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Teología
Por Leonardo Moledo

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t.gif (862 bytes) Algunos teólogos, cuyo nombre no revelaré, y cuyas doctrinas raramente se enseñan y difunden tanto como merecerían, aseguran que el paraíso es como el consultorio de un dentista donde el alma en pena está sentada por toda la eternidad sabiendo que nunca han de llamarla, y que el infierno es ese mismo consultorio pero con la certeza, por parte del alma, de que más tarde o más temprano verá abrirse la puerta y oirá su nombre al tiempo que le llega, como una música beatífica, el zumbido del torno. Cuentan que los pacientes esperan, mezclados los bienaventurados con los réprobos, en sillas un poco incómodas, hojeando revistas viejas y triviales a medida que pasan las inmensas tardes de la eternidad. Los elegidos miran a los réprobos y, cada vez que se abre la puerta, quienes saben que no los van a llamar sienten la sensación fetal de la seguridad: en eso, precisamente, en eso, consiste la salvación.
Y es que la teología se modernizó y suele tomar muy en cuenta el contexto y las costumbres sociales, sus imágenes salen de la vida cotidiana. Y así, una escuela, que soterradamente va ganando adeptos, imagina al paraíso como un cine donde el alma, sentada en una cómoda butaca y con sonido surround, está obligada a ver colas de películas norteamericanas hasta el fin de los tiempos en un éxtasis continuo de efectos especiales entre nubes de pochoclo; una variante de esa posición, ligeramente heterodoxa, sostiene que no se trata de colas sino de películas enteras. Más radicalmente, grupos aislados piensan que ese mismo cine infinito no es el paraíso, sino el infierno.
Un grupo bíblico radical identifica al infierno con un shopping en el que el alma está obligada a pasearse por siempre sin poder entrar jamás en un negocio, pero una corriente escolástica arguye que pasearse por el shopping Abasto sin comprar es el paraíso, y que el infierno no es otra cosa que comprar y comprar en el Abasto, compulsivamente, sin principio ni fin. Cada shopping, cada hipermercado, cada aspecto del mundo tiene su interpretación trascendental. No faltan especulaciones teológicas inclinadas a las ciencias de la comunicación: el infierno sería, desde esta postura, verse condenado a mirar televisión para siempre y sin interrupciones, mientras que el paraíso consiste, también, en mirar televisión hasta el final de los tiempos, pero con la ventaja de poder acceder a las delicias del zapping.
Son teologías que se inspiran en la vida cotidiana, teologías diarias, casi teologías de barrio, pero no faltan las que toman como referencia la situación internacional, y así construyen un Más Allá que coincide puntualmente con Yugoslavia: el Infierno consiste en estar en Kosovo con el riesgo de ser exterminado por Milosevic, y el Paraíso consiste en vivir en Belgrado y soportar el limpio bombardeo moral de la OTAN. También, sostienen, la cosa podría ser exactamente al revés. Y es que los problemas teóricos del Más Allá son muy confusos.
Sin ir tan lejos geográficamente, muchos describen el Otro Mundo como un territorio donde las almas reciben premios en consonancia con la magnitud de sus crímenes: si ha asesinado, torturado y robado bebés, se obliga a vivir en un country o a gobernar una provincia; si ha desatado una guerra criminal, se lo abraza como a cualquier ciudadano y se le da chocolate; si su delito fue corromperse, vive de acuerdo a la fortuna que consiguió; si su crimen, en cambio, fue pequeño, como enseñar en una escuela, el premio es también mínimo: se le da apenas lo necesario para subsistir; si su crimen es más marginal aún, como no conseguir trabajo, se le otorga la miseria, que, como se sabe, dignifica, cuando no la simple inanición. Desde ya, no hay consenso en que se trate del paraíso, como anuncian desde alguna radio determinados pastores-teólogos mediáticos, y no faltan vocesque sugieren que una situación así planteada, posiblemente, coincida más con la posibilidad del infierno.
Lo interesante de estas posturas es que todas ellas coinciden en que el paraíso y el infierno son más o menos iguales y sólo los separan sutiles y menores diferencias, que en muchos casos pasan desapercibidas incluso para las propias almas, que pueden no llegar a saber nunca –con todo el alcance que la palabra “nunca” adquiere en el Más Allá– si alcanzaron la condena o la salvación. Algunos, tomando una postura radical, resuelven el conflicto diciendo que entre el paraíso y el infierno no hay diferencia alguna, y que ambos coinciden puntualmente: la conciencia de ese hecho es la base del sentimiento de horror. Otros, que van todavía más lejos, sugieren que el Más Allá sencillamente no existe, y que el paraíso, el infierno y sus nulas diferencias, no son más que la ambigua realidad de todos los días en la que las almas viven en constante duda, siempre sorprendidas por lo que ocurre y considerando que cada cosa es cada cosa según los casos.

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