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OPINION
La última ambigüedad
Por María Moreno

Si era difícil confundirla con un hombre, era más difícil confundirla con una militante: jamás concedió en politizar la palabra “travesti” hasta revertir el estigma en orgullo. Más de una vez criticó a los que llevaban su identidad sexual en una pancarta y ella misma se consideraba como la “única única” (la expresión la utilizó el crítico Nicolás Rosa en un texto sobre el poeta Néstor Perlongher, en ese caso se trataba del “único único”).
Sin embargo, el hecho de que estuviera a punto de convertirse en dentista la convertía en la primera travesti que, al poder seguir una profesión, abría para otras un camino fuera de la farándula y de la prostitución, algo que forma parte del proyecto educativo de la líder de A.L.I.T., Lohana Berkins. Y, si no hablaba en representación de un sujeto colectivo, contribuyó a naturalizar en los medios de información la presencia de una minoría que hasta entonces sólo había sido llevada al grotesco por los actores cómicos.
Para muchos quizá Cris Miró sostenía un discurso no muy diferente de las travestis del siglo XIX que se consideraban una persona encerrada en el sexo equivocado. Pero, en realidad, pegaba una vuelta de tuerca a través del humor y de la ironía. Y ese humor y esa ironía se vuelven negros en su final, adonde, quizá no eligiéndolo del todo, desplegó una última ambigüedad: ¿Murió o no murió de sida? Y, como si se tratara de un último chiste antimilitante de Cris, en el bando de los que dicen que sí se encuentran tanto los progresistas que denuncian a una sociedad que no levanta la condición de estigmatizados ni aún de los que aplaude, obligándolos a callar; como los que creen encontrar una nueva prueba para sostener el mito de que necesariamente los disidentes sexuales acaban mal. Mientras que, entre los que afirman que no, están tanto los hipócritas de siempre como los que respetan una decisión que en este caso adquiere una dimensión trágica: Cris fue pública en casi todo pero eligió que su muerte fuera exclusivamente suya. Lo que es seguro es que no tendrá un santuario como Gilda, a pesar de que su perfil de hada subida de tono y su muerte en plena juventud le darían el perfil adecuado para el santoral popular donde abundan los “pecadores”. Pero si lo tuviera estaríamos a tono con el 2000 inaugurando una bienvenida democracia mucho más allá de las fronteras de Eros.

 

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