OPINION
Semejantes
Por J. M. Pasquini Durán |
Si
mañana, domingo, gana las elecciones en Tucumán el candidato menemista, Richard Bussi,
hijo del actual gobernador Antonio Domingo, la representación política de la democracia
habrá mostrado su cara más pérfida, casi sórdida. Con sarcasmo, los tucumanos
identifican al candidato de Fuerza Republicana (FR), partido fundado por el general que
comandó la provincia durante la dictadura militar, con esta frase: Dice mi papá
que me tienen que votar. La pasada elección del Bussi mayor, espectral evocación
del terrorismo de Estado, ya fue suficiente sinrazón en la nueva era de libertad para que
ahora emerja la pretensión del hijo, mascarón de proa de la continuidad. Salvando las
distancias (y las diferencias), la memoria invoca otras sucesiones sin gracia, como la de
Baby Doc Duvalier en Haití, tratando de encontrar los motivos de estos desenlaces sin
sentido aparente.
A pesar del pasado extravío en el cuarto oscuro o de la posibilidad abierta a la
repetición del desatino, Tucumán no es el territorio de la extravagancia perversa o
primitiva, ni una excepción en la democracia argentina. Cuando mucho es la expresión
crispada de un país que todavía intenta, de manera imperfecta muchas veces, construir
una cultura de libertad y tolerancia que la historia le negó casi siempre. Hicieron falta
treinta años, la mitad bajo dictaduras militares, para poner de rodillas a su economía.
Juan Carlos Onganía, en 1969, so pretexto de la transformación industrial
dejó fuera del mercado a la mitad de los productores, expulsó trabajadores en masa de
los ingenios azucareros, once de los cuales clausuró por decreto.
El terrorismo de Estado actuó a mansalva, para ahogar en sangre a un pueblo que en el
trienio siguiente (1970/72) se levantó en protesta, mediante metodologías cada vez
más violentas, según consta en el Informe de la Comisión Bicameral
Investigadora de las violaciones de los derechos humanos en la provincia. La
represión quiso justificarse en la guerra antisubversiva, pero los recuentos
posteriores indican que nueve de cada diez personas fueron secuestradas en sus domicilios
y en horas nocturnas. Curiosos subversivos con domicilios reales y conocidos y
que descansaban de noche junto a su familia.
La dictadura terminó pero los miedos sobrevivieron. Del citado Informe:
Los resabios de temor se agudizan especialmente en una sociedad provinciana como la
nuestra, donde no existe el anonimato de las grandes ciudades, incidiendo ello
negativamente en la mentalidad de sus habitantes que, muchas veces prefieren callar antes
que exponerse a potenciales represalias. Abogados, testigos y miembros de los organismos
de Derechos Humanos, sigue siendo hoy amenazados. Cualquier vecino que anduviera por
las calles de la capital tucumana, esta semana, después de la medianoche, podía
encontrarse con autos particulares, tripulados por tres pasajeros, que cruzaban las calles
a toda velocidad, flameando antenas y sin patentes identificatorias. Bussi sustituyó en
1975 al general Acdel Vilas en la comandancia de la V Brigada de Infantería. En
veinticuatro años nunca dejó de echar sombra de autoridad sobre la
provincia.
Los partidos mayoritarios fueron insuficientes para retemplar los ánimos populares. En
esta elección, FR, PJ y Alianza llevan candidatos a intendente de la capital a
republicanos que están o estuvieron con Bussi. La ley de Lemas, además, los
atomizó en casi dos mil grupúsculos, sin ninguna idea o ilusión, excepto las
simbologías formales, que los impulse en una dirección común, como no sea en muchos
casos la de conseguirse un cargo bien rentado. Las críticas de Marta Oyhanarte a ciertas
prácticas del radicalismo porteño rozan apenas la superficie de lo que se puede ver hoy
en Tucumán, en cualquier dirección que se mire.
Autoritarismo, corrupción y deshonestidad ideológica, cuando se suman, le abren espacio
a cualquier cosa. Si a eso se agrega el irrestricto apoyo a Bussi del gobierno nacional y
una logística poderosa, los efectos pueden ser letales. Cualquier cosa puede ganar.
