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La gran liquidación Por James Neilson |
![]() ¿Ya está por terminar la edad de los estados nacionales? Los seducidos por la hipótesis toman la evolución de la Unión Europea por evidencia de que los países pequeños son obsoletos, olvidando que el caso de la UE, fruto de la voluntad de los franceses y de los propios alemanes de impedir el resurgimiento del Reich, es en verdad muy particular. Además, aunque la UE ha funcionado bien, esto no quiere decir que haya beneficiado a los pueblos de los países miembros. ¿Estarían mejor los noruegos y suizos si los gobernantes locales acataran las órdenes de los mandamás bruselenses? Noruega y Suiza son países chiquititos, pero a pesar de esta presunta desventaja también son los más ricos de Europa. La manía de los superestados, sean ya existentes, incipientes o aún imaginarios, se debe menos a los beneficios concretos que podrían producir que a la fascinación que tantos sienten por lo gigantesco. Los impulsores de la unificación latinoamericana piensan en lo tremendamente poderoso que sería un Estado de cuatrocientos o quinientos millones de habitantes -la mitad de los que tiene la India pero no les interesa el destino de la gente que conformaría esta masa humana a su entender imponente. Otro factor es el deseo acaso comprensible de que otros se encarguen de manejar problemas que los abruman. Una vez dolarizada la Argentina, la estabilidad dependería de Washington. Y si el país fuera parte de una América latina unida, los responsables de la extrema desigualdad no serían políticos argentinos sino burócratas que ocupan oficinas en algún lugar del Brasil.
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