Algunos teólogos, cuyo nombre no revelaré, y cuyas doctrinas
raramente se enseñan y difunden tanto como merecerían, aseguran que el paraíso es como
el consultorio de un dentista donde el alma en pena está sentada por toda la eternidad
sabiendo que nunca han de llamarla, y que el infierno es ese mismo consultorio pero con la
certeza, por parte del alma, de que más tarde o más temprano verá abrirse la puerta y
oirá su nombre al tiempo que le llega, como una música beatífica, el zumbido del torno.
Cuentan que los pacientes esperan, mezclados los bienaventurados con los réprobos, en
sillas un poco incómodas, hojeando revistas viejas y triviales a medida que pasan las
inmensas tardes de la eternidad. Los elegidos miran a los réprobos y, cada vez que se
abre la puerta, quienes saben que no los van a llamar sienten la sensación fetal de la
seguridad: en eso, precisamente, en eso, consiste la salvación.
Y es que la teología se modernizó y suele tomar muy en cuenta el contexto y las
costumbres sociales, sus imágenes salen de la vida cotidiana. Y así, una escuela, que
soterradamente va ganando adeptos, imagina al paraíso como un cine donde el alma, sentada
en una cómoda butaca y con sonido surround, está obligada a ver colas de películas
norteamericanas hasta el fin de los tiempos en un éxtasis continuo de efectos especiales
entre nubes de pochoclo; una variante de esa posición, ligeramente heterodoxa, sostiene
que no se trata de colas sino de películas enteras. Más radicalmente, grupos aislados
piensan que ese mismo cine infinito no es el paraíso, sino el infierno.
Un grupo bíblico radical identifica al infierno con un shopping en el que el alma está
obligada a pasearse por siempre sin poder entrar jamás en un negocio, pero una corriente
escolástica arguye que pasearse por el shopping Abasto sin comprar es el paraíso, y que
el infierno no es otra cosa que comprar y comprar en el Abasto, compulsivamente, sin
principio ni fin. Cada shopping, cada hipermercado, cada aspecto del mundo tiene su
interpretación trascendental. No faltan especulaciones teológicas inclinadas a las
ciencias de la comunicación: el infierno sería, desde esta postura, verse condenado a
mirar televisión para siempre y sin interrupciones, mientras que el paraíso consiste,
también, en mirar televisión hasta el final de los tiempos, pero con la ventaja de poder
acceder a las delicias del zapping.
Son teologías que se inspiran en la vida cotidiana, teologías diarias, casi teologías
de barrio, pero no faltan las que toman como referencia la situación internacional, y
así construyen un Más Allá que coincide puntualmente con Yugoslavia: el Infierno
consiste en estar en Kosovo con el riesgo de ser exterminado por Milosevic, y el Paraíso
consiste en vivir en Belgrado y soportar el limpio bombardeo moral de la OTAN. También,
sostienen, la cosa podría ser exactamente al revés. Y es que los problemas teóricos del
Más Allá son muy confusos.
Sin ir tan lejos geográficamente, muchos describen el Otro Mundo como un territorio donde
las almas reciben premios en consonancia con la magnitud de sus crímenes: si ha
asesinado, torturado y robado bebés, se obliga a vivir en un country o a gobernar una
provincia; si ha desatado una guerra criminal, se lo abraza como a cualquier ciudadano y
se le da chocolate; si su delito fue corromperse, vive de acuerdo a la fortuna que
consiguió; si su crimen, en cambio, fue pequeño, como enseñar en una escuela, el premio
es también mínimo: se le da apenas lo necesario para subsistir; si su crimen es más
marginal aún, como no conseguir trabajo, se le otorga la miseria, que, como se sabe,
dignifica, cuando no la simple inanición. Desde ya, no hay consenso en que se trate del
paraíso, como anuncian desde alguna radio determinados pastores-teólogos mediáticos, y
no faltan vocesque sugieren que una situación así planteada, posiblemente, coincida más
con la posibilidad del infierno.
Lo interesante de estas posturas es que todas ellas coinciden en que el paraíso y el
infierno son más o menos iguales y sólo los separan sutiles y menores diferencias, que
en muchos casos pasan desapercibidas incluso para las propias almas, que pueden no llegar
a saber nunca con todo el alcance que la palabra nunca adquiere en el
Más Allá si alcanzaron la condena o la salvación. Algunos, tomando una postura
radical, resuelven el conflicto diciendo que entre el paraíso y el infierno no hay
diferencia alguna, y que ambos coinciden puntualmente: la conciencia de ese hecho es la
base del sentimiento de horror. Otros, que van todavía más lejos, sugieren que el Más
Allá sencillamente no existe, y que el paraíso, el infierno y sus nulas diferencias, no
son más que la ambigua realidad de todos los días en la que las almas viven en constante
duda, siempre sorprendidas por lo que ocurre y considerando que cada cosa es cada cosa
según los casos.
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