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Sudáfrica celebra hoy sus segundas elecciones democráticas. Deja atrás la etapa de reconciliación entre las razas para adentrarse en la de una profunda transformación social. Cinco años después de los primeros comicios por sufragio universal, la gran mayoría autóctona ocupa el gobierno y tiene los mismos derechos ciudadanos que la minoría de origen europeo. Pero sigue en la miseria y apartada del poder económico. El presidente sudafricano, Nelson Mandela, que condujo con éxito la transición del régimen de apartheid a la democracia, deja así una dura tarea a su virtual sucesor, el actual vicepresidente Thabo Mbeki. Mbeki, de 56 años, ya dirige los asuntos internos y al partido gobernante, el Congreso Nacional Africano (CNA) desde fines de 1997, desde que Mandela, de 80 años, anunció su retirada de la vida pública. La mayoría de raza negra reclama con insistencia una mejora de su nivel de vida y el acceso a unos medios de producción que la minoría blanca es renuente a compartir. Sólo se ha construido la mitad del millón de viviendas que el CNA prometió en la campaña de las elecciones de 1994 y ocho de los treinta millones de sudafricanos de origen autóctono viven en condiciones precarias en la periferia de las grandes ciudades. Un 20 por ciento de los miembros de esa misma comunidad racial carece de servicio de agua potable y sólo el 63 por ciento dispone en sus hogares de luz eléctrica. Unos 100.000 puestos de trabajo se pierden al año por la reestructuración de las grandes industrias, pero también el desempleo afecta sobre todo a esa mayoría, con un índice que supera el 40 por ciento. Para equilibrar la balanza el gobierno puso en marcha un plan de acción afirmativa, que obliga a empresas tanto estatales como privadas a incluir una cuota de responsables de raza negra en sus organigramas, y desarrolló programas de reparto de la riqueza. Mientras que para el ala radical del CNA el esfuerzo no era suficiente, la mayor parte de los cinco millones de sudafricanos que componen la minoría de raza blanca rechaza esta política. Mbeki no tiene el carisma político ni la biografía heroica de su predecesor y es prácticamente un desconocido para sus propios electores. El sucesor que el propio Mandela ha elegido vivía en el exilio mientras él padecía 27 años de cárcel. Según sus detractores, heredó de aquella época cierta afición al secreto; para sus partidarios, la experiencia le ayudó a desarrollar dotes diplomáticas, que le valieron la confianza casi absoluta de las cancillerías occidentales. Mbeki se ha fijado el objetivo de lograr los dos tercios de los votos lo que supondría superar el 62 por ciento alcanzado por Mandela para poder realizar reformas constitucionales que le permitan afrontar una drástica redistribución de los grandes recursos del país. Una demora en esta última asignatura pendiente conduciría a una implosión en la mayoría política que da estabilidad a la nueva democracia sudafricana. Pero una reforma demasiado radical aceleraría el éxodo de la minoría y, quizá también, del capital.
MASACRE INFANTIL Y 50.000 REFUGIADOS ISLAMICOS Las
flamantes potencias nucleares India y Pakistán esbozaron ayer gestos para un
entendimiento diplomático que rebaje la alta tensión bélica en su frontera de Kashmir.
Pero al mismo tiempo los soldados indios se empleaban a fondo en las heladas montañas del
Himalaya con artillería, aviación y fuerzas de infantería para desalojar a los cientos
de milicianos islámicos llegados desde Pakistán. Los llamados militantes
llevan semanas ocupando posiciones en territorio indio desde las que dominan una
estratégica carretera en la región fronteriza. Los bombardeos indios costaron la vida de
una decena de estudiantes primarios paquistaníes. El gobierno de Nueva Delhi calificó de
ficción esta denuncia de Islamabad.
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