían producir que a la fascinación que tantos sienten por lo gigantesco. Los impulsores de la “unificación latinoamericana” piensan en lo tremendamente poderoso que sería un Estado de cuatrocientos o quinientos millones de habitantes -la mitad de los que tiene la India– pero no les interesa el destino de la gente que conformaría esta “masa humana” a su entender imponente. Otro factor es el deseo acaso comprensible de que otros se encarguen de manejar problemas que los abruman. Una vez dolarizada la Argentina, la “estabilidad” dependería de Washington. Y si el país fuera parte de una América latina unida, los responsables de la extrema desigualdad no serían políticos argentinos sino burócratas que ocupan oficinas en algún lugar del Brasil.

 

 

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