Imponerse a las desventuras siempre es más difícil que seguir la corriente o que
enfrentar a los que son poderosos. ¿Por qué reclamarles a los desventurados ciudadanos
de Tucumán lo que otros, en mejores posiciones, tampoco afrontan? Acaba de verse en
Buenos Aires a los economistas de los principales candidatos presidenciales rindiendo
examen ante los banqueros, que los convocaron para medirles la temperatura en público, a
la vista de todos. Hay que ser especialista para distinguir las diferencias, si las hay,
entre los examinados, pero a todos quedó en claro lo que quieren los convocantes: menos
Estado y más disciplina laboral. Como en Tucumán, más de lo mismo.
Inspirados por experiencias como la de Bussi, los banqueros creen que la pobreza
aguantará sin chistar nuevos ajustes. El gobierno nacional, que sobreactúa siempre las
voces de mando, va más allá y niega las dimensiones reales de la miseria, en contraste
con reiterados testimonios de las iglesias, en esta ocasión del obispo Rey de
Caritas, con las encuestas de especialistas y con la contundente evidencia
cotidiana. No hay que asombrarse, ya que en el mundo ocurren negaciones más flagrantes.
Los neonazis, por ejemplo, niegan la existencia del Holocausto porque suponen que se trata
de una construcción publicitaria de los judíos. El menemismo descalifica la
preocupación de monseñor Rey porque lo imagina a las órdenes de la Alianza. Miles de
tucumanos consideran que la familia Bussi merece el lugar que tienen, como si fuera
propiedad privada,
comprada con fondos de sus cuentas en Suiza.
Los más retrógrados trabajan sobre el escepticismo resignado, sobre todo de las clases
medias urbanas, para neutralizar toda tentación de cambio y para desprestigiar a los que
lo proponen. Todavía la movilización estudiantil contra el recorte presupuestario o la
de los marplatenses contra la veda pesquera no alcanzan para formar una tendencia opuesta
y a levantar esperanzas. Los sentimientos populares no logran convertirse en actos de
reparación, y a la intemperie se oxidan de cinismo. Así sucede con las jubilaciones de
privilegio. A pesar de la repulsa generalizada, ¿cuántos funcionarios en actividad
tuvieron vergüenza y renunciaron a seguir cobrándolas? ¿Es que los partidos a los que
muchos de ellos pertenecen no tienen ninguna exhortación ética para hacerles? El cinismo
popular sólo les conviene a los indecentes y a los injustos.
Basta comparar el trato oficial otorgado al otrora rutilante banquero Raúl Moneta, el
mismo que le dispensaron en su momento a Alfredo Yabrán, con las maniobras para
desacreditar el pago del impuesto al fondo docente. El equipo económico, que siempre
estuvo en contra de cualquier aumento de salarios y por lo tanto también de este
impuesto, está saboteando su ejecución, como lo reconoció el juez que hizo lugar al
recurso de amparo presentado por Ctera. Los escépticos y los cínicos, montados sobre el
legítimo hartazgo por el reiterado prevaricato de los que mandan, se han hecho eco
inmediato de la posibilidad evasora. Es probable que los evasores hablen sobre la justicia
del reclamo docente, de los jubilados, de los defensores de derechos humanos, que
respalden los motivos del próximo paro agrario y condenen a la Sociedad Rural por hacerle
el juego al gobierno, y hasta que se indignen contra los que
votan a Bussi, pero siguiendo el ejemplo que viene de arriba las palabras y los hechos
marchan por separado.
Tucumán no es tan diferente al resto. Quizá por eso, la comisión bicameral de esa
provincia concluyó el prólogo a su informe sobre derechos humanos con una sentencia del
Apocalipsis: Cuando el mar entregue los muertos que había en él y la muerte y el
infierno nos entreguen a los muertos que tenían adentro y se dé a cada uno la sentencia
según susobras, recién quedarán fuera los perros y los hechiceros, los deshonestos y
los homicidas, los idólatras y todo aquel que ama y practica la mentira. |
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